John Galls-Bécquer.ga. Relatos cortos y poesías.

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Si alguna vez.

Si alguna vez oliste el olvido. Si alguna vez oíste el dolor. Si alguna vez respiraste el sabor… Si Ella es enorme. Ella es eterna y brillan...

jueves, 25 de mayo de 2023

Discurso de Federico García Lorca al inaugurar la biblioteca de su pueblo: Fuente de Vaqueros (Granada). Septiembre 1931.

 El 18 de agosto de 1936, fusilaron debajo de un olivo, en Granada a las 4:45 de la madrugada, al gran poeta español Federico García Lorca.

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Discurso de Federico García Lorca al inaugurar la biblioteca de su pueblo: Fuente de Vaqueros (Granada). Septiembre 1931.


Medio pan y un libro


"Cuando alguien va al teatro, a un concierto o a una fiesta de cualquier índole que sea, si la fiesta es de su agrado, recuerda inmediatamente y lamenta que las personas que él quiere no se encuentren allí. 'Lo que le gustaría esto a mi hermana, a mi padre', piensa, y no goza ya del espectáculo sino a través de una leve melancolía. Ésta es la melancolía que yo siento, no por la gente de mi casa, que sería pequeño y ruin, sino por todas las criaturas que por falta de medios y por desgracia suya no gozan del supremo bien de la belleza que es vida y es bondad y es serenidad y es pasión. Por eso no tengo nunca un libro, porque regalo cuantos compro, que son infinitos, y por eso estoy aquí honrado y contento de inaugurar esta biblioteca del pueblo, la primera seguramente en toda la provincia de Granada.

No sólo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales que es lo que los pueblos piden a gritos. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio de Estado, es convertirlos en esclavos de una terrible organización social.

Yo tengo mucha más lástima de un hombre que quiere saber y no puede, que de un hambriento. Porque un hambriento puede calmar su hambre fácilmente con un pedazo de pan o con unas frutas, pero un hombre que tiene ansia de saber y no tiene medios, sufre una terrible agonía porque son libros, libros, muchos libros los que necesita y ¿dónde están esos libros?

¡Libros! ¡Libros! Hace aquí una palabra mágica que equivale a decir: 'amor, amor', y que debían los pueblos pedir como piden pan o como anhelan la lluvia para sus sementeras. Cuando el insigne escritor ruso Fedor Dostoyevsky, padre de la revolución rusa mucho más que Lenin, estaba prisionero en la Siberia, alejado del mundo, entre cuatro paredes y cercado por desoladas llanuras de nieve infinita; y pedía socorro en carta a su lejana familia, sólo decía: '¡Enviadme libros, libros, muchos libros para que mi alma no muera!'. Tenía frío y no pedía fuego, tenía terrible sed y no pedía agua: pedía libros, es decir, horizontes, es decir, escaleras para subir la cumbre del espíritu y del corazón. Porque la agonía física, biológica, natural, de un cuerpo por hambre, sed o frío, dura poco, muy poco, pero la agonía del alma insatisfecha dura toda la vida.

Ya ha dicho el gran Menéndez Pidal, uno de los sabios más verdaderos de Europa, que el lema de la República debe ser: 'Cultura'. Cultura porque sólo a través de ella se pueden resolver los problemas en que hoy se debate el pueblo lleno de fe, pero falto de luz."


En la imagen leyéndole a su hermana Isabel García.

viernes, 12 de mayo de 2023

La isla y los deseos

 La isla y los deseos

Miguel recoge a Marta y Jose en la estación de tren. Son las once de la mañana del sábado uno de abril. En la marisma todavía no hace mucho calor y los mosquitos, moscas y otros insectos, aún no son abundantes como en mayo o junio, lo que evitará a los visitantes sufrir ese calvario que también conocen los “marismeños”.

    Han quedado para hacer una ruta turística por donde se grabó la película “La Isla Mínima”. Jose y Marta están casados y ambos son  grandes aficionados al cine. Aparentemente, son una pareja feliz, y puede ser a pesar de que Miguel sabe que ella ha sido infiel, al menos, en dos ocasiones. Ellos tienen mucho interés en conocer la zona donde se grabó una de sus películas favoritas.

    Inma, la esposa de Miguel, se incorporará al grupo para la comida. Tiene que terminar de corregir los exámenes. Ella es profesora en un instituto.

    Miguel se ha criado en la zona y conoce perfectamente el lugar del rodaje. Se ofreció hace para hacer de guía local y les va a enseñar el “plató natural”  de la película. Pero al mismo tiempo, su tierra, esa que le vio crecer y de la que está muy orgulloso.

     Comienzan el recorrido y al poco, pasan por la laguna de Los Tollos y a unos kilómetros cruzan por el cortijo de Melendo en dirección a Vetaherrado y San Leandro. El camino que va entre los muros lo llevará la antigua fábrica de envasado de arroz llamada “Cotemsa”. El trayecto  discurre por una inmensa zona llana que por su cercanía al mar tiene algunos acuíferos con aves. Aquella marisma fue, en época tartésica, un lago de agua dulce del que surgieron las tres islas de la zona: Isla mayor, Isla menor y la llamada Isleta o Isla Mínima. 

    En Cotemsa Miguel, hace la primera parada y pone a prueba a sus “turistas”. Se preguntan si “¿Serán  capaces de recordar qué escena de la película se rodó allí?”. Miguel sabe y reconoce cada toma de la película y el sitio exacto de su rodaje.

     —Ahí, a la derecha, estaba la feria, los cacharritos y los puestos —dice Jose antes que Miguel abra la boca—. Es una de las primeras escenas de la película. 

    —Exacto. Por eso he accedido por aquí, para que vierais el plano tal y como está rodado.

—Qué curioso, no se parece mucho. En la película parece más grande —dijo Marta—. Nunca me lo imaginé así. —mirando al frente, al mismo tiempo observa el movimiento que, con las manos, que hace Miguel mientras explica cada detalle del poblado y de la gente que allí vivió: “Qué Miguel tiene unas manos muy bonitas y suaves. ¿Y ese anillo es nuevo?, no recuerdo que lo tuviera la última vez… Me encanta”. 

    Marta sabe que aquellos pensamientos le terminarán creando problemas. No es la primera vez que se ha visto comprometida. Es consciente que algún día algo fallará en su maquiavélico y frívolo plan. Su frialdad enfermiza decaerá y será entonces la hora de rendir cuentas. Sin embargo, de momento disfruta como una cazadora infalible —una mantis religiosa que tiene abrazada otra víctima “mortal”. 

    A Miguel le emociona aquel sitio. Es donde ha crecido y del  que forma parte. Se siente protagonista y hoy sus compañeros, altos dirigentes en la empresa, están pendientes de él y se creerán todo lo que les cuente. Hoy no recibirá estúpidas órdenes autoritarias  y se ve el dueño de la situación. Se siente seguro hablando de ese mundo rural, de sus gentes y sus costumbres. Un mundo que parece de otra época, pero no lo es. Está orgulloso a pesar de las penurias que vivió allí cuando era joven. Le encantan aquellos paisajes típicos de armajos, esas charcas salitrosas con flamencos y garzas;  esos arrozales y los campos de algodón, remolacha y girasoles. Todo eso es un mundo que le pertenece.

     —Esta zona es el “pre” parque de Doñana. En Cotemsa se grabaron varias escenas; la de la feria, la visita a la señora que alquila la casa, el colegio donde entrevistan a las amigas de las niñas y el bar donde los protagonistas toman una copa —dijo Miguel.

    —Puede ser, sí —dijo Jose.

