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Ghost, mi viejo amigo

 Ghost, mi viejo amigo


El finde pasado quedé con mis colegas porque, sinceramente, ya era hora de soltar la lengua. Ya sabes, con cerveza y chismorreos, de esos que pones a parir a todo dios sin remordimientos.

 

Los cotilleos y las rubias (cervezas), dicen que los carga el diablo, pero más aún, si es el primer viernes después de las vacaciones. No te imaginas cómo hervían los “filetes” de mis colegas. Yo me quedé para soplar el último. Iba a estallar, pero controlé el fórmula uno de mi vehemencia. Un milagro, te lo juro.

 

Resulta que Martina, la reina del ligoteo, probó una de esas apps de citas, como las que tú usas (no disimules). Pues parece ser que entre match y match hubo propuestas de café y de gin tonic. Por lo visto tenían mucho que contarse…

 

Al parecer el tío, un tal Pablo Martos, y Martina tenían mogollón de cosas en común, compartían gustos; lecturas y grupitos de música indie y networking y comidas. La cosa prometía.

 

Pero lo que no compartieron fue mesa. 

De repente, todos callaron y se hizo un estruendoso silencio en el bar al escuchar la palabra: “plantón”. Estupefactos, mudos y suplicando que no fuera verdad. “La histérica de Martina nos iba a dar la brasa”, pensamos. Como tú haces cuando vas a mi despacho (bombardeo de amor, o pesado).

 

Pues volviendo al tema. Por lo visto, sí, como lo oyes, el tipo, el muy imbécil no se presentó y como era de esperar, puso la escusa que no se cree nadie. Lo sé.

 

Resulta que el nota estaba vigilando su llegada y cuando vio el bolso de “La Noche Estrellada” que la identificaba, el colega  se escondió como un cobarde y se piró. Le dio un plantón. Pero el necio, tuvo el detalle de enviarle un mensaje en el que decía que la había visto y no era tu tipo. Habría que haberlo visto a él (cuerpoesconbro mental, seguro).   

Vaya cara dura, qué jeta… si es que… como diría mi madre “No se hizo la miel para la boca del asno” ni “perlas para los cerdos”. “Muchos picos y poco jamón”.


En fin, creo que técnicamente no puede llegar a llamársele ghosting.  Yo  diría inspirado: pre-ghosting. 

Fíjate tú, ella cree que soy su “mejor amigo” (pero en realidad, yo no tengo amigos). La intenté consolar. Qué plan, yo, el desgraciado del grupo, buscando remedios para mal ajeno, olvidándome del mío propio (diez años de abstinencia involuntaria lo acreditan). Qué buena persona soy. Pero nadie lo ve (ghos), ni siquiera Martina a la que solo yo prestaba atención. Es despistada, tanto que se le olvidó quitar la etiqueta al nuevo sujetador (no era intimissimi, era intipismiqui) —vamos de los puestos del pueblo—. Pero Martina, es una quejosa. Ha tenido dos o tres relaciones en el último mes (dice ella). 

Sin contar que cada lunes, luce sus encantos con un director (ni idea de qué), a las cuatro de la tarde. Hay que tener ganas. Y ella dice que eso es casi nada. Vamos, como beber agua delante de un sediento. Ella, en una semana, supera mi récord en los últimos diez años.


Para calmar sus llantos (injustificados) y mi pena (real), le empecé a hablar de mi curro y mi nuevo puesto (poco ingenio el mío). Y le continué diciendo que antes que aquel Excel patético, hice un informe. Sí, canijo, un pedazo de informe jurídico sobre las apps de “ligoteo” y de desnudos virtuales, su regulación jurídica actual (Concluí; regulación no hay, y además las redes y los tramposos van por delante). 


Pobre Martina. Qué metedura de pata la nuestra. 


Si ella supiera de lo mío… Lloraría más que yo. Le dije inspirado, que hay gente que todavía tiene butano en su casa. Hay gente antigua, por moderna que se pinte. En fin, Martina, otra víctima más del ghosting en las redes. Qué dios nos dé cobijo en otras cosas, porque lo del amor está claro. No hay luz al final del túnel, canijo, que lo soñé anoche. Eso es mentira. Al final del túnel hay un “enanito” con gafas…


Pedimos otra cerveza. Para ella era la segunda y para mí… la penúltima, ya sabes, no las cuento. 

En fin, que la perspectivas de lío ante el evento post-verano, se quedó con las lágrimas de Martina. Aunque la colega, nunca se corta, y lo intenta todo con todo tipo de género y sexo. Les da a todos los palos, pero los palos se los lleva ella. Chitón callado.


No quise decirle que estas cosas se heredan, como el mal genio y la hipocresía o la indiferencia (como la tuya conmigo).

Y mira que antes del verano le comenté; “soy experto en apps de citas” y esas cosas. Que los perfiles son faltos y que la realidad es más fea que su amigo Pablo (que además es un cretino). “No tengas fe en las apps de citas, Martina, tu vale mucho. Créeme. Ve al directo”. Pero no había manera. Seguía casi llorando. Qué pena.


Juan, al vernos tan ensimismados en la conversación, nos interrumpió. El guapo y pesado del grupo, el gracioso de la sonrisa perfecta, el deportista e intelectual impecable. Su guapura empalaga tanto como un helado el dulce de leche con caramelo (el pedazo de imbécil que me quito la única novia que tuve). Juan quiso robarme el momento,  el protagonismo de  mis sabios consejos (e impiadosos), pero le di un zasca… (Martina me abrazo con poderío. Aún me duele el pecho).

Mi madre estuvo orgullosa de mí tres tristes meses.  Hasta que llegó el guapo y plaf. Vuelta a la realidad, mi realidad. Mi SEAT Ibiza del 2002, “la raja de tu falda” a todo volumen y “María” pa mi cuerpo. Si es que nací para estar solo. Por feo y güena gente, entre otras cosas. Por todo eso, veo una tontería luchar contra mi cruel naturaleza.


—Acéptalo, Martina. No pasa nada —le dije (no sabía si reír o llorar)

—Y yo quería tener hijos —dijo con un hilo de voz.

—Anda ya. De mayor (dentro de un ratito), seguiremos con la libertad de poder hacer miles de cosas (ridículas).


Por cierto, ¿qué hay de lo tuyo con el vecino del quinto? ¿Sigues subiendo las escaleras sin zapatos? Qué mérito, que orgulloso estoy de ti. Eres una apuesta segura. 

Tengo miedo, canijo. Si miedo. Cuando Martina se entere de que aquel imbécil era yo y que salí por la puerta de atrás. Pero qué suerte tuvimos los dos. ¿Verdad?

En fin que la vida sigue, que nos dé salud a todos y cervezas pa ti y pa mi, y a los demás aire fresco. Que yo no quiero migajas, que prefiero las regañás, canijo.



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