J Gallego-John Galls. Relatos cortos y poesías.

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La Pandora de Calypso

  Él la observaba desde lejos, desde esa distancia infinita de amistades muertas, como quien admira a la diosa Calypso, suspendiendo el tiem...

domingo, 17 de noviembre de 2024

La Pandora de Calypso

 

Él la observaba desde lejos, desde esa distancia infinita de amistades muertas, como quien admira a la diosa Calypso, suspendiendo el tiempo. Fijo en su mirada, sin permitir que el olvido avanzara un solo paso. Guardaba cada minuto, cada segundo en el refugio de su memoria, temeroso de que el tiempo lo robara.

Ella, de piel blanca y mirada indiferente, parecía guardar en sus ojos secretos olvidados, arrepentidos momentos como y despreciables regalos. Su cabello caía con gracia sobre sus hombros, como si llevara siempre una sonrisa perfecta, un recuerdo hecho de hilos de oro y horas que él jamás lograría alcanzar. Era, para él, el misterio de otros tiempos, un enigma que se dibujaba y desvanecía a cada paso, siempre lejano. Orgullosa e impía alma. 

Odiseo había regresado a casa tras años de cautiverio involuntario; fue un largo viaje de desiertos de olvido y mares de indiferencia. Y aunque la historia era distinta, el sentimiento era el mismo: el perfume de Medusa que flotaba en el aire le recordaba un tiempo que no volvería, una mezcla de anhelo y tristeza. Ese aroma evocaba tanto llanto como impotencia, dejando tras de sí un rastro de lágrimas invisibles y de una admiración que siempre, indefectiblemente, parecía rechazada e injusta.

Él sabía que ella era, como Calypso, el espejismo que lo atraía y lo retenía sin cadenas. Ella, en su silencio y su misterio, le había robado la libertad, lo había atrapado y encarcelado en la eternidad de una ausencia imposible.

Ni un gesto de acercarse al sueño del firmamento arrojado por el suelo. Ya no sonará más la música que solo ella fue capaz de componer. Ya no sonará en ninguna parte, solo en el recuerdo y en el olvido.

Convencidos del adiós, surgió inesperada la chispa adecuada. 

miércoles, 30 de octubre de 2024

domingo, 27 de octubre de 2024

Aplastamiento de las gotas

 “Yo no sé, mira, es terrible cómo llueve. Llueve todo el tiempo, afuera tupido y gris, aquí contra el balcón con goterones cuajados y duros, que hacen plaf y se aplastan como bofetadas uno detrás de otro qué hastío.


Ahora aparece una gotita en lo alto del marco de la ventana, se queda temblequeando contra el cielo que la triza en mil brillos apagados, va creciendo y se tambalea, ya va a caer y no se cae, todavía no se cae.


Está prendida con todas las uñas, no quiere caerse y se la ve que se agarra con los dientes mientras le crece la barriga, ya es una gotaza que cuelga majestuosa y de pronto zup ahí va, plaf, deshecha, nada, una viscosidad en el mármol.


Pero las hay que se suicidan y se entregan enseguida, brotan en el marco y ahí mismo se tiran; me parece ver la vibración del salto, sus piernitas desprendiéndose y el grito que las emborracha en esa nada del caer y aniquilarse. Tristes gotas, redondas, inocentes gotas. Adiós, gotas. Adiós”.


Julio Cortázar


viernes, 25 de octubre de 2024

Ciberbullying

El pan y el centeno

Bienvenidos al apartamento Bécquer

 Bienvenidos al apartamento Bécquer 

en “El Plantinar”, Sevilla


Hola, soy Juan, y seré tu anfitrión durante tu estancia en este acogedor apartamento situado en El Plantinar, uno de los barrios más tranquilos de Sevilla —hasta que llegó el Marismeño—. 

Estoy encantado de recibirte y de ofrecerte una buena TORTILLA DE PAPAS. Siéntete cómoda en mi casa, tu casa y la casa de todas las personas bonitas de mi vida. Entre ellas, tienes un lugar privilegiado en mi corazón.

Pero vamos a dejarnos de juanoladas y vamos al lío. Al lío con la tortilla —mal pensada—. 

