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Ya está aqui, ya llegó abril

  Ya está aquí, ya llegó abril. Y también el refranero fácil. Ya llegó el horario de verano y casi la primavera y el calor. Qué alegría, mar...

domingo, 16 de abril de 2023

El viento nunca es favorable

El viento nunca es favorable.

La noche había sido  lluviosa y con viento. El día estaba gris y el ambiente ruidoso y frío. Lunes quince de marzo a las siete de la mañana.

    Venga que llegamos tarde —me dijo con aspereza— sin ni siquiera dar los buenos días.   —Continuó diciendo— Juan, no puedes llegar siempre tarde, estoy cansado de tu impuntualidad y tus impertinentes excusas. ¡Ni una más, Santo Tomás! —vociferó—. El tren sale en cinco minutos, y yo llevo diez esperando y además he dormido fatal esta noche. Estoy muy estresado y preocupado por todas mis cosas. Llevo unos días en los que me es imposible estar tranquilo ni un solo instante. No puedes hacerme esperar siempre. Estoy harto.

—Disculpa —le dije sin saber muy bien a qué se debía esa actitud, es un tío muy educado y me resultó extraño. Entré en el coche y me mantuve callado. Hacía tiempo que no lo veía mover el ojo derecho. Miguel tiene un tic y la gente lo conoce por “Miguel, el del tic” y se le acabó llamando Migueltic.

    De camino a la estación, ya con un tono de voz más tranquilo, me confesó que no me podía imaginar lo que en aquellos días le estaba pasando. Sé que es un mujeriego y mi primer pensamiento fue: “este tiene otro lío de faldas”. Pero, no,  me percaté que él nunca lo se pone triste en sus derrotas amorosas, al parecer, él siempre  se sentía triunfador. Esa vez no era así, con lo cual supuse: “este tío tiene otro tipo de problemas”.  Seguidamente, me dijo que no le sucedía lo que yo probablemente estaba suponiendo. Me está leyendo la mente, y sabía el porqué yo lo pensaba. Yo  la verdad, a esa hora, no era persona, estaba muerto de sueño y pasaba de él (del pijo guaperas). Y  además me molestó con sus reproches y sus supuestas infidelidades y vacilaciones. No hice ni dije nada.

    Miguel parecía fuera de sí con sus ojos azules excesivamente abiertos y un rostro descolocado. Es alto, delgado, con pelo castaño y piel muy blanca. Sonrisa perfecta pero con algunas arrugas. Un tío maduro —de unos cuarenta años, creo que es algo mayor que yo—, es inteligente, tranquilo, educado, buena persona y casi buen amigo. Pero ese día estaba neurótico.

En el tiempo que tardamos en llegar seguí callado. El bao en los cristales impedía que se viese con claridad la carretera. Rápido se le pasó el estado de ansiedad en el que se encontraba. Tan temprano y su comportamiento era un disparate. “¡Qué cojones le pasa a este tío!” —me dije—, si apenas unas horas antes, la tarde anterior, celebramos su cumpleaños, estaba eufórico  y que se salía del pellejo. Cuando llegamos a la estación en su Volkswagen Tiguan Life 2.0 y antes de bajar me dijo que había tenido que coger el coche nuevo porque, el pequeño, se lo llevó Inma, su mujer. Habían tenido una fuerte discusión. “¡Uy, uy!, yo sabía que su matrimonio estaba en crisis” —deduje—. Y era lo más razonable. Muchas infidelidades. No quería a su esposa, estaba claro. Aparcó lejos del edificio, esa hora, la mayoría de las plazas del estacionamiento suelen estar ocupadas. Se volvió a cabrear. —¡Joder, joder!, vaya lunes—gritó—.  Fuimos corriendo por el parking de la estación y cuando entramos vimos en los paneles informativos que el nuestro llegaba con quince minutos de retraso. Me sentí en cierto modo aliviado, aunque temí que aquel incidente no fuera lo mejor, pues su vuelo salía a las 10:00 horas. No me quería imaginar lo que pasaría si perdía aquel viaje tan importante para él. 

    Allí estuvimos un rato en silencio, escuchando a la gente charlar y los anuncios de llegadas y salidas. Permanecía con gesto de preocupación, de exaltación y callado. La semana pasada me comentó que tuvo problemas en su trabajo —pensé: “¿otro problema de faltas o de liderazgo en la empresa?”—. En fin, mi mente era un hervidero y la suya seguro que también. Transcurridos unos minutos, no sé, tres o cuatro, empezó a explicarme cosas:

    —Estoy bastante nervioso–me dijo—. Era evidente. Yo lo conozco bien y seguro que debía haber un motivo (o muchos). 

    —Tranquilo— pronuncié con voz muy bajita, cuéntame lo que te apetezca. 

    —Es mi hermana. Como sabes, hace unos años que tuvo una operación en las mamas, ya me entiendes…—con un gesto de evidencia y sin pronunciar esa maldita palabra llamada cáncer.

  —Sí, lo sé. —y continuó hablando visiblemente emocionado. 

    —El fin de semana le dolía la espalda. Ella decía que era un dolor muy intenso, casi insoportable y que no se aliviaba con nada. Al parecer se cayó en el patio donde cuida las flores. Fuimos de urgencias al hospital.

     —¿Y qué le dijeron?

    —Le hicieron una radiografía. Y al parecer tiene una rotura en las vértebras, en concreto en la L1. El traumatólogo dice que puede ser debido a una antigua fractura, pero que han de hacerle una resonancia para determinar con precisión el alcance de la lesión y valorar, entonces. Ella está muy asustada.

    —Cálmate, tranquilo, que todo se solucionará. Ya verás —dije—. Parecía que volvía a su estado mental “normal”.