    —Te lo puedo asegurar. Tengo amigos que fueron figurantes. Es inconfundible el exterior; tanto de los secaderos de arroz, como del colegio y la feria.

    —Y ese edificio de la izquierda, ¿qué es? 

    —Es la nave central de la antigua fábrica de arroz. —En las paredes hay un letrero, borroso por el paso del tiempo, que pone: Rocío con as letras blancas sobre fondo rojo—. Ya está en desuso. Si os fijáis esa elevación que va en paralelo al camino —señalando a la izquierda—, es un canal de abastecimiento de agua a los arrozales. Le llaman el canal de los presos. Lo hicieron en la posguerra con presos de la república.

    Marta, al ver que el coche va muy despacio, se ha quitado el cinturón y se ha colocado acercándose a los asientos delanteros —Miguel percibe el respirar de ella—. Así tiene mejor vista, de la marisma, de los caminos y de las manos de Miguel. Él mira por el espejo y la ve emocionada, se clavan las miradas. Marta lleva una camiseta ceñida y se le notan los pechos. “Tal vez no lleva sujetador” —pensó. Miguel está nervioso y el tic de su ojo derecho, vuelve a aparecer.

    Por las ventanillas del coche entra un profundo olor a salitre, a fango, a humedad y yerba, en definitiva huele a Marisma.

    Continúan en dirección a El Trobal y Maribañez. A ambos lados, se pueden ver los secaderos de arroz (se utilizan para secar el grano después de la recolección). Los campos están preparándose para la siembra, que está próxima. 

    Un poco más adelante cruzan por el poblado de Sacramento. Se respira un intenso olor  a hierba. Esta vez esa hierba no es de las cunetas y de los campos, sino que proviene de los patios de las casas. Aquí, como en toda la comarca, la gente tiene otras formas de obtener ingresos. Los jornales no dan para mucho, son escasos, por la mecanización del campo, y pagan poco. Sanlúcar está a un paso. El Guadalquivir es una autopista para las organizaciones de traficantes. Los cabecillas se dedican a comprar a los pequeños productores —cualquier vecino de cualquier poblado—. Estos tienen asegurada la venta y para las bandas, hay muchas salidas por los caminos de las marismas. 

    Miguel para el coche y les invita a dar un paseo junto al canal principal que transcurre en paralelo a los arrozales. Miguel ayuda a bajar del todoterreno a Marta —sienten el roce de sus manos que les provoca un pellizco en el estómago. Ella está nerviosa—. De inmediato, Marta reconoce que en esa parte es donde se encontraron los cuerpos de las niñas.

    —A un lado del camino, un cuerpo,  y justo en la otra parte del carril, el otro —dijo Jose.

    En ese instante pasa un coche, tipo ranchera, a una velocidad inadecuada levantando una polvareda por el camino. Miguel se percató que el coche llevaba un logotipo con un dibujo, que quiso parecerle un grajo con un anagrama que no pudo leer. Miguel levantó las manos en señal de protesta.  Y continuó explicándoles.

    —Si os fijáis, esta es la zona típica de marisma, la que se ve desde la avioneta y que parece, si se traslada a una escala menor, a las ramas de un árbol o incluso a los nervios de una hoja. O sin ir tan lejos, las venas de nuestro cuerpo tiene estructuras parecidas.

    —Miguel, ¿cómo se llaman estos arbustos? —señalando un armajo — dice José.  

    —Esos son armajos o armaos. Los hay de varias especies. Todos pueden vivir en agua con alta salinidad. Esas que están en el canal, son juncos y carrizos. Las aves que acaban de salir a medio vuelo, son polluelas y aquellas que se ven al final, espulgabueyes o garzas blancas.

    —Nos estás dando una estupenda clase de biología —dijo Marta con una mirada arrolladora que Miguel no puede pasar por alto. 

    —De biología y de cine, mi amor —dice Jose.

    —Bueno, no es para tanto. Cualquier lugareño lo podría hacer igual o mejor que yo. —Miguel piensa que Jose es patético. Sabe que tiene una amante, se lo comentó el día antes en la oficina, y prácticamente al rato, le dice: “… mi amor”. ¿Pero este tío de qué va?.

    El sol está en todo lo alto y apetece quitarse el abrigo. Ha pasado más de una hora. Continúan con la marcha y se acercan al río. Llegan por la llamada carretera de “plástico” que pasa por “el rincón del prado”. Es este,  un lugar atípico, es como un oasis donde hay árboles; algunos eucaliptos, olivos e higueras. Ahí anidan las águilas pescadoras y los aguiluchos laguneros —dijo el guía—.  Son las ruinas de un antiguo cortijo llamado Merlina

    —Qué nombre tan curioso y llamativo —dijo Marta.

    —Sí, me recuerda a la Familia Adams —comentó Jose.

    —Mirad por esta ventana. El plano desde la distancia es precioso. Hizo una foto con el objetivo puesto en la ventada. Detrás se veía el río y al fondo el horizonte  casi infinito y totalmente plano.

    En las paredes, que aún están en pie, hay un grafiti donde se puede leer “MAS” dentro de un corazón atravesando por una fecha y un pájaro encima. Parece un cuervo o un grajo y está picoteando las letras. Sugieren que puede ser donde el lugar donde torturaron y violaron a las niñas… Miguel siente una extraña premonición. Ese grafiti se le clava en el pecho.  Miguel lo relaciona con su mezquindad. Se le viene a la mente que es un traidor y no sabe qué hacer ante una situación, a la que no está acostumbrado. Puede negarse, pero la tentación y la persistencia de su adversario lo vence una y otra vez. De nuevo su tic a escena. 

    Piensa que si estuviera Inma con ellos, sospecharía de algo raro.

Miguel reflexiona que si comparamos el matrimonio con la vida de una persona, el enamoramiento del principio sería el equivalente a la protección y los mimos de los primeros años de vida. Pero a los diecisiete o dieciocho años de relación, el niño ya camina solo y es un conflictivo adolescente que se guía por las apariencias y que quiere aquello que no tiene. Y que no lo tiene, porque no ha sido capaz de ganárselo o de reconocérselo. No se ha respetado y cuidado y ahí está: muriendo en vida. Ese adulto es un mentiroso, un vanidoso y un miserable incapaz de decirse a sí mismo la verdad. Así es, así somos algunas personas con el paso del tiempo.

    Continúan por la orilla del río durante siete u ocho kilómetros, por una zona que se llama “La Señuela”. Es un lugar donde siempre ha habido ganado vacuno debido a que el paso de los barcos inundan las orillas y  permite que aquí siempre haya hierba fresca. Se vuelven a parar y sentados sobre un tronco de eucalipto seco, charlan y bromean. Se refleja en las ventanas del coche y el sol moleta, Miguel se pone la mano para protegerse del sol. Los tres tienen buen rollo. Se divierten y se les nota que están disfrutando del paseo. En ese preciso momento ven navegando un enorme barco de contenedores que se dirige hacia el puerto de Sevilla —va río arriba, en dirección a Coria. 

    —Es curioso —dice Jose.

    —La verdad, parece mentira. Cuánta importancia tiene este río. Imaginaros con una lancha rápida, lo que se tarda en traer la droga por los traficantes. 

    —¿Es que hay mucho tráfico de drogas por aquí? —pregunta Marta.

    —Pues no lo sé, pero en los pueblos siempre se escucha que hay detenidos. 

    —Mirad, ¿veis esa pequeña embarcación con los soportes a los lados?.

    —Sí, ¿aquella que tiene tonos azules? —dice Jose.

