Ir al contenido principal

No hay dos sin tres...

...ni falta que hace, pues tres tropiezos serían mucho para ser tan frágil como sensible. Cenizas y despojos de alma triste y ruin. Tu piedra eres, insensible y dura gota de agua en el desierto del jardín del poeta. Flor petrificada, vestigios de amistad rota por la indiferencia y soberbia.
No, no es reprochable lo que se amó, lo que hizo feliz, lo que hizo sonreír y sentir acelerar el pulso.
Camino dejado atrás, horizonte nuevo levantado de mis trozos de alma. Alma transparente y sincera. Alma vilmente castigada por dolor de la vida que se fué...socorro sin respuesta...
Respuestas inexistentes. Inexistente tu existencia. Tu existencia sin mi.
Sin rencor. Con olvido. Te brindo futuro y un nuevo jardín.
Gracias, no podría expresar sensibilidad sin destrozos por ti provocados.
Gracias amor.

Entradas populares de este blog

LXI

LXI Al ver mis horas de fiebre e insomnio lentas pasar, a la orilla de mi lecho, ¿quién se sentará? Cuando la trémula mano tienda próximo a expirar, buscando una mano amiga, ¿quién la estrechará? Cuando la muerte vidríe de mis ojos el cristal, mis párpados aún abiertos, ¿quién los cerrará? Cuando la campana suene (si suena en mi funeral), una oración al oírla, ¿quién murmurará? Cuando mis pálidos restos oprima la tierra ya, sobre la olvidada fosa ¿quién vendrá a llorar? ¿Quién, en fin, al otro día, cuando el sol vuelva a brillar, de que pasé por el mundo, quién se acordará?

SI ME NECESITAS, LLÁMAME Por Raymond Carver

 SI ME NECESITAS, LLÁMAME Por Raymond Carver De su libro de relatos póstumos: Si me necesitas, llámame. Aquella primavera habíamos tenido una relación cada uno por nuestro lado, pero cuando el curso acabó en junio decidimos alquilar nuestra casa de Palo Alto y marcharnos los dos a pasar el verano a la costa norte de California. Nuestro hijo, Richard, iría con su abuela, la madre de Nancy, a Pasco, Washington, donde trabajaría todo el verano con idea de tener algo de dinero ahorrado en otoño cuando ingresara en la universidad. Su abuela estaba al tanto de lo que pasaba en casa y había hecho lo imposible para que lo mandáramos con ella, ocupándose de encontrarle trabajo para cuando llegara. Había hablado con un agricultor amigo suyo que le prometió un empleo para Richard. Trabajo duro, porque tendría que levantar cercas y hacer fardos de heno, pero Richard estaba entusiasmado. Se marchó en autobús a la mañana siguiente de la entrega de diplomas en el instituto. Lo llevé a la estación...

La memoria de tu olvido (II). Versión canónica.

  La memoria de tu olvido (II) El eco del concierto de aquella noche se desvanecía, dejando un silencio que amplificaba el peso de la carta, aún cerrada. La luz de la lámpara del hotel dibujaba sombras enfermas en las paredes. Sentado al borde de la cama, Enrique sostenía la carta como si se quemara con ella. Miraba de soslayo por el ventanal, donde la ciudad se callaba bajo un laberinto infinito de luces difusas. Sus dedos temblaban, su mente divagaba y lo arrastraba una y otra vez a las huellas de sus recuerdos. El portazo sonó de nuevo. El adiós de Eva, ardía en su pecho. Los gritos estallaron en mil pedazos y cayeron al suelo. Tenía los puños tan apretados que sus uñas parecían garras clavadas en la piel. Cada palabra de su padre era una puntilla oxidada perforándole el cráneo. —Mientras vivas aquí… —Harás lo que yo diga —gruñó apretando los dientes—. Eres menor. ¡Y punto! —Su voz tronó como la de un militar cabreado. Sus ojos echaban chispas. Sus manos enormes —como puertas ...