Conocía bien lo del cáncer de su hermana y otros asuntos suyos. Me lo había contado en varias ocasiones —es un pesado—. Siempre hemos tenido conversaciones muy profundas y sinceras, aunque a veces parecía un monólogo suyo, más que una conversación. Pero vamos, que si es cierto que nos hemos confesado lo inconfesable —sobre todo él—. También tenemos algunas cosas en común, como nuestra inquietud por el saber en general. No encanta la filosofía, la psicología, el arte, la literatura, el deporte, etc.

    Pero volviendo al tema de su hermana, recuerdo que se había preocupado entonces y al parecer, ahora, le volvía a perturbar la paz, la existencia y le agitaba las entrañas. La verdad que si lo piensas es acojonante. Pero, de todas formas, Miguel tenía algo más que me ocultaba. Disimulé y —como buen amigo— lo consolé diciéndole que no se anticipe a pensar en lo peor.

    —No te desesperes. Todo saldrá bien, Miguel.

    —Lo sé, pero estoy preocupadísimo. 

Subimos al vagón número cinco. Teníamos asientos separados para desplazarnos a la capital —vivíamos en una ciudad dormitorio cercana—, pero nos sentamos juntos, había pocos viajeros, con lo que en principio íbamos a poder hablar. Parecía tener otra su actitud, más relajada.  Y comenzó a decirme, que se iba a separar, cuando de repente apareció el revisor y me dijo que debía de sentarme en mi sitio —vagón número dos, plaza noventa—. Le indicamos que había poca gente, y que si podíamos seguir juntos, su negativa fue fulminante: 

    —Con las normas anticovid, es imposible.

    —El tren va casi vacío —comentó Miguel, levantándome de repente y moviendo los brazos—. Hemos formalizado el viaje. ¿Qué más le da?.

    —No. Señor, las normas son las normas. Váyase a su asiento si no quiere que le baje en la próxima estación —me dijo el revisor mirando con maldad.

    —Las normas dice, será sinvergüenza —dijo Miguel gritando como un bestia. Se coló con el comentario—. Las normas son para todos, no solo para quién usted diga. Estos tíos ahora también son expertos en legislación —dijo.

     — Calma Miguel. Discúlpenos, señor —le comenté con aparente calma—. Lo tuve que sujetar y al fin se quedó quieto. Yo me callé y me fui a mi asiento, no quería que aquello se nos fuera de las manos. Yo, a diferencia del interventor de Renfe, sabía que Miguel estaba “encendido” y que podía liarla parda. El tic en su ojo volvió a aparecer.

    Tras aquel desagradable incidente, no volví a verlo en un tiempo, pues él salió pitando para el aeropuerto, embarcaba con el tiempo justo. No sé qué asunto le llevaba a hacer aquel viaje repentino y misterioso. El tío me soltó lo de la separación sin más explicaciones. Yo estaba expectante…

Pero unos días más tarde, me llamó y se disculpó por su actitud de la semana anterior; del incidente en el tren, de su forma de hablarme y en definitiva, de su mal y grotesco comportamiento —nunca lo había visto actuar como aquel día—.  Esta vez sus palabras parecían dichas por un hechizado. Tenían un tono de voz dulce, suave, sincero, alegre y muy amable como siempre ha sido él. “Otra vez su neurosis” —me dije.

—Tengo que contarte muchas cosas —me comentó y me dije: “Por fin habla”—. Vuelvo a la ciudad el jueves. ¿Quedamos del viernes por la tarde para tomar algo?.

     —Sí, sí, claro. Por mi perfecto. Nos vemos en el café “A las cinco”. —Así se llamaba nuestro habitual lugar de encuentro.

Esta vez llegué con puntualidad a las siete de la tarde, no quería “despertar al bicho” y que me formará otro escándalo. Habían pasado quince minutos y no llegaba, con lo que me pedí una infusión —debí cabrearme y vengarme, pero me contuve, no sabía por donde me podía salir aquel guapo y exitoso neurótico—. Le envié un WhatsApp y me contestó al instante con mensaje de voz: 

    —”Estoy llegando. Me ha entretenido Inma que ha tenido un accidente doméstico”.

  —¡Ok!, te estoy esperado. Sin problemas. Ahora me cuentas —le respondí.

    Pasadas las siete y veinte apareció por fin. Llegó como si nada hubiera pasado en los últimos días. Me saludó eufórico y me dio un abrazo forzado y falso.  Me dio mala impresión, como siempre en los últimos tiempos.  Tenía muchos altibajos en su estado anímico —debería ir a terapia. Está loco, fue mi instintivo pensamiento—. De manera que hace un rato todo su mundo era un problema y unos días después, parecía el tío más feliz de la tierra.  La verdad, me quedé con la sensación es que me tenía que “confirmar” algunas cosas. Sabía que me iba a mentir, estaba segurísimo. Creo que la situación era un poco kafkiana, absurda, contradictoria con esos vaivenes de Miguel. A mí me enfurecía. Pero me mordí la boca y apreté los puños…

    Le pregunté por Inma. Me dijo que todo estaba bien, que el incidente había sido un pequeño accidente doméstico —un cortocircuito y que había explosionado la estufa. Nada preocupante. — señaló. Y sin más siguió hablando y recitando sus éxitos actuales y recordando  sus tiempos de joven, del instituto, de cuando se iba de camping a las playas de Cádiz,  sus borracheras y de sus ligues. No había quien lo parara. Era una máquina de hablar. Yo empezaba a estar un poco harto de su egocentrismo. Llevaba años a su sombra y mi límite estaba cerca. Me contuve. 

    —Juan, Inma y yo lo hemos dejado —me dijo con total frialdad e indiferencia, pero otra vez el tic de su ojo activado le delataba el nerviosismo—. El próximo lunes firmamos la demanda de divorcio. Me marcho a vivir fuera. La empresa me ha ofrecido un puesto en el consejo de administración nacional. Sabes que Saint Roban está en alza, me valoran y es un nuevo reto personal. —Me quedé estupefacto— ¿Qué pasa no te alegras?.

“Aquí está otra vez el neurótico feliz. ¡Por fin se separa y me lo cuenta!. Bendito loco” —pensé. 