    —Sí esa. Esas barquitas son de los anguileros. Actualmente, está prohibida la pesca de las anguilas, pero las barquitas las usan para capturar a otros peces del río: la carpa común, el pez sol, el pez gato y otros que no recuerdo. Aunque no solo la utilizan para pescar. La noche y las guardias que hacen, os aseguro que están bien pagadas.

    Marta siente mucha curiosidad por conocer aquel lugar donde Miguel ha crecido. Siempre se lo ha mencionado en sus charlas en la oficina. Reconoce que es un buen hombre, sencillo, hospitalario, muy amable y atento. Una persona que todo se lo ha ganado a pulso. Un tío de “pueblo”  culto y sensible. Es un hombre especial y  por el que siente una enorme atracción y curiosidad. Todo esto la arrolla y le arrastra al infinito, aunque al minuto lo olvide. Ella es capaz de entregarle cosas que no lo haría con otro tipo de hombre más finos y retacados.

    En la bodega-abacería — donde esperan a Inma—, toman un vino blanco llamado “pata negra”. Lo acompañan con unas aceitunas, unos cacahuetes y unos cuantos de altramuces. El ambiente es espléndido. La gente grita y se saludan unos a otros con un elevado tono de voz. Huele a bodega, a uvas pasas, a albero y a vino. En este contexto, ya sienten otra vez la imparable atracción mutua. Miguel se veía de nuevo atrapado entre el deseo descontrolado y la moral y el matrimonio. “Joder, Miguel, que está con su marido”—se reprochó. A pesar de ser consciente, no tiene medios de detener esa obsesión demoníaca, como otras veces si hizo. Esta situación se les escapa de las manos. Ambos están atentos a cada gesto del otro, cualquier escusa vale para acercarse y un leve roce o  una mirada o cualquier otro gesto, por muy correcto y cortés que parezca, es una bomba… Saben que esto va a terminar muy mal. Mientras Miguel elucubra, observa que entre tanto jaleo, Marta hace un gesto con la cabeza dirigiéndose a los servicios. “Dios mío, se  ha vuelto loca… Qué atrevimiento” —pensó de inmediato. Ha aprovechado que Jose fue a fumar y que Inma hablaba con los de la mesa de al lado. Miguel está abrumado, cree estar enajenado y no sabe cómo reaccionar, pero justo en ese instante, llegan unos vecinos y se saludan eufóricamente, que aunque no le caen bien, lo han salvado de las garras de ella. Suspira aliviado. Ha salvado “in extremis” su matrimonio.

    Ya en el restaurante donde almuerzan, Inma y Jose se sientan frente a Miguel y Marta. Saborean el arroz con anguilas, los albures en adobo, los camarones de río y otros platos típicos de la zona. 


    —Bueno, qué os ha parecido mi tierra y el escenario de “La isla mínima” —preguntó Inma.

    —Es un lugar maravilloso. Antes de venir, nos parecía que era una tierra triste y pobre, árida y sin vida. Pero nos ha sorprendido. Estamos encantados —dijo Jose.

    —A mí me ha maravillado. También es digno de elogiar —dijo en tono simpático Marta— el guía que hemos tenido; es un experto, un biólogo excelente y muy amable. No hay más que reconocer que puede montar una empresa de turismo local…—todos ríen.

    —Inma, qué te ha pasado, te has retrasado. ¿Algún problema? —preguntó Miguel un poco incómodo por la tardanza.

    —No, no nada. Vino mi compañero Roberto porque teníamos que establecer criterios comunes para aplicar en los exámenes. Como sabes,  soy la coordinadora del departamento y me ha tocado. Es algo que teníamos que hacer y ya nos lo hemos quitado de encima.


    Inma y Roberto se conocen desde jóvenes. 

    Cuando Roberto llegó a casa,  para no hacerlo esperar, Inma le abrió la puerta, pero bajó con el albornoz. Ella estaba preparándose para el almuerzo con los amigos de su esposo. Esto despertó la atracción que Roberto siempre había tenido por ella, pero que nunca exteriorizó —inteligentemente prefirió la soltería—. El caso es que Inma le dijo:

     —Disculpa que te reciba así. Por favor, pasa y ponte cómodo. Tardo cinco minutos —dijo ella un poco avergonzada.

    —Sí. No te preocupes, tranquila, no tengo prisa. 

    —¿Quieres tomar algo?.

    —Un poco de agua me vendrá bien. Gracias. 

    Inma se dirigió a la cocina y le trajo una jarra con agua y un vaso. Él no dejó de mirarla cuando iba de espalda. Después disimuló y se sintió un poco cortado. Era una situación comprometida. Tenía una mezcla de sentimientos que le hacían sudar las manos, se podía ver que estaba bastante nervioso. De hecho, ella le preguntó:

    —Roberto, ¿te pasa algo?. Estás pálido.

    —No, nada. De vez en cuando se me baja la tensión. Pero, nada, con el agua se me pasa en poco tiempo.

    —¿Prefieres un refresco?

    —No, de verdad, estoy bien.

    —Vale, vale. Pues ahora mismo bajo. 

Después del almuerzo, pasearon por las calles encaladas, con balcones y grandes portalones. Casas de vecinos, espadañas, iglesias y conventos, todo un recorrido lleno de arquitectura típica. Cansados ya, decidieron hacer una última parada, y  fueron a la tetería Andauni, especializada en té y pasteles y pastas típica. Allí tomaron rooibos, té y degustaron un surtido de pasteles.

—Os recomiendo que probéis el rooibo con naranja y chocolate —dijo Miguel.

—Yo prefiero un té verde —comentó Marta.

—¿Os parece bien si pedimos un surtido de pasteles? —preguntó Inma.

—Vale, por mi perfecto. Lo que os apetezca —dijo Jose que estaba saciado y muy muy cansado.

—Me parece bien —dijo Marta.

—Sabéis, ha sido un estupendo día, gracias por permitirme enseñaros las entrañas de esta tierra, tan maltratada por unos y otros —dijo Miguel con sequedad—. Aquí vive gente honrada, trabajadora, honesta y que lucha, desde hace muchos años, por su bienestar y el desarrollo rural. 

Inma llevaba un pañuelo al cuello que tenía dibujado una pintura de Van  Gogh —Noche estrellada—. Este pañuelo se lo regaló su marido. Todos lo vieron como un complemento perfecto y que ocultaba algo. Parece que es un moretón.  

    Todos al tiempo, como por arte de magia, guardaron un extraño silencio.


miércoles, 10 de mayo de 2023

El tendedero tiene vida


El tendedero está lleno de pinzas que sostienen con firmeza las prendas recién lavadas. Las pinzas parecen estar felices y tranquilas bajo el sol primaveral. Pero no hace mucho, durante el invierno, algunas de ellas estaban quejosas. La pinza roja no dejaba de protestar: “¡Qué frío hace, odio el invierno!, además otra vez me ha tocado esa toalla pesada. Qué mala suerte tengo”. En cambio, las pinzas azules, algunas de ellas desgastadas, se quejaban de tiempo cambiante en primavera; ahora, sol; ahora, lluvia; ahora, viento. Prefieren el otoño, es más tranquilo y estable. Ese día, a pesar de lo divertido del balanceo que el viento del este, les dolía la cabeza. “¡Qué cansino es este viento!”.  Pero las pinzas naranjas, siempre sonrientes, estaban contentas con todo lo que sucedía a su alrededor. Agradecían la lluvia y disfrutaban del sol por igual. Si hace viento: nos balanceamos, y hace lluvia; nos refrescamos. Además, ese día, les toco sujetar la camiseta verde y blanca. Estaban exultantes. 

    Ahora que el verano ha llegado al sur, las pinzas rojas toleran bien el sol, pero se quejan de que están perdiendo su intenso color. Las azules, con el ceño fruncido, anhelan la lluvia y el viento, ya que les parece mucho más entretenido. Por otro lado, las pinzas naranjas continúan sujetando la ropa con firmeza —aunque les ha tocado la toalla pesada—, mientras cantan al ritmo de los pájaros que se posan en el alambre. El tendedero es un mundo lleno de colores y personalidades, y solo los que saben para donde navegan, el tiempo le es favorable. 

jueves, 4 de mayo de 2023

La infancia

Gracias a papá, el niño Juan casi nunca tuvo infancia. Solo algunos ratos. ¿Jugamos a los tejos?, no tengo tiempo. ¿Jugamos a la pelota?, no tengo tiempo. Pepe nunca tuvo tiempo. Juan a los cincuenta juega y consuela su niño que ahora también se llama Mario. Los recuerdos de Juan, entre pesadillas y “no tengo tiempo”. Entre las unas y “no tengo tiempo” el niño Juan recuerda el olor a campo, tomillo o hinojos. Jornalero de sol a sol, con la infancia perdida en la posguerra. Meciendo sus noventa primaveras farfulla: no volverá a suceder. ¿Jugamos?

lunes, 1 de mayo de 2023

Armario y cornisa

Armario o cornisa. ¿Y por qué no ambos?. Lucrecia se tapó apresuradamente con las sábanas blancas. 

—Marta: tú al armario; Mario: tú a la cornisa. 


Alguien entró en la habitación. Era Juan, su esposo. 


—¿Qué haces aquí?. 

—Buena pregunta. ¿Y tú?


Huele a su perfume —pensó—… abrió el armario y encontró a su amante. Sin mirar preguntó:


—¿Esta es tu reunión?

—No, es tu visita al dentista.

—Falta alguien —dijo Juan.

—No hay nadie en la cornisa.


Están llamando a la puerta de la habitación número 69. Será la recepcionista con las llaves. 

Es hora de volver a casa.

domingo, 16 de abril de 2023

El viento nunca es favorable

El viento nunca es favorable.

La noche había sido  lluviosa y con viento. El día estaba gris y el ambiente ruidoso y frío. Lunes quince de marzo a las siete de la mañana.

    Venga que llegamos tarde —me dijo con aspereza— sin ni siquiera dar los buenos días.   —Continuó diciendo— Juan, no puedes llegar siempre tarde, estoy cansado de tu impuntualidad y tus impertinentes excusas. ¡Ni una más, Santo Tomás! —vociferó—. El tren sale en cinco minutos, y yo llevo diez esperando y además he dormido fatal esta noche. Estoy muy estresado y preocupado por todas mis cosas. Llevo unos días en los que me es imposible estar tranquilo ni un solo instante. No puedes hacerme esperar siempre. Estoy harto.

—Disculpa —le dije sin saber muy bien a qué se debía esa actitud, es un tío muy educado y me resultó extraño. Entré en el coche y me mantuve callado. Hacía tiempo que no lo veía mover el ojo derecho. Miguel tiene un tic y la gente lo conoce por “Miguel, el del tic” y se le acabó llamando Migueltic.

    De camino a la estación, ya con un tono de voz más tranquilo, me confesó que no me podía imaginar lo que en aquellos días le estaba pasando. Sé que es un mujeriego y mi primer pensamiento fue: “este tiene otro lío de faldas”. Pero, no,  me percaté que él nunca lo se pone triste en sus derrotas amorosas, al parecer, él siempre  se sentía triunfador. Esa vez no era así, con lo cual supuse: “este tío tiene otro tipo de problemas”.  Seguidamente, me dijo que no le sucedía lo que yo probablemente estaba suponiendo. Me está leyendo la mente, y sabía el porqué yo lo pensaba. Yo  la verdad, a esa hora, no era persona, estaba muerto de sueño y pasaba de él (del pijo guaperas). Y  además me molestó con sus reproches y sus supuestas infidelidades y vacilaciones. No hice ni dije nada.

    Miguel parecía fuera de sí con sus ojos azules excesivamente abiertos y un rostro descolocado. Es alto, delgado, con pelo castaño y piel muy blanca. Sonrisa perfecta pero con algunas arrugas. Un tío maduro —de unos cuarenta años, creo que es algo mayor que yo—, es inteligente, tranquilo, educado, buena persona y casi buen amigo. Pero ese día estaba neurótico.

En el tiempo que tardamos en llegar seguí callado. El bao en los cristales impedía que se viese con claridad la carretera. Rápido se le pasó el estado de ansiedad en el que se encontraba. Tan temprano y su comportamiento era un disparate. “¡Qué cojones le pasa a este tío!” —me dije—, si apenas unas horas antes, la tarde anterior, celebramos su cumpleaños, estaba eufórico  y que se salía del pellejo. Cuando llegamos a la estación en su Volkswagen Tiguan Life 2.0 y antes de bajar me dijo que había tenido que coger el coche nuevo porque, el pequeño, se lo llevó Inma, su mujer. Habían tenido una fuerte discusión. “¡Uy, uy!, yo sabía que su matrimonio estaba en crisis” —deduje—. Y era lo más razonable. Muchas infidelidades. No quería a su esposa, estaba claro. Aparcó lejos del edificio, esa hora, la mayoría de las plazas del estacionamiento suelen estar ocupadas. Se volvió a cabrear. —¡Joder, joder!, vaya lunes—gritó—.  Fuimos corriendo por el parking de la estación y cuando entramos vimos en los paneles informativos que el nuestro llegaba con quince minutos de retraso. Me sentí en cierto modo aliviado, aunque temí que aquel incidente no fuera lo mejor, pues su vuelo salía a las 10:00 horas. No me quería imaginar lo que pasaría si perdía aquel viaje tan importante para él. 

    Allí estuvimos un rato en silencio, escuchando a la gente charlar y los anuncios de llegadas y salidas. Permanecía con gesto de preocupación, de exaltación y callado. La semana pasada me comentó que tuvo problemas en su trabajo —pensé: “¿otro problema de faltas o de liderazgo en la empresa?”—. En fin, mi mente era un hervidero y la suya seguro que también. Transcurridos unos minutos, no sé, tres o cuatro, empezó a explicarme cosas:

    —Estoy bastante nervioso–me dijo—. Era evidente. Yo lo conozco bien y seguro que debía haber un motivo (o muchos). 

    —Tranquilo— pronuncié con voz muy bajita, cuéntame lo que te apetezca. 

    —Es mi hermana. Como sabes, hace unos años que tuvo una operación en las mamas, ya me entiendes…—con un gesto de evidencia y sin pronunciar esa maldita palabra llamada cáncer.

  —Sí, lo sé. —y continuó hablando visiblemente emocionado. 

    —El fin de semana le dolía la espalda. Ella decía que era un dolor muy intenso, casi insoportable y que no se aliviaba con nada. Al parecer se cayó en el patio donde cuida las flores. Fuimos de urgencias al hospital.

     —¿Y qué le dijeron?

    —Le hicieron una radiografía. Y al parecer tiene una rotura en las vértebras, en concreto en la L1. El traumatólogo dice que puede ser debido a una antigua fractura, pero que han de hacerle una resonancia para determinar con precisión el alcance de la lesión y valorar, entonces. Ella está muy asustada.

    —Cálmate, tranquilo, que todo se solucionará. Ya verás —dije—. Parecía que volvía a su estado mental “normal”.