Ponte cómoda y di en voz alta: — ALEXAAA, pon Maroon 5 —sin premio—...guuuuauuuuu.

—Oye, estoy flipando, Juanolo, lo tienes todo domotizado... —que envidia cochina tengo. 

El apartamento es un lugar cómodo y relajado desde el que se puede explorar tortillas de todo tipo. 

—A mí me encantan las que llevan cebolla… —dijo la mujer de hojalata, la brillante mujer de hojalata—. Esta tortilla está maravillosa.

El apartamento Bécquer está estratégicamente ubicado —cerca de ti—. Las casualidades de la vida.

Ahora, en serio. GRACIAS.

Me siento muy afortunado de haber tenido la oportunidad de brindar este ratito a la vida, a la amistad, al cariño que te tengo. Espero que haya vivido un buen momento y que sepas que estos ratitos son de verdad, de los ratitos que se besan como cuando uno besa el alma de las personas que ya no están. Esas personas de las que uno necesita respirar en muchos momentos. Da igual que sean momentos nuevos o viejos, pero con sabor a tu sonrisa, a tu mirada.

Durante tu estancia, estaré siempre disponible para ayudarte con cualquier cosa que necesites —absolutamente cualquier cosa, bueno, salvo para las cosas serias de trabajo… 

Si tienes alguna pregunta sobre el apartamento, no dudes en llamar a AIR-BNB. Su servicio de atención al huésped está disponible las 24 horas en cualquier idioma. —Son del séptimo cielo, una planta por debajo de San Pedro *ja, ja, ja—. Y cuidado, el juanolismo nukiniano está por todos sitios y te puede atrapar ... No lo hagas si te ofrecen sus servicios.

Gracias por elegir el apartamento Bécquer. Espero que hayas disfrutado de la tortilla, de la compañía y gracias por este ratito de oro. Gracias. ÑIÑIÑI 

Un cordial saludo.

GAB.

miércoles, 9 de octubre de 2024

Ghost, mi viejo amigo

 Ghost, mi viejo amigo


El finde pasado quedé con mis colegas porque, sinceramente, ya era hora de soltar la lengua. Ya sabes, con cerveza y chismorreos, de esos que pones a parir a todo dios sin remordimientos.

 

Los cotilleos y las rubias (cervezas), dicen que los carga el diablo, pero más aún, si es el primer viernes después de las vacaciones. No te imaginas cómo hervían los “filetes” de mis colegas. Yo me quedé para soplar el último. Iba a estallar, pero controlé el fórmula uno de mi vehemencia. Un milagro, te lo juro.

 

Resulta que Martina, la reina del ligoteo, probó una de esas apps de citas, como las que tú usas (no disimules). Pues parece ser que entre match y match hubo propuestas de café y de gin tonic. Por lo visto tenían mucho que contarse…

 

Al parecer el tío, un tal Pablo Martos, y Martina tenían mogollón de cosas en común, compartían gustos; lecturas y grupitos de música indie y networking y comidas. La cosa prometía.

 

Pero lo que no compartieron fue mesa. 

De repente, todos callaron y se hizo un estruendoso silencio en el bar al escuchar la palabra: “plantón”. Estupefactos, mudos y suplicando que no fuera verdad. “La histérica de Martina nos iba a dar la brasa”, pensamos. Como tú haces cuando vas a mi despacho (bombardeo de amor, o pesado).

 

Pues volviendo al tema. Por lo visto, sí, como lo oyes, el tipo, el muy imbécil no se presentó y como era de esperar, puso la escusa que no se cree nadie. Lo sé.

 

Resulta que el nota estaba vigilando su llegada y cuando vio el bolso de “La Noche Estrellada” que la identificaba, el colega  se escondió como un cobarde y se piró. Le dio un plantón. Pero el necio, tuvo el detalle de enviarle un mensaje en el que decía que la había visto y no era tu tipo. Habría que haberlo visto a él (cuerpoesconbro mental, seguro).   

Vaya cara dura, qué jeta… si es que… como diría mi madre “No se hizo la miel para la boca del asno” ni “perlas para los cerdos”. “Muchos picos y poco jamón”.