    —Sí, claro, me alegro muchísimo, por lo de tu trabajo, evidentemente. Como no. Es lo que siempre has querido. Madrid y tu proyección profesional.  Pero, y con el matrimonio y los niños, ¿qué vas a hacer?. No contestó nada y sin más se fue a saludar a unos tipos de dudosa reputación —me seguía ninguneando el “guapito”—. También pude observar que su saludo era de colega a colega. “¿Qué se traían entre manos?” —supuse que Miguel estaba en otro tipo de lío.

    Miguel es una persona muy inquieta intelectualmente, un tío que lee muchísimo, con mucha cultura y una amplia formación: es licenciado en económicas y graduado en derecho. Tiene un máster en ciencias jurídicas, premio nacional de gestión financiera del Group, S.A. y premio europeo en gestión presupuestaria. En el instituto era el primero de la clase. Es completito. Adora la filosofía, las matemáticas, la química. Un crack, una buena y egocéntrica persona, de buena familia y  fácil de convencer en algunos aspectos. Yo tenía la mosca detrás de la oreja. 

    Aquel día Miguel se volvió a despedir sin aclarar nada más. 

    Sé por Inma, que se había ido a vivir con su jefa —Marta, la directora general de la empresa—. Al parecer llevaban tres años enrollados y manteniendo una relación paralela —≪ trastorno psicológico disociativo, la doble vida de Miguel, como en “El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde”≫—. Me dijo Inma —bastante afectada y con mucha tristeza—, que cuando fueron a la firma de la liquidación de los bienes gananciales —en notaria—, que Miguel le confesó que hacía tiempo que no sentía nada por ella. Que su matrimonio no tenía aliciente, que no lo había hecho antes por temor a no poder ver a sus hijos. Que estaba cansado de la rutina tras quince años. También le increpó su falta de comprensión y apoyo en su carrera profesional, que le daba miedo a seguir viviendo con una persona con tan poca iniciativa, tan triste y con tampoco glamour… y que se iba porque quería seguir evolucionando. Me siguió diciendo que él le comentó:  “Los niños los superarán. Ya mayor tiene nueve años  y el pequeño tres. Te pasaré una buena pensión alimenticia. No tendrás problemas económicos.” ¡¡Qué cabrón!! —pensé— y  vaya detalle, se lo había dicho en notaria.

    Después de los acontecimientos, Miguel se distanció de mí —y de todos—, aunque seguimos hablando por redes sociales y de vez en cuando por teléfono. Sin embargo, mi relación con Inma se mantuvo “buena” y solíamos encontrarnos en el supermercado o en la salida del colegio cuando ella iba para recoger a los niños. Estaba bastante afectada por la situación —me dio ganas de abrazarla—. En una ocasión, me dijo que Miguel apenas preguntaba por los niños y solo hablaba con el mayor de forma esporádica. Según Inma, el chiquillo, muy afectado por la ausencia de su padre, lo recuerda cada instante. Me decía: ≪ Es su ídolo, y no lo ha perdido, lo echa de menos. Recuerda con tristeza sus ratos de juego en el parque, sus partidas de ajedrez. Además, Pablo, el pequeño, lo menciona todas las noches: “papi, papi, quiero a papi. Quiero un cuento, papi”≫. Todo esto me atormentó profundamente, ya que parecía un coste emocional desproporcionado y un daño colateral brutal.

    Cada vez teníamos menos contacto. Algún tiempo después, Miguel me telefoneó —no me apetecía hablar con él— para contarme que estaba viviendo una nueva etapa en su vida y que se sentía feliz. Me dijo que había tomado una decisión importante, a pesar de los perjuicios que podría acarrear, y que, se equivocara o no, era lo que tenía que hacer y no se arrepentía de ello. No preguntó por nadie, lo que me pareció cínico. Yo no mencioné mis conversaciones con Inma, ya que no quería generar ninguna sospecha. Tampoco hablé con ella acerca de mis conversaciones con Miguel, tratando de mantenerme imparcial, aunque yo tenía mi propia opinión al respecto —los necios tienen los días contados—. Según Miguel, su relación con Marta iba bien. Aunque no sé cuánto durará. Me dijo que ella era una persona fantástica.

    —Tío, es impresionante la compenetración y la empatía que tenemos. Es muy atenta y agradable conmigo, es pura magia —me dijo eufórico.

    —Miguel, me alegra escuchar que estás muy bien con Marta y que te llevas tan bien. Realmente parece que hay una buena conexión entre ustedes. Por otro lado, lamento no haberte preguntado antes sobre cómo te sentías. Me di cuenta de que algo te estaba preocupando en los últimos tiempos, pero con mi trabajo, mis clases y el deporte, no quería ser inoportuno al preguntarte al respecto. De todos modos, esperaba que me hablaras de tu matrimonio y tus problemas en algún momento. Me preocupé por ti aquel día que me llevaste a la estación cuando mi coche estaba averiado. Siempre he pensado que es mejor dejar una relación si te hace sentir amargado, especialmente si la otra persona muestra tanta indiferencia como Inma lo hizo contigo.     Tal vez sería lo mejor para ambos separarse —sentencié alegremente.

    —Claro, así es, Juan. Solamente se vive una vez. No podemos permanecer en aquellos lugares que nos hacen presos, que son cárceles sin barrotes. Era un infierno, la convivencia para mí. A ella le daba igual todo lo  que me sucediera. Cuando falleció mi madre, no supo estar a mi lado. No sentí su acompañamiento. Siempre sufrimos cuando no obtenemos lo que queremos, yo quería estar con Marta —su nueva víctima amorosa, creo que era la tercera o cuarta en el último año— y no estaba, y me hacía sufrir mucho. Ya nos habíamos enrollado varias veces —este lío nunca me lo dijo, aunque yo los sospechaba. Hablaba mucho de ella—. Lo que es cierto, que al principio, para nada era una persona  atractiva para mí. Pero, las largas conversaciones, su capacidad de escuchar, no sé, su seguridad y confianza, empezaron a crear algo más que una relación de compañeros. 