Conocía bien lo del cáncer de su hermana y otros asuntos suyos. Me lo había contado en varias ocasiones —es un pesado—. Siempre hemos tenido conversaciones muy profundas y sinceras, aunque a veces parecía un monólogo suyo, más que una conversación. Pero vamos, que si es cierto que nos hemos confesado lo inconfesable —sobre todo él—. También tenemos algunas cosas en común, como nuestra inquietud por el saber en general. No encanta la filosofía, la psicología, el arte, la literatura, el deporte, etc.

    Pero volviendo al tema de su hermana, recuerdo que se había preocupado entonces y al parecer, ahora, le volvía a perturbar la paz, la existencia y le agitaba las entrañas. La verdad que si lo piensas es acojonante. Pero, de todas formas, Miguel tenía algo más que me ocultaba. Disimulé y —como buen amigo— lo consolé diciéndole que no se anticipe a pensar en lo peor.

    —No te desesperes. Todo saldrá bien, Miguel.

    —Lo sé, pero estoy preocupadísimo. 

Subimos al vagón número cinco. Teníamos asientos separados para desplazarnos a la capital —vivíamos en una ciudad dormitorio cercana—, pero nos sentamos juntos, había pocos viajeros, con lo que en principio íbamos a poder hablar. Parecía tener otra su actitud, más relajada.  Y comenzó a decirme, que se iba a separar, cuando de repente apareció el revisor y me dijo que debía de sentarme en mi sitio —vagón número dos, plaza noventa—. Le indicamos que había poca gente, y que si podíamos seguir juntos, su negativa fue fulminante: 

    —Con las normas anticovid, es imposible.

    —El tren va casi vacío —comentó Miguel, levantándome de repente y moviendo los brazos—. Hemos formalizado el viaje. ¿Qué más le da?.

    —No. Señor, las normas son las normas. Váyase a su asiento si no quiere que le baje en la próxima estación —me dijo el revisor mirando con maldad.

    —Las normas dice, será sinvergüenza —dijo Miguel gritando como un bestia. Se coló con el comentario—. Las normas son para todos, no solo para quién usted diga. Estos tíos ahora también son expertos en legislación —dijo.

     — Calma Miguel. Discúlpenos, señor —le comenté con aparente calma—. Lo tuve que sujetar y al fin se quedó quieto. Yo me callé y me fui a mi asiento, no quería que aquello se nos fuera de las manos. Yo, a diferencia del interventor de Renfe, sabía que Miguel estaba “encendido” y que podía liarla parda. El tic en su ojo volvió a aparecer.

    Tras aquel desagradable incidente, no volví a verlo en un tiempo, pues él salió pitando para el aeropuerto, embarcaba con el tiempo justo. No sé qué asunto le llevaba a hacer aquel viaje repentino y misterioso. El tío me soltó lo de la separación sin más explicaciones. Yo estaba expectante…

Pero unos días más tarde, me llamó y se disculpó por su actitud de la semana anterior; del incidente en el tren, de su forma de hablarme y en definitiva, de su mal y grotesco comportamiento —nunca lo había visto actuar como aquel día—.  Esta vez sus palabras parecían dichas por un hechizado. Tenían un tono de voz dulce, suave, sincero, alegre y muy amable como siempre ha sido él. “Otra vez su neurosis” —me dije.

—Tengo que contarte muchas cosas —me comentó y me dije: “Por fin habla”—. Vuelvo a la ciudad el jueves. ¿Quedamos del viernes por la tarde para tomar algo?.

     —Sí, sí, claro. Por mi perfecto. Nos vemos en el café “A las cinco”. —Así se llamaba nuestro habitual lugar de encuentro.

Esta vez llegué con puntualidad a las siete de la tarde, no quería “despertar al bicho” y que me formará otro escándalo. Habían pasado quince minutos y no llegaba, con lo que me pedí una infusión —debí cabrearme y vengarme, pero me contuve, no sabía por donde me podía salir aquel guapo y exitoso neurótico—. Le envié un WhatsApp y me contestó al instante con mensaje de voz: 

    —”Estoy llegando. Me ha entretenido Inma que ha tenido un accidente doméstico”.

  —¡Ok!, te estoy esperado. Sin problemas. Ahora me cuentas —le respondí.

    Pasadas las siete y veinte apareció por fin. Llegó como si nada hubiera pasado en los últimos días. Me saludó eufórico y me dio un abrazo forzado y falso.  Me dio mala impresión, como siempre en los últimos tiempos.  Tenía muchos altibajos en su estado anímico —debería ir a terapia. Está loco, fue mi instintivo pensamiento—. De manera que hace un rato todo su mundo era un problema y unos días después, parecía el tío más feliz de la tierra.  La verdad, me quedé con la sensación es que me tenía que “confirmar” algunas cosas. Sabía que me iba a mentir, estaba segurísimo. Creo que la situación era un poco kafkiana, absurda, contradictoria con esos vaivenes de Miguel. A mí me enfurecía. Pero me mordí la boca y apreté los puños…

    Le pregunté por Inma. Me dijo que todo estaba bien, que el incidente había sido un pequeño accidente doméstico —un cortocircuito y que había explosionado la estufa. Nada preocupante. — señaló. Y sin más siguió hablando y recitando sus éxitos actuales y recordando  sus tiempos de joven, del instituto, de cuando se iba de camping a las playas de Cádiz,  sus borracheras y de sus ligues. No había quien lo parara. Era una máquina de hablar. Yo empezaba a estar un poco harto de su egocentrismo. Llevaba años a su sombra y mi límite estaba cerca. Me contuve. 

    —Juan, Inma y yo lo hemos dejado —me dijo con total frialdad e indiferencia, pero otra vez el tic de su ojo activado le delataba el nerviosismo—. El próximo lunes firmamos la demanda de divorcio. Me marcho a vivir fuera. La empresa me ha ofrecido un puesto en el consejo de administración nacional. Sabes que Saint Roban está en alza, me valoran y es un nuevo reto personal. —Me quedé estupefacto— ¿Qué pasa no te alegras?.

“Aquí está otra vez el neurótico feliz. ¡Por fin se separa y me lo cuenta!. Bendito loco” —pensé. 

    —Sí, claro, me alegro muchísimo, por lo de tu trabajo, evidentemente. Como no. Es lo que siempre has querido. Madrid y tu proyección profesional.  Pero, y con el matrimonio y los niños, ¿qué vas a hacer?. No contestó nada y sin más se fue a saludar a unos tipos de dudosa reputación —me seguía ninguneando el “guapito”—. También pude observar que su saludo era de colega a colega. “¿Qué se traían entre manos?” —supuse que Miguel estaba en otro tipo de lío.

    Miguel es una persona muy inquieta intelectualmente, un tío que lee muchísimo, con mucha cultura y una amplia formación: es licenciado en económicas y graduado en derecho. Tiene un máster en ciencias jurídicas, premio nacional de gestión financiera del Group, S.A. y premio europeo en gestión presupuestaria. En el instituto era el primero de la clase. Es completito. Adora la filosofía, las matemáticas, la química. Un crack, una buena y egocéntrica persona, de buena familia y  fácil de convencer en algunos aspectos. Yo tenía la mosca detrás de la oreja. 

    Aquel día Miguel se volvió a despedir sin aclarar nada más. 

    Sé por Inma, que se había ido a vivir con su jefa —Marta, la directora general de la empresa—. Al parecer llevaban tres años enrollados y manteniendo una relación paralela —≪ trastorno psicológico disociativo, la doble vida de Miguel, como en “El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde”≫—. Me dijo Inma —bastante afectada y con mucha tristeza—, que cuando fueron a la firma de la liquidación de los bienes gananciales —en notaria—, que Miguel le confesó que hacía tiempo que no sentía nada por ella. Que su matrimonio no tenía aliciente, que no lo había hecho antes por temor a no poder ver a sus hijos. Que estaba cansado de la rutina tras quince años. También le increpó su falta de comprensión y apoyo en su carrera profesional, que le daba miedo a seguir viviendo con una persona con tan poca iniciativa, tan triste y con tampoco glamour… y que se iba porque quería seguir evolucionando. Me siguió diciendo que él le comentó:  “Los niños los superarán. Ya mayor tiene nueve años  y el pequeño tres. Te pasaré una buena pensión alimenticia. No tendrás problemas económicos.” ¡¡Qué cabrón!! —pensé— y  vaya detalle, se lo había dicho en notaria.

    Después de los acontecimientos, Miguel se distanció de mí —y de todos—, aunque seguimos hablando por redes sociales y de vez en cuando por teléfono. Sin embargo, mi relación con Inma se mantuvo “buena” y solíamos encontrarnos en el supermercado o en la salida del colegio cuando ella iba para recoger a los niños. Estaba bastante afectada por la situación —me dio ganas de abrazarla—. En una ocasión, me dijo que Miguel apenas preguntaba por los niños y solo hablaba con el mayor de forma esporádica. Según Inma, el chiquillo, muy afectado por la ausencia de su padre, lo recuerda cada instante. Me decía: ≪ Es su ídolo, y no lo ha perdido, lo echa de menos. Recuerda con tristeza sus ratos de juego en el parque, sus partidas de ajedrez. Además, Pablo, el pequeño, lo menciona todas las noches: “papi, papi, quiero a papi. Quiero un cuento, papi”≫. Todo esto me atormentó profundamente, ya que parecía un coste emocional desproporcionado y un daño colateral brutal.

    Cada vez teníamos menos contacto. Algún tiempo después, Miguel me telefoneó —no me apetecía hablar con él— para contarme que estaba viviendo una nueva etapa en su vida y que se sentía feliz. Me dijo que había tomado una decisión importante, a pesar de los perjuicios que podría acarrear, y que, se equivocara o no, era lo que tenía que hacer y no se arrepentía de ello. No preguntó por nadie, lo que me pareció cínico. Yo no mencioné mis conversaciones con Inma, ya que no quería generar ninguna sospecha. Tampoco hablé con ella acerca de mis conversaciones con Miguel, tratando de mantenerme imparcial, aunque yo tenía mi propia opinión al respecto —los necios tienen los días contados—. Según Miguel, su relación con Marta iba bien. Aunque no sé cuánto durará. Me dijo que ella era una persona fantástica.

    —Tío, es impresionante la compenetración y la empatía que tenemos. Es muy atenta y agradable conmigo, es pura magia —me dijo eufórico.

    —Miguel, me alegra escuchar que estás muy bien con Marta y que te llevas tan bien. Realmente parece que hay una buena conexión entre ustedes. Por otro lado, lamento no haberte preguntado antes sobre cómo te sentías. Me di cuenta de que algo te estaba preocupando en los últimos tiempos, pero con mi trabajo, mis clases y el deporte, no quería ser inoportuno al preguntarte al respecto. De todos modos, esperaba que me hablaras de tu matrimonio y tus problemas en algún momento. Me preocupé por ti aquel día que me llevaste a la estación cuando mi coche estaba averiado. Siempre he pensado que es mejor dejar una relación si te hace sentir amargado, especialmente si la otra persona muestra tanta indiferencia como Inma lo hizo contigo.     Tal vez sería lo mejor para ambos separarse —sentencié alegremente.

    —Claro, así es, Juan. Solamente se vive una vez. No podemos permanecer en aquellos lugares que nos hacen presos, que son cárceles sin barrotes. Era un infierno, la convivencia para mí. A ella le daba igual todo lo  que me sucediera. Cuando falleció mi madre, no supo estar a mi lado. No sentí su acompañamiento. Siempre sufrimos cuando no obtenemos lo que queremos, yo quería estar con Marta —su nueva víctima amorosa, creo que era la tercera o cuarta en el último año— y no estaba, y me hacía sufrir mucho. Ya nos habíamos enrollado varias veces —este lío nunca me lo dijo, aunque yo los sospechaba. Hablaba mucho de ella—. Lo que es cierto, que al principio, para nada era una persona  atractiva para mí. Pero, las largas conversaciones, su capacidad de escuchar, no sé, su seguridad y confianza, empezaron a crear algo más que una relación de compañeros. 

    Recuerdo, que la primera vez, fue ella quien me insinuó, y  me dijo, pienso que de manera casi inconsciente: “estoy sola en casa. Mi marido estará trabajando fuera unos días. ¿Quedamos para cenar?.  Por cierto, Miguel,  ¿Sabes qué es lo que me pone a tope y me da mucho morbo? —ni idea, contesté nervioso—, ver las manos de un hombre al volante de un coche”. Joder, yo estaba en el mío en aquel momento.  ¿Te imaginas qué es lo que hice?, 

    —… Puedo suponer que le enviaste una foto de tus manos al volante del coche. ¿Es así Miguel?

    —Efectivamente —gritó.

    A la mañana siguiente, fue un subidón verla. No te puedes imaginar la atracción y cómo me latía el corazón. Jolín, ya fue todo el tiempo puro morbo e irresistible atracción. Impresionante. Por todo esto y por mi carrera profesional tomé la decisión de separarme y vivir una nueva época.

    —Tío, Miguel, te tengo que dejar, ya hablamos, me están llamando.

    — Perfecto, estamos en contacto. Un abrazo Juan.

    Miguel se sentía frustrado en su matrimonio a pesar de su éxito profesional y su posición en el mundo empresarial. Aunque tenía el mejor currículum y trabajo, sentía que su vida en la pequeña ciudad era limitada. Por otro lado, Inma era una persona triste y melancólica, pero no vanidosa ni caprichosa —a mí me gustaba desde joven—. La relación de Miguel e Inma se fue deteriorando hasta el punto de que hablaban cada vez menos y finalmente se separaron. Fue lo mejor para ellos dos y una oportunidad para otros.  Después de unos meses, se enteró —se lo dije con muchas ganas— de que Inma estaba viviendo con un compañero de trabajo llamado Andrés, quien era profesor de matemáticas en el mismo instituto donde ella era jefa de estudios. Este hombre era mayor que ella y era atractivo, delgado y bien cuidado. La vecina de Miguel, Aurelia, me le contó todo cuando se la encontré llevando bolsas de la compra a su casa.

    La situación en la relación de Inma con Andrés parecía estar funcionando bien —me resignaba la situación— y ella finalmente encontró la felicidad que había estado buscando. Mientras tanto, Miguel parecía tener problemas en su relación con Marta y mostraba su tic neurótico en cada reunión con los amigos. Marta lo abandonó y lo despidió —era su jefa— y lo trató de manera muy fría y distante. Terminaron de malas manera. Además, se vio obligado a utilizar gran parte de su indemnización por despido, en pagar una estafa inmobiliaria en la que había invertido junto a un grupo de mafiosos portugueses. Para empeorar las cosas, tenía pendientes asuntos legales por su participación en aquellas inversiones fraudulentas como socio capitalista.

    La infidelidad y la monotonía en el matrimonio fue la razón del fracaso de su relación con Inma. Cada persona tiene su propio diablo. El de Inma era Miguel y el de Miguel, Marta. Aquí no importa lo bueno que sea una persona, todos somos malos en la historia de alguien. Todos parecían malos.