En fin, creo que técnicamente no puede llegar a llamársele ghosting.  Yo  diría inspirado: pre-ghosting. 

Fíjate tú, ella cree que soy su “mejor amigo” (pero en realidad, yo no tengo amigos). La intenté consolar. Qué plan, yo, el desgraciado del grupo, buscando remedios para mal ajeno, olvidándome del mío propio (diez años de abstinencia involuntaria lo acreditan). Qué buena persona soy. Pero nadie lo ve (ghos), ni siquiera Martina a la que solo yo prestaba atención. Es despistada, tanto que se le olvidó quitar la etiqueta al nuevo sujetador (no era intimissimi, era intipismiqui) —vamos de los puestos del pueblo—. Pero Martina, es una quejosa. Ha tenido dos o tres relaciones en el último mes (dice ella). 

Sin contar que cada lunes, luce sus encantos con un director (ni idea de qué), a las cuatro de la tarde. Hay que tener ganas. Y ella dice que eso es casi nada. Vamos, como beber agua delante de un sediento. Ella, en una semana, supera mi récord en los últimos diez años.


Para calmar sus llantos (injustificados) y mi pena (real), le empecé a hablar de mi curro y mi nuevo puesto (poco ingenio el mío). Y le continué diciendo que antes que aquel Excel patético, hice un informe. Sí, canijo, un pedazo de informe jurídico sobre las apps de “ligoteo” y de desnudos virtuales, su regulación jurídica actual (Concluí; regulación no hay, y además las redes y los tramposos van por delante). 


Pobre Martina. Qué metedura de pata la nuestra. 


Si ella supiera de lo mío… Lloraría más que yo. Le dije inspirado, que hay gente que todavía tiene butano en su casa. Hay gente antigua, por moderna que se pinte. En fin, Martina, otra víctima más del ghosting en las redes. Qué dios nos dé cobijo en otras cosas, porque lo del amor está claro. No hay luz al final del túnel, canijo, que lo soñé anoche. Eso es mentira. Al final del túnel hay un “enanito” con gafas…


Pedimos otra cerveza. Para ella era la segunda y para mí… la penúltima, ya sabes, no las cuento. 

En fin, que la perspectivas de lío ante el evento post-verano, se quedó con las lágrimas de Martina. Aunque la colega, nunca se corta, y lo intenta todo con todo tipo de género y sexo. Les da a todos los palos, pero los palos se los lleva ella. Chitón callado.


No quise decirle que estas cosas se heredan, como el mal genio y la hipocresía o la indiferencia (como la tuya conmigo).

Y mira que antes del verano le comenté; “soy experto en apps de citas” y esas cosas. Que los perfiles son faltos y que la realidad es más fea que su amigo Pablo (que además es un cretino). “No tengas fe en las apps de citas, Martina, tu vale mucho. Créeme. Ve al directo”. Pero no había manera. Seguía casi llorando. Qué pena.


Juan, al vernos tan ensimismados en la conversación, nos interrumpió. El guapo y pesado del grupo, el gracioso de la sonrisa perfecta, el deportista e intelectual impecable. Su guapura empalaga tanto como un helado el dulce de leche con caramelo (el pedazo de imbécil que me quito la única novia que tuve). Juan quiso robarme el momento,  el protagonismo de  mis sabios consejos (e impiadosos), pero le di un zasca… (Martina me abrazo con poderío. Aún me duele el pecho).

Mi madre estuvo orgullosa de mí tres tristes meses.  Hasta que llegó el guapo y plaf. Vuelta a la realidad, mi realidad. Mi SEAT Ibiza del 2002, “la raja de tu falda” a todo volumen y “María” pa mi cuerpo. Si es que nací para estar solo. Por feo y güena gente, entre otras cosas. Por todo eso, veo una tontería luchar contra mi cruel naturaleza.


—Acéptalo, Martina. No pasa nada —le dije (no sabía si reír o llorar)

—Y yo quería tener hijos —dijo con un hilo de voz.

—Anda ya. De mayor (dentro de un ratito), seguiremos con la libertad de poder hacer miles de cosas (ridículas).


