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martes, 22 de agosto de 2023

EL BUEN SOLTERÓN

 EL BUEN SOLTERÓN.


Sales de tu casa, muy temprano, tempranísimo —a las cinco y cuarenta y cinco—, un día del mes de noviembre que te envuelve en un abrazo frío por las calles desiertas. Acabas de cumplir más de sesenta noviembres. El aire es gélido, sabes que hace frío, pero, te empeñas en hacerte el héroe fingiendo como un cosaco por no llevar camiseta de algodón. A lo lejos, el bar de esquina, el café te espera, como un faro de calidez en medio de la penumbra. Tomas café y mientras fumas tu segundo cigarrillo, te invaden los pensamientos y te sientes un personaje de una película en blanco y negro, como la que viste anoche y que terminó pasada las doce. Te despierta de un golpe el vecino que ya viene de comprar el pan. El tipo no te cae bien y hoy, se ha ganado otra medalla para ser más imbécil aún. Pero el golpe te ha servido para continuar y despertar de tus fantasías. Vas por la acera, sigues pensativo. Ahora tienes frío, y vas al coche y te pones tu chaquetón que te abriga los pensamientos, esos pensamientos que te atrapan en una profunda reflexión sobre tu triste y solitaria existencia.     El tiempo apremia y el tren sale en veinte minutos. A lo lejos ves a alguien tambalearse, como borracho. No haces caso, pero ella sigue ahí, como una melodía persistente, se acerca despacio. Ha empezado a llover y ello te dificulta la visibilidad. Es una mujer, parece alta, y es rubia y con los ojos verdes. Claro, es María, la vecina del quinto. Bajas la ventanilla, la lluvia cae como metralla y gritas balas entrecortadas: —Buenos días. María, ¿te llevo a la estación? —¿Buenos días? —pregunta al subir al coche—. Hace un viento horrible, está lloviendo a mares y se me ha estropeado el coche. Y me dices: “buenos días”. No seas cruel Juan. —Bueno, mujer, es una forma de hablar.     El silencio que sigue es incómodo y reflexivo y nos invade como un abismo de palabras y cabreo. Te choca su intento de chiste, pero lo admites, no es un buen día. La lluvia continúa cayendo, como si fuese parte de la conversación. Has llegado. Aparcas lejos, pues es tarde y la gente madruga y no se entretiene. Tú a lo tuyo, a tu ritmo lento de vida. Ella se baja y grita: “me he puesto chorreando. Malditos sean los lunes y los lunes de noviembre”. Te quedas aún más callado. Pero realmente tú también quieres gritar. No haces nada, sino correr para el andén. El tren está al llegar. María tiene cara de enfado, pero, te acaba soltando una sonrisa. Piensas que está loca. O caliente. Enciendes tu ordenador. Introduces tu clave de escritorio. Aún no te has despertado, sigues en tu estado de narcosis. Ojo cerrado y ojo medio abierto. No tienes ningún correo. Vas y te haces una infusión. Mientras te la tomas, lees las noticias en internet; “España, campeona del mundo de fútbol femenino”, gritas en silencio: “bien, joder bien”.     Llega el pesado de la oficina, gritando tan temprano. Te cae mal, sí, sí, también te cae mal. Te obliga a bajar al bar, a tomar café. No te apetece, pero vas. Escuchas sus opiniones sobre el partido. Tú haces como el que pone interés; sin embargo, pasas de él. No es bético y te cae regular. Prefieres pensar en la vecina del quinto y su sonrisa (“polvo en ausencia del marido”). Sonríes y confundes al pesado. Suena tu teléfono. Es la jefa; “Ramírez, venga a mi despacho, tengo trabajo para usted”. De inmediato reflexionas; “joder, es lunes y su voz de cabreada. Puto lunes”—sentencias. Pasan las horas, sigues con mucho sueño, el informe lo terminaste antes de la una, pero no lo entregas hasta las dos y media, justo cuando te vas de la oficina.

Vuelves al tren, vuelves durmiendo y escuchando la radio. Otra vez: “España, campeona del mundo”. “El mundo es de ellas”, “Rubiales se disculpa tras su beso a Jenni Hermoso”. Las noticias pasan como la lluvia fuera, sigues sin conexión y sin entender tu vida. Todo el mundo parece envuelto en un manto gris y mundano. Te despiertan las dos alarmas del móvil, el tren ha llegado y has vuelto a casa. Comes cualquier cosa, no te apetece el potaje que te trajo tu hermana. Te levantas de la siesta con una sonrisa (“polvo con la del quito”).     —Tú debes de tranquilizarte. Juan, la cuestión es muy mecánica y siempre, o casi siempre funciona. Lo primero que tienes que hacer es tener varios perfiles en las redes sociales. Y dar like a todas aquellas que te inspiren deseo —no seas lascivo—. Pero, ojo, sin deseo de cazador y perverso de poseerlas sin remordimientos—los consejos del amigo.     —¡Lolo! —le gritas. Para, para ya por Dios. ¿Sabes que lo de ser solterón se hereda? Él ríe a carcajada, limpia y violenta, como una alarma de incendios. Sabes que acabas de cometer un error y tu colega —tu mejor amigo—, el guapito del grupo, se mofa de ti. Te sientes vulnerable y te duele, aunque sabes que tu dolor es exagerado. El tío, además, te golpea el hombro —como un experto boxeador—, el que tienes dolorido por la caída, sí, ese mismo, y sigue riéndose. Pero finges naturalidad y te intentas hacer el duro. No sabes y él se da cuenta.     —Sí, tío, sé que lo de solterón se hereda —dice con ironía al camarero. “Tierra trágame, ahí viene el capullo del bar y sus bromitas”     —Eso dicen —susurras con voz temblorosa—. ¿Quieres otra cerveza? —lo haces para que se calle la boca. Pero sigue escupiendo palabrería y carcajadas (“hijo de puta”).     —Sí, claro lo dicen las evidencias científicas y el National Geographic.     Mientras el capullo de tu amigo, disfruta de su estupidez —y la tuya—, tú piensas que él tiene “cuernos” —con maldad—, Inma se acostó contigo, aunque lo tienes en lo más oculto de tus entrañas. Sería demasiado sucio el argumento.     —¿Pero, tú de qué presumes? —preguntas con odio transitorio—. Presumes del catfishing las redes sociales y de ser “un engañador viudas”, prefiero la soltería —confirmas con miedo. Son las diez de la noche. Llegas a casa y cenas algo ligero. Y tu preocupación es tal, que te ha hecho hacer la consulta a “San Google”. Y lees que según un estudio publicado en la revista “Social Psychological and Personality Science” en 2018, las personas solteras pueden experimentar niveles más altos de autenticidad en comparación con las personas románticas y que pueden tener mayor claridad de identidad y metas personales. Un consuelo absurdo y un comentario chistoso, un cóctel amargo que en nada cambia tu situación —solterón empedernido—. Te tomas un yogur y te duermes en el sofá, son las doce y media, la película ha terminado. Todo está por medio. Suena el despertador, son las cinco y treinta. