Armario o cornisa. ¿Y por qué no ambos?. Lucrecia se tapó apresuradamente con las sábanas blancas.
—Marta: tú al armario; Mario: tú a la cornisa.
Alguien entró en la habitación. Era Juan, su esposo.
—¿Qué haces aquí?.
—Buena pregunta. ¿Y tú?
Huele a su perfume —pensó—… abrió el armario y encontró a su amante. Sin mirar preguntó:
—¿Esta es tu reunión?
—No, es tu visita al dentista.
—Falta alguien —dijo Juan.
—No hay nadie en la cornisa.
Están llamando a la puerta de la habitación número 69. Será la recepcionista con las llaves.
Es hora de volver a casa.