Por cierto, ¿qué hay de lo tuyo con el vecino del quinto? ¿Sigues subiendo las escaleras sin zapatos? Qué mérito, que orgulloso estoy de ti. Eres una apuesta segura. 

Tengo miedo, canijo. Si miedo. Cuando Martina se entere de que aquel imbécil era yo y que salí por la puerta de atrás. Pero qué suerte tuvimos los dos. ¿Verdad?

En fin que la vida sigue, que nos dé salud a todos y cervezas pa ti y pa mi, y a los demás aire fresco. Que yo no quiero migajas, que prefiero las regañás, canijo.



lunes, 1 de julio de 2024

Resfriado de junio

 Resfriado en junio


Me he resfriado. Sí, sí, ahora en verano. Qué torpe soy.

Sé que esto te da igual, pero espera, que te voy a dar un consejo.

Ya sé que no eres mucho de consejos, pero hazme el favor por una vez en tu vida y léeme atentamente. Y por dios, no seas indiferente que te voy a contar algo muy serio.

Estaba yo anoche, con mocos, en mi cama, agonizando por respirar y pensé:

¿Por qué no disfruto de la vida cuando estoy bien?


Y no es que yo sea Jim Carrey o Maxi de “Aquí no hay quien viva”, todo lo contrario, pero… el viernes, me quedé reflexivo, me puse en modo filósofo y solté en el trabajo, la perogrullada de: “mi niño interior está muy contento”. Te quedaste sorprendido. Sí, se te notó muchísimo (“otra vez el tarao este”), pero no pasa nada, a mí también se me notará cuando lo dicen otros, digo yo. 


Sucede lo mismo con las indirectas. 

La primera: ¡Oye!, que el año pasado, aterricé con la Dulcinea y ploff, clavícula rota y dos costillas y pasé el calvario sin recibir una llamada ni WhatsApp, qué mala es la gente (van a lo suyo y a lo mío cuando les hago falta)

La segunda; “el buena gente” del pueblo, se ha terminado. Que ya no me usan más. Que el enano se va a enterar y que no voy a hacer una revolución en el nuevo puesto, que haré la tabla de Excel, pero que en cuanto pueda me voy. Joder.


¿Pero y digo yo, por qué no me dejo de tonterías e indirectas y lo suelto cara a cara y mirando a los ojos? Será que necesito beber más temprano. Supongo.


No sé si a ti te pasa, pero ahora mismo, lo que valoro muchísimo es algo tan simple como poder respirar bien. 

Claro que luego cuando me recupero, vuelvo a quejarme de mi vida, como todos.

Así que amigo, hay que valorar lo que tenemos y por eso, te digo que me quieras, que es mejor tenerme de amigo, porque de enemigo, soy muy malo. Malísimo.  

Da igual que tenga mocos, me duela la cabeza, quiéreme y vas a flipar.


Hoy hace una semana que volé por los Pirineos, pero esta vez volé sin caerme. Qué bien me lo pasé, qué tiempazo hice y a que velocidad, canijo. Flipante.


Por cierto, pregunté a IA por ejemplos de gente feliz. ¿Y sabes qué me dijo?, tú. Supongo que ha aprendido de lo que le pregunto, ¿no crees? 

Pues ya está, ya solté prenda y ya me harte de llorar con la tontería de la inspiración después de la cervecita del viernes.


Ya está, que me voy a la cama. Que lo de Van Gogh fue casualidad, y que ese loco me encanta. 

Buen fin de semana y que sea una locura (canijo).


John Galls. 
1 de julio 2024

viernes, 5 de abril de 2024

Ya está aqui, ya llegó abril

 Ya está aquí, ya llegó abril. Y también el refranero fácil. Ya llegó el horario de verano y casi la primavera y el calor.

Qué alegría, maravilloso, maravilloso, ver algunos cuerpos. Sobre todos los blanquitos de aquellos que no tienen pudor en enseñar sus carnes. 


No me gusta el verano, ni su horario, soy animal nocturno, y tanta horas de luz, me aburre. 