    Recuerdo, que la primera vez, fue ella quien me insinuó, y  me dijo, pienso que de manera casi inconsciente: “estoy sola en casa. Mi marido estará trabajando fuera unos días. ¿Quedamos para cenar?.  Por cierto, Miguel,  ¿Sabes qué es lo que me pone a tope y me da mucho morbo? —ni idea, contesté nervioso—, ver las manos de un hombre al volante de un coche”. Joder, yo estaba en el mío en aquel momento.  ¿Te imaginas qué es lo que hice?, 

    —… Puedo suponer que le enviaste una foto de tus manos al volante del coche. ¿Es así Miguel?

    —Efectivamente —gritó.

    A la mañana siguiente, fue un subidón verla. No te puedes imaginar la atracción y cómo me latía el corazón. Jolín, ya fue todo el tiempo puro morbo e irresistible atracción. Impresionante. Por todo esto y por mi carrera profesional tomé la decisión de separarme y vivir una nueva época.

    —Tío, Miguel, te tengo que dejar, ya hablamos, me están llamando.

    — Perfecto, estamos en contacto. Un abrazo Juan.

    Miguel se sentía frustrado en su matrimonio a pesar de su éxito profesional y su posición en el mundo empresarial. Aunque tenía el mejor currículum y trabajo, sentía que su vida en la pequeña ciudad era limitada. Por otro lado, Inma era una persona triste y melancólica, pero no vanidosa ni caprichosa —a mí me gustaba desde joven—. La relación de Miguel e Inma se fue deteriorando hasta el punto de que hablaban cada vez menos y finalmente se separaron. Fue lo mejor para ellos dos y una oportunidad para otros.  Después de unos meses, se enteró —se lo dije con muchas ganas— de que Inma estaba viviendo con un compañero de trabajo llamado Andrés, quien era profesor de matemáticas en el mismo instituto donde ella era jefa de estudios. Este hombre era mayor que ella y era atractivo, delgado y bien cuidado. La vecina de Miguel, Aurelia, me le contó todo cuando se la encontré llevando bolsas de la compra a su casa.

    La situación en la relación de Inma con Andrés parecía estar funcionando bien —me resignaba la situación— y ella finalmente encontró la felicidad que había estado buscando. Mientras tanto, Miguel parecía tener problemas en su relación con Marta y mostraba su tic neurótico en cada reunión con los amigos. Marta lo abandonó y lo despidió —era su jefa— y lo trató de manera muy fría y distante. Terminaron de malas manera. Además, se vio obligado a utilizar gran parte de su indemnización por despido, en pagar una estafa inmobiliaria en la que había invertido junto a un grupo de mafiosos portugueses. Para empeorar las cosas, tenía pendientes asuntos legales por su participación en aquellas inversiones fraudulentas como socio capitalista.

    La infidelidad y la monotonía en el matrimonio fue la razón del fracaso de su relación con Inma. Cada persona tiene su propio diablo. El de Inma era Miguel y el de Miguel, Marta. Aquí no importa lo bueno que sea una persona, todos somos malos en la historia de alguien. Todos parecían malos.

    Miguel parecía seguir luchando en su vida personal, buscando la felicidad, corriendo detrás del éxito y engullendo su fracaso en las relaciones. La vanidad de su comportamiento, la falta de capacidad para ver y apreciar que lo que tenía era la esencia de la felicidad. 

    Para aquel que no sabe hacia donde navega ningún le es favorable. 

Jgg.2023

viernes, 31 de marzo de 2023

Irresistible

Irresistible tentación y condena eterna,

Muerte instantánea de pasión secreta.

Huracán atroz, mirada sincera

Algo lejano que al fin se acerca.






domingo, 26 de marzo de 2023

La huida del miedo. John Gall

La huida del miedo. John Galls


Era un domingo cualquiera. Reunión familiar semanal de siete hermanos, algunos cuñados y cinco o seis nietos más una bisnieta. Yo, como siempre, llegando justo antes del almuerzo. Todos vociferan sin reparo, tal que estuvieran en un bar repleto de gente. La pequeña, la bisnieta de Bonet, revolcándose por el suelo. Sus manos pintorreadas, la ropa llena de lamparones, moño alto y zapatos rotos. La madre de la niña —una joven de veintidós años—, continúa con el móvil sin prestar atención a su hija —me enfurece la situación, pero sigo en silencio—. El abuelo —bisabuelo de la niña y mi padre— sentado en el sillón sin apenas moverse y si lo hace es para beber un vaso de vino y picotear algo. El resto del día dormitando, y si no es así, gruñendo. El hombre tiene noventa primaveras y dice que estar cansado de vivir al tiempo que pide fuego para otro cigarrillo.  


En el camino a la casa de mis padres, mientras conduzco con pereza, pienso que no me apetece ir, pero voy. Es una obligación autoimpuesta, tal vez muy influenciada por la ausencia de mi madre, no sé, la verdad, no lo tengo claro. Lo que si es seguro es que voy a un lugar —la casa de los viejos, como decimos entre hermanos— a pasar un mal rato. Está situada al sur de la capital, en un barrio obrero, cerca del campo de futbol —del que dicen que es el mejor de la ciudad—. La vivienda es amplia, cuatro habitaciones, enorme salón, un patio delantero, otro trasero, una terraza y un sótano. Parece una casa de pueblo de colonización.  


La cosa pinta fea. A ver, llevaba unos días revueltos, con pensamientos negativos, durmiendo mal, con ganas excesivas de no estar en casa. En ocasiones me sudan las manos, me pica muchísimo la dermatitis, me caen mal la mayoría de las comidas y además la melatonina antes de dormir, no me produce el efecto deseado. Así que mis noches son largas y tenebrosas, de muchas vueltas en la cama y mi cabeza es un bullicio incesante, un bombardeo de pensamientos cada cual peor y que siempre van más allá de lo que es real, de lo razonable y de lo objetivamente preocupante. Aunque es alarmante, la verdad.