    Miguel parecía seguir luchando en su vida personal, buscando la felicidad, corriendo detrás del éxito y engullendo su fracaso en las relaciones. La vanidad de su comportamiento, la falta de capacidad para ver y apreciar que lo que tenía era la esencia de la felicidad. 

    Para aquel que no sabe hacia donde navega ningún le es favorable. 

Jgg.2023

viernes, 31 de marzo de 2023

Irresistible

Irresistible tentación y condena eterna,

Muerte instantánea de pasión secreta.

Huracán atroz, mirada sincera

Algo lejano que al fin se acerca.






domingo, 26 de marzo de 2023

La huida del miedo. John Gall

La huida del miedo. John Galls


Era un domingo cualquiera. Reunión familiar semanal de siete hermanos, algunos cuñados y cinco o seis nietos más una bisnieta. Yo, como siempre, llegando justo antes del almuerzo. Todos vociferan sin reparo, tal que estuvieran en un bar repleto de gente. La pequeña, la bisnieta de Bonet, revolcándose por el suelo. Sus manos pintorreadas, la ropa llena de lamparones, moño alto y zapatos rotos. La madre de la niña —una joven de veintidós años—, continúa con el móvil sin prestar atención a su hija —me enfurece la situación, pero sigo en silencio—. El abuelo —bisabuelo de la niña y mi padre— sentado en el sillón sin apenas moverse y si lo hace es para beber un vaso de vino y picotear algo. El resto del día dormitando, y si no es así, gruñendo. El hombre tiene noventa primaveras y dice que estar cansado de vivir al tiempo que pide fuego para otro cigarrillo.  


En el camino a la casa de mis padres, mientras conduzco con pereza, pienso que no me apetece ir, pero voy. Es una obligación autoimpuesta, tal vez muy influenciada por la ausencia de mi madre, no sé, la verdad, no lo tengo claro. Lo que si es seguro es que voy a un lugar —la casa de los viejos, como decimos entre hermanos— a pasar un mal rato. Está situada al sur de la capital, en un barrio obrero, cerca del campo de futbol —del que dicen que es el mejor de la ciudad—. La vivienda es amplia, cuatro habitaciones, enorme salón, un patio delantero, otro trasero, una terraza y un sótano. Parece una casa de pueblo de colonización.  


La cosa pinta fea. A ver, llevaba unos días revueltos, con pensamientos negativos, durmiendo mal, con ganas excesivas de no estar en casa. En ocasiones me sudan las manos, me pica muchísimo la dermatitis, me caen mal la mayoría de las comidas y además la melatonina antes de dormir, no me produce el efecto deseado. Así que mis noches son largas y tenebrosas, de muchas vueltas en la cama y mi cabeza es un bullicio incesante, un bombardeo de pensamientos cada cual peor y que siempre van más allá de lo que es real, de lo razonable y de lo objetivamente preocupante. Aunque es alarmante, la verdad.


Lourdes, en consulta a la que voy de vez en cuando —para recibir terapia por el duelo de mi madre—, dice que tengo mi niño interior muy alterado y lleno de temores que se hacen grandes al tiempo que yo empequeñezco y que por ello lo paso mal–lo sé—. Debes afrontar esos miedos y madurarlos. —¿Pero como cojones lo hago?. Otra de sus conclusiones es que tengo el síndrome del padre ausente. Supongo que está en lo cierto. Mi padre es un buen hombre, trabajador y responsable, pero poco atento con tantos hijos. Cuando yo era pequeño estaba siempre fuera de casa y no recuerdo que me diera un abrazo, un beso, una caricia. Pero en fin, y yendo al grano, esta huida mía hacia no sé donde, me provoca conflictos de casi todo tipo, además de estrés, ansiedad e insomnio. 


Esta preocupación constante, permanente estado de alarma, es agotadora. Es una sensación de confusión de lo que es real e imaginario. En casa, con los niños, me vuelvo disciplinado y locuaz. En el trabajo serio, taciturno y poco comunicativo.  


Volviendo al hogar familiar y los domingos. Este fin de semana estábamos mis tres hermanas, y mi hermano, el mayor–soltero—, la bisnieta, y mis dos hijos. Sentí angustia, por mis próximas visitas; al médico de cabecera —resultados de analítica— y al dermatólogo —revisión rutinaria—. Esto, junto a una tremenda inquietud, por la salud de mi hermana (tal vez intuición), me producía entrar en el bucle del agobio. Ella se operó hace siete años de cáncer de mama, y ya entonces sufrimos muchísimo. Al principio con la incertidumbre del diagnóstico, después con las sesiones de los fuertes tratamientos. Afortunadamente, lo superó como una campeona. Pero ahora, olvidado casi por completo, todo aquel mal trance, nos da la sensación de que algo parecido nos acecha.   


—Antón —grité con fuerza—, ¿ese dolor en la espalda desde cuándo lo tienes?

—Hace unas semanas—contestó mientras seguía apoyando su barbilla en la mano izquierda—.  Ya me han hecho una resonancia y estoy esperando el resultado.  —No levantaba la cabeza—. Supongo que es de una caída que tuve limpiando el patio y regando las macetas.  

—¿Para qué haces esfuerzos? —volví a gritar—. Cuídate y evitar coger peso. Ese brazo no puedes forzarlo. Tiene cuatro hijos, dos hijas que le ayudan, aunque menos de lo que necesita, y dos hijos, estos siempre fuera de la ciudad por motivos laborales.  


Se palpaba tensión pesimista (y esta vez colectiva) y sibilina, todos sabíamos lo que nos preocupaba, callábamos, pocas bromas, pocas ganas de nada, con caras serias y semblante afligido. Yo además cargaba con mis dos “importantes” preocupaciones (exageradas pero reales) sobre mis hombros.  Cabizbajo, apático, con ganas de llorar y soltar toda la presión y la angustia que me apretaba el pecho. Sin apetito, sin fuerza para hablar. Pero fingí, me armé de valor, me levanté y haciendo el papel de hombre razonable, fuerte y disciplinado, me puse a dar agua a los niños. Serví una copa de vino a mi padre y un par de cervezas sin alcohol para quien las quisiera tomar. Empecé a calentar la olla del potaje.

—Silvia, ayúdame poner unas tapas, aceitunas y queso. Encendí la televisión y puse las noticias y esto nos distrajo y relajó la tensión o la desplazó a otro escenario.  


Desde pequeño he querido estudiar, aprender y leer a todos y de todo. Si por algún motivo, la gente de mi entorno, me hablan de algún escritor, filósofo, creador que me es desconocido, allí que voy y me estudio. Todo enriquecimiento intelectual me ayuda. Arthur Schopenhauer es uno de mis aprendizajes más recientes. Empecé leyendo “La cura de Schopenhauer” (de Irving D.Yalon), interesante lectura que me recomendó Lourdes en consulta. Pero continué haciendo averiguaciones sobre su vida, sus influencias, sus obras. Filósofo alemán peculiar y uno de los más brillantes del siglo XIX, el máximo representante del pesimismo filosófico. Me embaucó como un pez a un anzuelo. Me venía como anillo al dedo, contribuía a describir mi situación emocional, me ayudaba a entender la vida, la situación de mi familia, la de mi entorno… Mi existencia, mi ser. Al igual que Gustavo Adolfo Bécquer, en la poesía y literatura española, Schopenhauer tuvo un impacto póstumo en algunas disciplinas.  Me quedé asombrado cuando, buscando en internet, comprobé que sus obras habían influido en personas como Friedrich Nietzsche, Erwin Schrödinger, Albert Einstein, Sigmund Freud, Pío Baroja, Miguel de Unamuno, Jorge Luis Borges, Richard Wagner, Franz Kafka, Thomas Mann. Impresionante, sin duda. Pero ninguno americano del norte.