Aunque tiene su lado positivo; me encanta sentarme en una terracita a tomar unas cañas al mismo tiempo que disfruto de la vista de la gente pasar. Ahí, soy el mejor: cuando soy anónimo entre tanta multitud… Nadie se da cuenta de mi existencia.


Soy conformista, está claro, me alegro yo mismo con el hecho de estar solo con mi cruzcampo, mis pensamientos, mi divagar por los espacios imaginarios de un tipo. Soy un tipo fácil, de pueblo y gracioso para los de la capital.


Hoy, por fin es viernes, jolín, vaya semanita post Semana Santa —sin pasos.

Me adelanto, este fin de semana, voy a volar por la serranía Rondeña con mi bici nueva… Es pura fantasía, no veas cómo se desliza por la curvas en la bajadas trepidantes… Me gusta menos cuando subimos para Igualeja, eso es otro cantar, amigo, otro cantar.

 

Pero mis planes, los buenos vienen después, sí, sí más tarde: las comuniones. Me callo. A pesar de que los bailes, las risas con los colegas y las endorfinas de la felicidad que te provoca una buena copa de vino con la mente puesta en el domingo después del tedioso evento…


Y ya es lunes, por dios, lunes el viernes a las dos y media, justo después de la cervecita de la risas. Qué alegría. Qué fantasía. Que felisidasss. 


En fin, no seamos torpes y disfrutemos de este ratito, amárratelo al recuerdo de lo bueno, de lo que nunca se repite y se agota en el mismo instante…


Buen fin de semana y que sea una ¡locura!.


John Galls 

Sevilla 4 de abril 2024.

 


lunes, 1 de abril de 2024

Se me fué la pinza

 SE ME FUE LA PINZA


El tendedero está lleno de pinzas que sostienen con firmeza las prendas recién lavadas. Las pinzas parecen estar felices y tranquilas bajo el sol primaveral. Pero no hace mucho, durante el invierno, algunas de ellas estaban quejosas. La pinza roja no dejaba de protestar: “¡Qué frío hace, odio el invierno!, además otra vez me ha tocado esa toalla pesada. Qué mala suerte tengo”. En cambio, las pinzas azules, algunas de ellas desgastadas, se quejaban del tiempo cambiante en primavera; ahora, sol; ahora, llueve; ahora, viento. Prefieren el otoño, es más tranquilo y estable. Ese día, a pesar de lo divertido del balanceo que el viento del este, les dolía la cabeza. “¡Qué cansino es este viento!”.  Pero las pinzas naranjas, siempre sonrientes, estaban contentas con todo lo que sucedía a su alrededor. Agradecen la lluvia y disfrutaban del sol por igual. Si hace viento: nos balanceamos, y hace lluvia; nos refrescamos. Además, ese día, les tocó sujetar la camiseta verde y blanca. Estaban exultantes. 

Ahora que el verano ha llegado al sur, las pinzas rojas toleran bien el sol, pero se quejan de que están perdiendo su intenso color. Las azules, con el ceño fruncido, anhelan la lluvia y el viento, ya que les parece mucho más entretenido. Por otro lado, las pinzas naranjas continúan sujetando la ropa con firmeza —aunque les ha tocado la toalla pesada—, mientras cantan al ritmo de los pájaros que se posan en el alambre. El tendedero es un mundo lleno de colores y personalidades, y solo los que saben para donde navegan, el tiempo le es favorable. 


jueves, 29 de febrero de 2024

Sugestionar al conejo

En un rincón el conejo Blanco, mira el reloj. ¡Dios voy a llegar tarde! Sugestiona, sin darse cuenta, su entorno y la belleza de Alicia con todo su ropaje. 

—Salir corriendo, no es lo propio, Alicia —dice la Reina Roja—.  

—No lo quiero —infirió—. 

El sombrerero loco, pensativo, suspira mirando el horizonte creyendo que es cierto y real; ella tiene el doble check azul desactivado. Prefiere su tejemaneje ininteligible y preservar su indiferencia, es como seguir al Benny Bunny. Siete mundos y ninguno es real. Hacer magia y no sacar al conejo, es sugestionar la voluntad de la oruga Frégoli.

sábado, 24 de febrero de 2024

Hoy, es hoy.