Lourdes, en consulta a la que voy de vez en cuando —para recibir terapia por el duelo de mi madre—, dice que tengo mi niño interior muy alterado y lleno de temores que se hacen grandes al tiempo que yo empequeñezco y que por ello lo paso mal–lo sé—. Debes afrontar esos miedos y madurarlos. —¿Pero como cojones lo hago?. Otra de sus conclusiones es que tengo el síndrome del padre ausente. Supongo que está en lo cierto. Mi padre es un buen hombre, trabajador y responsable, pero poco atento con tantos hijos. Cuando yo era pequeño estaba siempre fuera de casa y no recuerdo que me diera un abrazo, un beso, una caricia. Pero en fin, y yendo al grano, esta huida mía hacia no sé donde, me provoca conflictos de casi todo tipo, además de estrés, ansiedad e insomnio. 


Esta preocupación constante, permanente estado de alarma, es agotadora. Es una sensación de confusión de lo que es real e imaginario. En casa, con los niños, me vuelvo disciplinado y locuaz. En el trabajo serio, taciturno y poco comunicativo.  


Volviendo al hogar familiar y los domingos. Este fin de semana estábamos mis tres hermanas, y mi hermano, el mayor–soltero—, la bisnieta, y mis dos hijos. Sentí angustia, por mis próximas visitas; al médico de cabecera —resultados de analítica— y al dermatólogo —revisión rutinaria—. Esto, junto a una tremenda inquietud, por la salud de mi hermana (tal vez intuición), me producía entrar en el bucle del agobio. Ella se operó hace siete años de cáncer de mama, y ya entonces sufrimos muchísimo. Al principio con la incertidumbre del diagnóstico, después con las sesiones de los fuertes tratamientos. Afortunadamente, lo superó como una campeona. Pero ahora, olvidado casi por completo, todo aquel mal trance, nos da la sensación de que algo parecido nos acecha.   


—Antón —grité con fuerza—, ¿ese dolor en la espalda desde cuándo lo tienes?

—Hace unas semanas—contestó mientras seguía apoyando su barbilla en la mano izquierda—.  Ya me han hecho una resonancia y estoy esperando el resultado.  —No levantaba la cabeza—. Supongo que es de una caída que tuve limpiando el patio y regando las macetas.  

—¿Para qué haces esfuerzos? —volví a gritar—. Cuídate y evitar coger peso. Ese brazo no puedes forzarlo. Tiene cuatro hijos, dos hijas que le ayudan, aunque menos de lo que necesita, y dos hijos, estos siempre fuera de la ciudad por motivos laborales.  


Se palpaba tensión pesimista (y esta vez colectiva) y sibilina, todos sabíamos lo que nos preocupaba, callábamos, pocas bromas, pocas ganas de nada, con caras serias y semblante afligido. Yo además cargaba con mis dos “importantes” preocupaciones (exageradas pero reales) sobre mis hombros.  Cabizbajo, apático, con ganas de llorar y soltar toda la presión y la angustia que me apretaba el pecho. Sin apetito, sin fuerza para hablar. Pero fingí, me armé de valor, me levanté y haciendo el papel de hombre razonable, fuerte y disciplinado, me puse a dar agua a los niños. Serví una copa de vino a mi padre y un par de cervezas sin alcohol para quien las quisiera tomar. Empecé a calentar la olla del potaje.

—Silvia, ayúdame poner unas tapas, aceitunas y queso. Encendí la televisión y puse las noticias y esto nos distrajo y relajó la tensión o la desplazó a otro escenario.  


Desde pequeño he querido estudiar, aprender y leer a todos y de todo. Si por algún motivo, la gente de mi entorno, me hablan de algún escritor, filósofo, creador que me es desconocido, allí que voy y me estudio. Todo enriquecimiento intelectual me ayuda. Arthur Schopenhauer es uno de mis aprendizajes más recientes. Empecé leyendo “La cura de Schopenhauer” (de Irving D.Yalon), interesante lectura que me recomendó Lourdes en consulta. Pero continué haciendo averiguaciones sobre su vida, sus influencias, sus obras. Filósofo alemán peculiar y uno de los más brillantes del siglo XIX, el máximo representante del pesimismo filosófico. Me embaucó como un pez a un anzuelo. Me venía como anillo al dedo, contribuía a describir mi situación emocional, me ayudaba a entender la vida, la situación de mi familia, la de mi entorno… Mi existencia, mi ser. Al igual que Gustavo Adolfo Bécquer, en la poesía y literatura española, Schopenhauer tuvo un impacto póstumo en algunas disciplinas.  Me quedé asombrado cuando, buscando en internet, comprobé que sus obras habían influido en personas como Friedrich Nietzsche, Erwin Schrödinger, Albert Einstein, Sigmund Freud, Pío Baroja, Miguel de Unamuno, Jorge Luis Borges, Richard Wagner, Franz Kafka, Thomas Mann. Impresionante, sin duda. Pero ninguno americano del norte.

En definitiva, los aprendizajes obtenidos de las lecturas de algunos de estos grandes pensadores, y otros no mencionados, me han ayudado a canalizar mis pensamientos en situaciones de estrés emocional extremo. 

Esta inquietud es como encontrar remedio a los miedos de mi niño interior, calma del adulto abrumado y arrollado por las circunstancias descontroladas de una vida en constante ebullición… Es una justificación a la necesidad de búsqueda permanente de no sé qué.  O tal vez, sea una huida de algún lugar, físico o mental, que me perturba. Sea lo que sea, esta angustia, es mi motor intelectual, generador de la necesidad de aprender a vivir o entender la vida o la muerte.  