En definitiva, los aprendizajes obtenidos de las lecturas de algunos de estos grandes pensadores, y otros no mencionados, me han ayudado a canalizar mis pensamientos en situaciones de estrés emocional extremo. 

Esta inquietud es como encontrar remedio a los miedos de mi niño interior, calma del adulto abrumado y arrollado por las circunstancias descontroladas de una vida en constante ebullición… Es una justificación a la necesidad de búsqueda permanente de no sé qué.  O tal vez, sea una huida de algún lugar, físico o mental, que me perturba. Sea lo que sea, esta angustia, es mi motor intelectual, generador de la necesidad de aprender a vivir o entender la vida o la muerte.  


Con toda esta nebulosa perspectiva y turbio horizonte, decidí matricularme en un curso de escritura creativa de la Universidad de Sevilla. Llevaba años escribiendo cosas; unas poesías, un verso libre, un autorretrato poético, un relato breve creado de, por ejemplo, una imagen de un periódico o partiendo de tres palabras elegidas al azar, etc. En otras ocasiones, escribir como terapia, por la muerte de alguien, por la perdida de alguna amistad especial, por alguna situación social o política. Todo, a mi modo de ver y sin que nadie me diera las más mínimas indicaciones de por donde “tirar”, para escribir, con continuidad, con orden y siguiendo unos parámetros. Eso sí, he escuchado podcast, he visto videos en YouTube, sigo a escritores en Instagram, e incluso he comprado algún manual de: “Cómo escribir un libro”.  Esta nueva aventura del aprendizaje me va a enriquecer, me va a completar el plano, a dar luz a mis oscuridades, a enseñar a ser más feliz y a reír, aunque sigan existiendo los problemas. La vida no es un problema, la vida es bella, es una experiencia maravillosa, un cúmulo de cosas positivas y otras no tanto, pero que todas suceden por algo y nos enseñan algo: vivir y ser feliz a pesar de los pesares.


lunes, 13 de marzo de 2023

¡¡Vaya lío!!

Sara y yo salíamos a comer fuera, como cada sábado desde que vivimos juntos. Ese día, queríamos estar tranquilos y disfrutar de una noche estrellada de verano. Nada de ir a bailar en la discoteca del pueblo, ni mucho menos de ir a cantar en el bar “La nube” donde hay un karaoke. Este bar está en San Cristóbal, el pueblo de al lado. Ya estábamos preparados y en el momento en que cerrábamos el cancelín del patio, recibí una llamada de Julia, una de las hermanas de Sara.  

    —Sí, Julia ¿Dime?.

    —¡¡Oye!!, ¿qué os parece si nos vemos y cenamos fuera?, así evitamos el rollo que para nosotros es cocinar. A Julia y a mí, no nos gusta cocinar.


    —¡Con gestos consulté con Sara y ella me dijo! Ok con el pulgar hacia arriba!.

 Perfecto contesté.

    —Pues chicos, en unos 10 minutos os recogemos.


    Efectivamente, a las 21:07, ocho minutos después, aparecieron las luces llamativas del todoterreno de Jorge. Al llegar nos saludamos cortésmente. Sara, al ver a Jorge, cambió el semblante, se quedó pálida y empezó a llorar. Jorge tenía un gesto de preocupación, un gesto sibilino y extraño. Algo que es poco frecuente en él. Este Jorge solía ser un locuaz y petulante “ejemplar” y en esa ocasión estaba muy callado y serio. Julia y yo nos miramos sorprendidos por la situación.


    —¿Qué pasa Sara? Pregunté. Y sin dar una respuesta, Sara huyó a tiempo de mi mirada inquisitiva. No te escondas por ¡Dios!.  Y volví a preguntar: ¿qué está pasando? ¿Algún problema que debamos saber?. No respondió. La incomodidad nos inundó, la tensión se palpaba, estaba presente, se podía tocar y sentir, era el quinto ocupante de aquel apestoso coche. 


    —Nos hemos “liado”… Dijo Jorge al fin, con un tono seco y pedante. 


    —Me quedé, atónito, anonadado… Sin palabras. La angustia y la impotencia estaban apaleando el alma. Desistí de todo y volví para subir a casa. La noche me atrapaba y solo me quedaba una opción: trasnochar sin remedio alguno. Hay que vivir arriesgando y morir por amor, esas eran dos de mis premisas filosóficas. Y efectivamente estuve toda la noche dándole vueltas a lo que había sucedido. En el fondo sabía qué podía pasar. Después de ello, fui incapaz de perdonar a Sara. Tal vez fue más culpa mía que de ella, no lo sé, la verdad, no lo tenía claro.


    Han pasado dos años y muchas otras cosas. Ahora, Julia y yo, nos reímos y lo vemos anecdótico, pero aquello y lo de “vivir arriesgando y morir por amor” nos hizo mucho daño.  

    Los cuatro aprendimos a amar desde el corazón y no desde la razón.

    A Julia y a mí, toda esta experiencia nos ha dado, nuestro hermoso amor, algo que antes era imposible.   Todo lo sucedido nos hizo olvidar el dolor del desamor y con nuevas ilusiones tejer premisas, ideas que nos permiten despedir a los amores con gratitud y empatía.


viernes, 10 de marzo de 2023

Autorretrato poético de John Gall.


Autorretrato noviembre 2022

Alzaba la mirada, una y otra vez

Alzaba la mirada para fingir, pero sin saberlo hacer.

Parecía poseído, parecía fuera de control, 

sobre los hombros, sobre el alma, mucho peso y mucho dolor


Tira los harapos, tira las cadenas, 

Tirarlos al mar.

Haz de tu lucha un poema, 

de tu poema una bandera,

de tu bandera un altar.

¡¡Ay, caminante…! ¡Tanto caminar!!


Ponte frente al espejo 

y no me niegues que ves….

Que ves un ser distinto, 

un caminante, caminante sobre un mar de nubes, 

nubes en alta mar.

Caminante en tu camino es hora de disfrutar,

Disfrutar de tu estilo, de tu estilo al caminar,

tu elegancia, tus sueños, tus sueños en el mar.

¡¡Ay, caminante…! ¡Tanto caminar!!


 Tus ojos son aceitunas

con ribetes de azabache

son la mirada de un niño, 

son la esperanza y la fortuna.

Tus miradas son estrellas, estrellas en alta mar

son luceros, son tu guía, tu guía al caminar.

Son tus lágrimas, suspiros, suspiros que van al mar


Tus sonrisas son un guiño, 

son bocados de futuro,

son las puertas de las entrañas,

 son las entrañas de tu alma,

tu calma al callar

Son tus labios fuego vivo, 

ardientes brasas de pasión y olvido, 

son ventanas al camino, 

el camino que te ha de llevar, 

al infinito al caminar

¡¡Ay, caminante…! ¡Tanto caminar!!


Son tus manos, gaviotas, gaviotas en alta mar,

son gaviotas de terciopelo, que dibujan al volar, 

corazones en la noche y en tu largo caminar

Son tus manos las llaves del alma, 

son capaces raptar la belleza,

la belleza entre tanta oscuridad

¡¡Ay, caminante…! ¡Tanto caminar!!


Tienes aspecto misterioso,

de bohemio y soñador

no tengas prisa por vivir 

Solo déjate sentir…

 El aire del camino… Del camino que has de seguir


 ¡¡Ay, caminante…! ¡Tanto caminar…!!

¡¡… caminar en alta mar!!


Noviembre 2022.