 ¿Recuerdas cuando me reincorporé en septiembre que te dije que el verano había volado a pesar de mi caída? Pues, octubre, me sobrevoló sin ser visto. Aunque peor fue noviembre, no solo voló, sino que fue un espejismo, porque yo no lo sentí pasar. Fíjate, ya estamos a uno. Qué locura tía, yo creo que cada mes se me pasa más rápido que el anterior. Mi madre decía “agarra el tiempo y vívelo, que se va volando”. Y oye, si yo tuviera cuerda, los amarraba a mí con un nudo bien apretado. Ahora sí, hay cosas que no se me pasan, por mucho que vuelen. Y las hago mías por mucho que me rechacen. Hay dios, que los buenos momentos se hacen eternos en los corazones limpios y en las mentes alegres. Yo, esos momentos, me los bebo y repito, como las cervezas con mis amigos. Y no contento con eso, yo los siembro para el futuro, aunque este no exista, pero a mí me da luz. Y hoy no estoy, ni voy a estar como cada viernes, aunque suponga que me pierdo un momento de los que tengo amarrado en mi alma. Pero, no pasa nada, tía, lo viviré otro día, otro hoy y no otro mañana, que eso, te lo he dicho antes, que no existe mañana. Así, que disfruta el “hoy”, y amárralo, que no se te vaya volando…



El bosque de Haiku

Y tú.

miércoles, 6 de septiembre de 2023

No te quejes, todo puede ser peor

 No te quejes, todo puede ser peor


Desde que nos casamos vivimos en el quinto piso de un edificio viejo. Las tardes de los domingos se habían convertido en una sucesión de momentos bañados por la lentitud. Era el día en que Juan solía visitar a su madre. Lo hacía con más frecuencia que a mí en mi habitación. La soledad, el atardecer, y el ruido parsimonioso de los coches hacían que la ciudad tuviera tonos de color sepia, con mi taza de té verde veía pasar la tarde. 

Un domingo, mientras estaba sola, la puerta del buzón rechinó. Normalmente, ni el correo ni los repartidores llegan los domingos. Lo abrí y había una carta sin remitente. Dentro había una hoja de papel amarillenta en la que ponía: “No te quejes, que todo puede ser peor”. Estaba escrita con Time New Roma. Me quedé con la hoja en mis manos. Volví al sofá y seguí visualizando la avenida, los coches y los transeúntes, todos empezaban a desaparecer. El sol comenzaba a esconderse y la ciudad cada vez más callada, las sombras de los edificios jugaban al escondite. Seguí leyendo el dominical de El País: “La voz es el nuevo punto G: por qué el sonido es el secreto mejor guardado del sexo”. Mi presión arterial y mi temperatura corporal estaban altas con la lectura del artículo. Antes de la cena llegó Juan. 

—Mira lo que han dejado en el buzón esta tarde —le enseñé la carta y la leyó. —Vaya tontería. La gente está loca —dijo sin más, mientras miraba el móvil. Habrá sido una broma. Eso decía mi abuela cuando nos quejábamos.

—¿Una broma? ¿Quién gasta el tiempo en esas bromas? —mientras me mordisqueaba el labio y me tocaba pelirrojos tirabuzones. 

Miré de nuevo la carta. Me quedé quieta y callada. La guardé en el cajón del mueble de la televisión. Cenamos algo rápido. Siguió atento al móvil. Solo coincidimos a la hora de la cena y para ver la tele. Puso las noticias que repetían una y otra vez: “Trump ha compartido en sus redes sociales la imagen de la ficha policial que se hace a todos los detenidos que entran en la cárcel de Atlanta. Quedó en libertad bajo fianza tras abonar los 200.000 dólares impuestos por la fiscal Fani Willis”.

—Qué pesados son —comentó Juan.

—Mañana tengo médico —referí.

—¿Te preocupa la carta o el médico? —preguntó mientras seguía con el móvil. 

—La carta y el médico —contesté. 