Con toda esta nebulosa perspectiva y turbio horizonte, decidí matricularme en un curso de escritura creativa de la Universidad de Sevilla. Llevaba años escribiendo cosas; unas poesías, un verso libre, un autorretrato poético, un relato breve creado de, por ejemplo, una imagen de un periódico o partiendo de tres palabras elegidas al azar, etc. En otras ocasiones, escribir como terapia, por la muerte de alguien, por la perdida de alguna amistad especial, por alguna situación social o política. Todo, a mi modo de ver y sin que nadie me diera las más mínimas indicaciones de por donde “tirar”, para escribir, con continuidad, con orden y siguiendo unos parámetros. Eso sí, he escuchado podcast, he visto videos en YouTube, sigo a escritores en Instagram, e incluso he comprado algún manual de: “Cómo escribir un libro”.  Esta nueva aventura del aprendizaje me va a enriquecer, me va a completar el plano, a dar luz a mis oscuridades, a enseñar a ser más feliz y a reír, aunque sigan existiendo los problemas. La vida no es un problema, la vida es bella, es una experiencia maravillosa, un cúmulo de cosas positivas y otras no tanto, pero que todas suceden por algo y nos enseñan algo: vivir y ser feliz a pesar de los pesares.


lunes, 13 de marzo de 2023

¡¡Vaya lío!!

Sara y yo salíamos a comer fuera, como cada sábado desde que vivimos juntos. Ese día, queríamos estar tranquilos y disfrutar de una noche estrellada de verano. Nada de ir a bailar en la discoteca del pueblo, ni mucho menos de ir a cantar en el bar “La nube” donde hay un karaoke. Este bar está en San Cristóbal, el pueblo de al lado. Ya estábamos preparados y en el momento en que cerrábamos el cancelín del patio, recibí una llamada de Julia, una de las hermanas de Sara.  

    —Sí, Julia ¿Dime?.

    —¡¡Oye!!, ¿qué os parece si nos vemos y cenamos fuera?, así evitamos el rollo que para nosotros es cocinar. A Julia y a mí, no nos gusta cocinar.


    —¡Con gestos consulté con Sara y ella me dijo! Ok con el pulgar hacia arriba!.

 Perfecto contesté.

    —Pues chicos, en unos 10 minutos os recogemos.


    Efectivamente, a las 21:07, ocho minutos después, aparecieron las luces llamativas del todoterreno de Jorge. Al llegar nos saludamos cortésmente. Sara, al ver a Jorge, cambió el semblante, se quedó pálida y empezó a llorar. Jorge tenía un gesto de preocupación, un gesto sibilino y extraño. Algo que es poco frecuente en él. Este Jorge solía ser un locuaz y petulante “ejemplar” y en esa ocasión estaba muy callado y serio. Julia y yo nos miramos sorprendidos por la situación.


    —¿Qué pasa Sara? Pregunté. Y sin dar una respuesta, Sara huyó a tiempo de mi mirada inquisitiva. No te escondas por ¡Dios!.  Y volví a preguntar: ¿qué está pasando? ¿Algún problema que debamos saber?. No respondió. La incomodidad nos inundó, la tensión se palpaba, estaba presente, se podía tocar y sentir, era el quinto ocupante de aquel apestoso coche. 


    —Nos hemos “liado”… Dijo Jorge al fin, con un tono seco y pedante. 


    —Me quedé, atónito, anonadado… Sin palabras. La angustia y la impotencia estaban apaleando el alma. Desistí de todo y volví para subir a casa. La noche me atrapaba y solo me quedaba una opción: trasnochar sin remedio alguno. Hay que vivir arriesgando y morir por amor, esas eran dos de mis premisas filosóficas. Y efectivamente estuve toda la noche dándole vueltas a lo que había sucedido. En el fondo sabía qué podía pasar. Después de ello, fui incapaz de perdonar a Sara. Tal vez fue más culpa mía que de ella, no lo sé, la verdad, no lo tenía claro.


    Han pasado dos años y muchas otras cosas. Ahora, Julia y yo, nos reímos y lo vemos anecdótico, pero aquello y lo de “vivir arriesgando y morir por amor” nos hizo mucho daño.  

    Los cuatro aprendimos a amar desde el corazón y no desde la razón.

    A Julia y a mí, toda esta experiencia nos ha dado, nuestro hermoso amor, algo que antes era imposible.   Todo lo sucedido nos hizo olvidar el dolor del desamor y con nuevas ilusiones tejer premisas, ideas que nos permiten despedir a los amores con gratitud y empatía.


viernes, 10 de marzo de 2023

Autorretrato poético de John Gall.


Autorretrato noviembre 2022

Alzaba la mirada, una y otra vez

Alzaba la mirada para fingir, pero sin saberlo hacer.

Parecía poseído, parecía fuera de control, 

sobre los hombros, sobre el alma, mucho peso y mucho dolor


Tira los harapos, tira las cadenas, 

Tirarlos al mar.

Haz de tu lucha un poema, 

de tu poema una bandera,

de tu bandera un altar.

¡¡Ay, caminante…! ¡Tanto caminar!!


Ponte frente al espejo 

y no me niegues que ves….

Que ves un ser distinto, 

un caminante, caminante sobre un mar de nubes, 

nubes en alta mar.

Caminante en tu camino es hora de disfrutar,

Disfrutar de tu estilo, de tu estilo al caminar,

tu elegancia, tus sueños, tus sueños en el mar.

¡¡Ay, caminante…! ¡Tanto caminar!!


 Tus ojos son aceitunas

con ribetes de azabache

son la mirada de un niño, 

son la esperanza y la fortuna.

Tus miradas son estrellas, estrellas en alta mar

son luceros, son tu guía, tu guía al caminar.

Son tus lágrimas, suspiros, suspiros que van al mar


Tus sonrisas son un guiño, 

son bocados de futuro,

son las puertas de las entrañas,

 son las entrañas de tu alma,

tu calma al callar

Son tus labios fuego vivo, 

ardientes brasas de pasión y olvido, 

son ventanas al camino, 

el camino que te ha de llevar, 

al infinito al caminar

¡¡Ay, caminante…! ¡Tanto caminar!!


