Ir al contenido principal

Ni el tiempo nos cura.

No me importa.

No me importa.

No el tiempo ni la distancia.

No, no me importa ni preocupa.

Mi alma vacía se llena de ti cuando te recuerdo.

Se llena espontánea y fugazmente de tu olor, de tus manos de terciopelo, de tu vida rocosa, pero amable y tranquila y dulce.

¿Fué feliz?, me pregunto mi eco. Indudable y rápida respuesta. Fué frío aliento de dolor e impotencia.

Allí nunca habtitó flor en fértil tierra. Allí el olor suave de amor y comprensión serena, nunca germinó.

Allí, sólo hubo obediencia, silencio y remordimientos de libertad perdida.

Cuando se nos iba a la eternidad, en esos fríos días de marzo, se atrevió a gritar y romper ataduras invisibles, se atrevió a maldecir, a llorar y arrojar semillas sin germinar. Se atrevió a maldecir al jardín, al huérfano y bonito jardín.

Hoy sin jardín, el jardinero se lamenta. Llora el tiempo, las semillas rotas y vacías.

Hoy el dolor y las malas hierva han florecido.

Hoy, estamos muertos y vivos. Hoy eres nuestra alma y recuerdo.

Entradas populares de este blog

LXI

LXI Al ver mis horas de fiebre e insomnio lentas pasar, a la orilla de mi lecho, ¿quién se sentará? Cuando la trémula mano tienda próximo a expirar, buscando una mano amiga, ¿quién la estrechará? Cuando la muerte vidríe de mis ojos el cristal, mis párpados aún abiertos, ¿quién los cerrará? Cuando la campana suene (si suena en mi funeral), una oración al oírla, ¿quién murmurará? Cuando mis pálidos restos oprima la tierra ya, sobre la olvidada fosa ¿quién vendrá a llorar? ¿Quién, en fin, al otro día, cuando el sol vuelva a brillar, de que pasé por el mundo, quién se acordará?

SI ME NECESITAS, LLÁMAME Por Raymond Carver

 SI ME NECESITAS, LLÁMAME Por Raymond Carver De su libro de relatos póstumos: Si me necesitas, llámame. Aquella primavera habíamos tenido una relación cada uno por nuestro lado, pero cuando el curso acabó en junio decidimos alquilar nuestra casa de Palo Alto y marcharnos los dos a pasar el verano a la costa norte de California. Nuestro hijo, Richard, iría con su abuela, la madre de Nancy, a Pasco, Washington, donde trabajaría todo el verano con idea de tener algo de dinero ahorrado en otoño cuando ingresara en la universidad. Su abuela estaba al tanto de lo que pasaba en casa y había hecho lo imposible para que lo mandáramos con ella, ocupándose de encontrarle trabajo para cuando llegara. Había hablado con un agricultor amigo suyo que le prometió un empleo para Richard. Trabajo duro, porque tendría que levantar cercas y hacer fardos de heno, pero Richard estaba entusiasmado. Se marchó en autobús a la mañana siguiente de la entrega de diplomas en el instituto. Lo llevé a la estación...

Ghost, mi viejo amigo

  Ghost, mi viejo amigo El finde pasado quedé con mis colegas porque, sinceramente, ya era hora de soltar la lengua. Ya sabes, con cerveza y chismorreos, de esos que pones a parir a todo dios sin remordimientos.   Los cotilleos y las rubias (cervezas), dicen que los carga el diablo, pero más aún, si es el primer viernes después de las vacaciones. No te imaginas cómo hervían los “filetes” de mis colegas. Yo me quedé para soplar el último . Iba a estallar, pero controlé el fórmula uno de mi vehemencia. Un milagro, te lo juro.   Resulta que Martina, la reina del ligoteo, probó una de esas apps de citas, como las que tú usas (no disimules). Pues parece ser que entre match y match hubo propuestas de café y de gin tonic. Por lo visto tenían mucho que contarse…   Al parecer el tío, un tal Pablo Martos, y Martina tenían mogollón de cosas en común, compartían gustos; lecturas y grupitos de música indie y networking y comidas. La cosa prometía.   Pero lo que no compartier...