Me fui a mi habitación. No dormíamos juntos desde la última riña —tres meses atrás—. Fue entonces cuando dejé las pastillas. Con el móvil, me puse a ver pisos en alquiler. Con mi nuevo ascenso me lo podía permitir. Al día siguiente tenía cita médica. Tardé en quedarme dormida. 


Mientras esperaba mi turno, jugueteaba con el borde de su blusa, releí viejas revistas de moda que probablemente habían visto más dedos que una máquina registradora. La sala de espera olía a muebles viejos. El sofá estaba desgastado y las ventanas de madera deterioradas.

—Cursi, como la gitana de encima de la tele de mi abuela —me susurró mi amiga María.

—La consulta, del doctor Marín, debe tener su edad, casi a punto de jubilarse —contesté.


Mi pierna derecha hacía ruido con su movimiento incesante, mis manos temblaban. Me dolía la cabeza. La enfermera me llamó con media hora de retraso. Pasamos a la consulta. El doctor Marín, un hombre alto, canoso, con las manos grandes y rostro inexpresivo. En la pared, detrás de su sillón, colgaban muchos títulos ilegibles por la distancia. Nos indicó que nos sentáramos. No decía nada mientras miraba la pantalla del ordenador. El reloj de pared seguía con el tic-tac monótono. Mis latidos iban más rápido. Al rato dijo:

—Tenemos el informe de la mamografía y de la ecografía. Tiene usted un fibroadenoma.

—¿Fibroadenoma? —repetí inmediatamente.

—Si —contestó. Generalmente, no son motivo de preocupación. El origen del fibroadenoma es el propio tejido mamario. Basta con vigilarlo. Puede estar tranquila.


Seguía teniendo palpitaciones y las manos sudorosas. María me cogió la mano y me la apretó tanto que me señalo su anillo —siempre hace lo que me acompaña a los médicos.

—La revisaré dentro de seis meses. Si nota algún cambio, se viene por la consulta.

—Gracias —dije con un hilo de voz. Sonreí.


Al despedirme de María quedamos para vernos el jueves. Volví al trabajo con la resaca de la visita médica, con dolor de cabeza y sin ganas de comer. Apenas llegué me llamó mi jefa: “tenemos que hacer el informe. Es urgente”. Era mi primer informe en el nuevo puesto. Iván me preguntó cómo me había ido en el médico. Estuvimos un buen rato hablando. 


    —¿Ves?, las preocupaciones no son buenas. Te hacen sufrir gratuitamente. Entiendo tu temor constante de tener una enfermedad, a mí me pasaba.

    —Atento como siempre, sensible y amable. Gracias, Iván. 


Yo tenía que hacer el informe. Él seguía con su retahíla: “no te preocupes, aquí me tienes para lo que necesites”. Me miró fijamente a los ojos y después a mis manos. Sonreí. Yo tenía los puños encima de la mesa. Le mantuve fija la mirada y me toqué el pelo con suavidad. 


Quedé con María en su bar favorito, donde ponen café de Brasil —”El rincón de la viuda” se llama—. Le mostré la carta y le comenté, que Juan y yo, hacía tiempo que no nos acostamos. Tras un breve silencio —miró al techo— y dijo: “La carta es de una amante de tu marido. Estoy segura”.  Tomé un sorbo de café antes de decir nada:

—Es absurdo. ¿Qué iba a conseguir?. No sé si tendrá amante. Pero a mí no se acerca y ultímate come muchas veces fuera. Somos como compañeros de piso —dije.

—¿Y qué coño pretende, quién sea, con eso? —dijo haciendo una bolita con papel de servilleta.

—Yo lo relacioné con lo del bultito en el pecho.

—Venga ya, no seas paranoica. ¿Qué tiene que ver?, ya te dijo el médico que estás buenísima —soltó una carcajada.


Hubo un largo silencio perturbado solo por el jaleo de la máquina del café. La conversación se reanudó cuando María me dijo:

—Y con Iván, ¿cómo va todo? —mientras se repasaba la pintura de los labios mirándose en un pequeño espejo.

—Dice que tiene miedo. Quiere estar con sus hijos —apreté los dientes y me contuve las lágrimas. Juan es con quien tengo un fuerte compromiso. Y es él quien me trata con indiferencia y frialdad. 