Son tus manos, gaviotas, gaviotas en alta mar,

son gaviotas de terciopelo, que dibujan al volar, 

corazones en la noche y en tu largo caminar

Son tus manos las llaves del alma, 

son capaces raptar la belleza,

la belleza entre tanta oscuridad

¡¡Ay, caminante…! ¡Tanto caminar!!


Tienes aspecto misterioso,

de bohemio y soñador

no tengas prisa por vivir 

Solo déjate sentir…

 El aire del camino… Del camino que has de seguir


 ¡¡Ay, caminante…! ¡Tanto caminar…!!

¡¡… caminar en alta mar!!


Noviembre 2022.


Adila

  Adila y la vuelta

La posición de las manos, arrugadas y secas, hacía las veces de un trípode al fotógrafo que quiere sacar la foto perfecta, el enfoque exacto. Tenía los dedos llenos de anillos y en las muñecas pulseras. En su rostro, la mirada era directa e inefable, esbozaba un gesto de amabilidad, amor y gratitud. El pelo recogido por un “topí”.

    Adila, madre de ocho hijos, estaba sentada frente al espejo de la alcoba, detrás, de fondo, un telar púrpura. Junto a la cama con dosel, había un baúl con objetos. Las paredes de color beige; las telas de la cama; las alfombras y las cortinas, que junto con el mobiliario; vivo en formas y colores, hacían que el momento estuviera envuelto en halo especial. La habitación transmitía sensaciones placenteras, con encanto.

    Adila se había sentado un instante a descansar del ajetreo de los últimos días. Eran los primeros días de noviembre, ya hacía dos años de la marcha de Nabil. Estas circunstancias la tenían últimamente muy alterada.

    El joven Mohamed, el menor de ellos, de 12 años de edad, acababa de llegar de la tienda de alfombras de la familia. Con la calma y amabilidad que le caracterizaba, besó en la mejilla a su madre. 

    —¡Madre!, Otra vez estás muy pensativa. ¿Estás bien?.¿Lo echas mucho de menos?.

    — Sí, contestó ella. 

    —Tranquila, repuso él— papá estará contento donde quiera que esté, y sabe que nos cuidaremos.

    Siguió sentada, con la mirada quieta, como ausente y divagando entre nostalgias y recuerdos. Muy confundida. No dijo nada más, pero se podía percibir los pensamientos de preocupación. Mohamed, tenía mucha empatía, y la sensibilidad de él, le hacían tener una fuerte conexión con Adila. Intuía con bastante certeza que su madre estaba satisfecha, aunque preocupada y triste. Ella nunca perdía la sonrisa.

    El sol estaba cayendo, y por la ventana entraban los últimos rayos de luz del día. La habitación se oscurecía, pero aún se veían los fuertes colores de las cortinas. 

    Nada sería igual que antes.  La guerra había terminado. Youssouf fue un buen padre, un cariñoso marido y un excelente compañero.

    Meses después. Nabil entró sin llamar, sin hablar, mucho más delgado, sus ojos tristes. Sus lamentos, sus lágrimas y su dolor, eran incontenibles. Se abrazaron con fuerza. ¡¡No pude estar en su adiós, cuanto lo siento!!

—Ella lo miró.


domingo, 10 de octubre de 2021

Rima LII

 LII

Olas gigantes que os rompéis bramando
en las playas desiertas y remotas,
envuelto entre la sábana de espumas,
¡llevadme con vosotras!
Ráfagas de huracán que arrebatáis
del alto bosque las marchitas hojas,
arrastrado en el ciego torbellino,
¡llevadme con vosotras!
Nubes de tempestad que rompe el rayo
y en fuego ornáis las desprendidas orlas,
arrebatado entre la niebla oscura,
¡llevadme con vosotras!
Llevadme por piedad a donde el vértigo
con la razón me arranque la memoria.
¡Por piedad! ¡Tengo miedo de quedarme
con mi dolor a solas!

lunes, 29 de marzo de 2021

¿Te acuerdas? MAS. Algunos suspiros perdidos.

 ¿Te acuerdas Mas, cuándo, el leve roce de nuestras manos nos hacía temblar la mirada?

¿Te acuerdas Mas, cuándo temprano de mañana, una leve sonrisa, una mirada sencilla, nos estremecía?

¿Te acuerdas Mas, cuándo irresistibles compartimos aquella tarde de septiembre?. Parecía, primavera, parecía, … Infinita esencia.


viernes, 23 de octubre de 2020

Poema del Renunciamiento. (José Ángel Buesa)

 RENUNCIAMIENTO


Pasarás por mi vida sin saber que pasaste,
pasaras en silencio por mi amor, y al pasar,
fingiré una sonrisa con un dulce contraste
del dolor de quererte...y jamás lo sabrás.

Soñaré con el nacer virginal de tu frente,
soñaré con tus ojos de esmeralda de mar,
soñaré con tus labios desesperadamente,
soñaré con tus besos... y jamás lo sabrás.

Yo te amaré en silencio, como algo inaccesible,
como un sueño que nunca llegaré a realizar,
y el lejano perfume de mi amor imposible,
rozará tus cabellos … y jamás lo sabrás.

Y si un día una lágrima denuncia mi tormento,
el tormento infinito que te debo ocultar,
te diré sonriente; “no es nada, ha sido el viento”,
me secaré las lágrimas...y jamás lo sabrás.

Puedo tocar tu mano sin que tiemble la mía,
y no volver el rostro para verte pasar.
Puedo apretar mis labios un día tras otro...
y no te puedo olvidar.

Puedo mirar tus ojos y hablar frívolamente,
casi aburridamente sobre un tema vulgar,
Puedo decir tu nombre con voz indiferente...
y no te puedo olvidar.

Puedo estar a tu lado como si no estuviera,
y encontrarte cien veces, casi como al azar.
Puedo verte con otro sin suspirar siquiera...
y no te puedo olvidar.