—¿Lo quieres? —preguntó mientras encogía los hombros y hacía un gesto con las palmas de las manos hacia arriba.

—Estoy agobiada con el trabajo. Tengo que entregar mañana el informe.

—Deberías hablar con Juan —sentenció.


Al llegar a casa vi que el buzón había algo. Lo abrí y de nuevo una carta sin remitente del mismo estilo. Corte con las manos el filo y dentro el mismo papel amarillento: “Te lo dije, no te quejes. Todo puede ser peor”. Tarde en encontrar las llaves en mi bolso. Entré en casa y me tomé una tila y diez gotas de las flores de Bach. Su móvil estaba sobre la mesita de la cocina. Se abrieron varias pantallas emergentes. Una de ellas de WhatsApp. Le llegaron varios mensajes que no pude leer. Tenemos código de bloqueo de pantalla.

—Juan, tenemos que hablar —dije con lágrimas en los ojos—. El aliento le olía a cerveza. 

—¿Qué pasa? ¿No te ha ido bien en tu trabajo o con tu amiga, la zorra esa?

—Ella, al menos, me escucha y me acompaña, mientras tú estás por ahí, no sé dónde —le reproché. 

Me sequé las lágrimas con la manga del pijama.

—Mira lo que ha llegado —dije mostrándole el papel con mi mano temblorosa… 

—Otra vez la misma tontería, lo mismo decía mi abuela —dijo mientras leía los mensajes—. No me jodas. Lo mismo es verdad, deja de quejarte, valora lo que tienes. —Pegó un portazo y se fue al baño. 

Ese día Juan se acostó sin cenar. Tomé una ensalada, mi Orfidal y me quedé viendo la tele y entre mis manos seguía la carta. Envié un mensaje a Iván: “gracias por todo”. Me quedé dormida. 

Pasaron los días y la tensión seguía cada vez que nuestras miradas se encontraban. Las reglas del juego habían sido reescritas.  Ninguno de los dos admitía hablar. No me preguntaba por mis otras visitas médicas ni me dijo nada de la segunda carta. Seguíamos vagando cada uno, por un lado. Nos aferramos a nuestras rutinas. Él seguía llegando tarde, si es que venía. Yo continuaba jugando con Iván y él continuó con miedo y rechazando. Aun así, me seguían subiendo las pulsaciones cada vez que hablábamos. María me acompañaba a mis visitas médicas. 

El día de la firma del divorcio marcó el fin de una etapa. Nos miramos una última vez. El notario nos dijo: “suerte”. Era la segunda vez que hablábamos en mucho tiempo. 

—No nos quedaba otra opción —dijo sin parpadear.

—La felicidad no existe —contesté.

—”No te quejes, todo puede ser peor” —susurró en el preciso momento en que nos llamaron para entrar en la sala de notaria—. 

Cuando su abogado me comunicó la petición de divorcio de Juan, sí que hablamos. Aunque estaba todo dicho con nuestra convivencia. Llamé a mi amiga y nos emborrachamos. Acabé acostándome con Iván.

Me quedé viviendo en lo que fue nuestro hogar. Mis rutinas cambiaron. Una mañana muy temprano, Clara, mi vecina del quinto B, una viuda con setenta años, me dijo:

—No pudo ser. ¿Verdad? —dijo con voz serena y haciendo un gesto con la mano temblorosa. Después de la lluvia siempre sale el sol.

—¿Cómo? —le pregunté—, ¿A qué se refiere usted?.

—Llevo años escuchando y viendo vuestra vida —dijo. Y continuó—: Joven, a veces, necesitamos un recordatorio de que, no importa cuán malas sean las cosas, siempre hay esperanza. La vida es bella, a pesar de ser, en ocasiones muy miserable. 

—Es cruel —musité.

—Esas cartas no eran una burla, eran una invitación a ver la vida desde otra perspectiva —respondió—. Mi marido me fue infiel. Soporté la humillación y después del calvario enviudé con apenas treinta años. Mis tres hijos hace años que no me visitan. Y a pesar de todo, procuro sonreír cada mañana. No te quejes, todo puede ser peor.