Ya ves: tú no sospechas este amargo secreto,
más amargo y profundo que el secreto del mar,
ya que puedo dejarte de amar y sin embargo...


NO TE PUEDO OLVIDAR.

miércoles, 14 de octubre de 2020

Tus ojos negros.


Ojos de Córdoba

Tienes ojos negros del azabache de las aceitunas.
Yo diría que tu miradas son flores y explosión de poesía, 
son amapolas en el desierto y en pura armonía.

Y que tus ojos son el inefable aliento de una orquídea brillante y plena de alegría.
Decorados éstos de tu dulce voz, de tu rastro amable, de tu sonrisa limpia 
y hacen perfecta poesía.

Todo a un tiempo es una explosión de que ensordece al poeta, 
catarsis de emoción y sibilina inspiración. 

Pobre poeta, quieto y tembloroso, ruin en la tristeza, atónito observa.
¡Eso que ves, triste poeta, es la primavera en plena armonía!.

Ni Julio Romero, ni Dora con sus artes. 
Ni ningún poeta, ni ninguna sinfonía,
 nunca nadie jamás crearía ni de lejos tanta "María".




viernes, 18 de septiembre de 2020

Podrá nublarse ....


POEMA XCI

 Podrá nublarse el sol eternamente;

Podrá secarse en un instante el mar;

Podrá romperse el eje de la tierra

Como un débil cristal.

¡todo sucederá! Podrá la muerte

Cubrirme con su fúnebre crespón;

Pero jamás en mí podrá apagarse

La llama de tu amor.



La rima del poema XCI de Bécquer es asonante y no todos los versos riman. 


COMENTARIO 

El primer verso parece empezar in media res en el sentido de que empieza directamente con un verso en futuro. Parece como si hubiéramos empezado a escuchar al poeta en mitad de una conversación e interviniera directamente con un verso en futuro, asegurando que una acción concreta sucederá.


     El tercer y cuarto versos son interesantes y encontramos el primer encabalgamiento. En él se lee, parafraseo, que el eje de la tierra se romperá como un débil cristal, cosa que no podrá suceder más adelante con el cristal. Incluso la Muerte interviene en este corto poema de Bécquer y, de nuevo, saldrá derrotada frente a la llama del amor.

domingo, 13 de septiembre de 2020

Ciudad sin Sueño. Federico García Lorca.

Ciudad sin Sueño.

No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie.
Las criaturas de la luna huelen y rondan sus cabañas.
Vendrán las iguanas vivas a morder a los hombres que no sueñan
y el que huye con el corazón roto encontrará por las esquinas
al increíble cocodrilo quieto bajo la tierna protesta de los astros.
No duerme nadie por el mundo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Hay un muerto en el cementerio más lejano
que se queja tres años
porque tiene un paisaje seco en la rodilla;
y el niño que enterraron esta mañana lloraba tanto
que hubo necesidad de llamar a los perros para que callase.
No es sueño la vida. ¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta!
Nos caemos por las escaleras para comer la tierra húmeda
o subimos al filo de la nieve con el coro de las dalias muertas.
Pero no hay olvido, ni sueño:
carne viva. Los besos atan las bocas
en una maraña de venas recientes
y al que le duele su dolor le dolerá sin descanso
y al que teme la muerte la llevará sobre sus hombros.
Un día
los caballos vivirán en las tabernas
y las hormigas furiosas
atacarán los cielos amarillos que se refugian en los ojos de las vacas.
Otro día
veremos la resurrección de las mariposas disecadas
y aun andando por un paisaje de esponjas grises y barcos mudos
veremos brillar nuestro anillo y manar rosas de nuestra lengua.
¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta!
A los que guardan todavía huellas de zarpa y aguacero,
a aquel muchacho que llora porque no sabe la invención del puente
o a aquel muerto que ya no tiene más que la cabeza y un zapato,
hay que llevarlos al muro donde iguanas y sierpes esperan,
donde espera la dentadura del oso,
donde espera la mano momificada del niño
y la piel del camello se eriza con un violento escalofrío azul.
No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
¡azotadlo, hijos míos, azotadlo!
Haya un panorama de ojos abiertos
y amargas llagas encendidas.
No duerme nadie por el mundo. Nadie, nadie.
Ya lo he dicho.
No duerme nadie.
Pero si alguien tiene por la noche exceso de musgo en las sienes,
abrid los escotillones para que vea bajo la luna
las copas falsas, el veneno y la calavera de los teatros.
No duerme nadie.
Pero si alguien cierra los ojos,

sábado, 12 de septiembre de 2020

Rima LIV

 

Rima LIV

Yo sé cuál el objeto
de tus suspiros es;
yo conozco la causa de tu dulce
secreta languidez.

¿Te ríes?... Algún día
sabrás, niña, por qué.
Tú acaso lo sospechas,
y yo lo sé.

Yo sé cuándo tú sueñas,
y lo que en sueños ves;
como en un libro, puedo lo que callas
en tu frente leer.

¿Te ríes?... Algún día
sabrás, niña, por qué.
Tú acaso lo sospechas,
y yo lo sé.

Yo sé por qué sonríes
y lloras a la vez;
yo penetro en los senos misteriosos
de tu alma de mujer.

¿Te ríes? ... Algún día
sabrás, niña, por qué;
mientras tú sientes mucho y nada sabes,
yo, que no siento ya, todo lo sé.

viernes, 11 de septiembre de 2020

jueves, 10 de septiembre de 2020

Si alguna vez.

Si alguna vez oliste el olvido.

Si alguna vez oíste el dolor.

Si alguna vez respiraste el sabor…

Si Ella es enorme. Ella es eterna y brillante. 

Ella es tu amor.

Eso, eso es vivir o sufrir. ¡Qué más da! ¡, eso es el presente, el pasado: el dolor!

No te horrorices, deja fluir el tiempo y deja crecer el amor. 

¿Todo llega?, dicen, eso es un error, pues después de la muerte, hay algo de amor



John Gall. Bécquer ga.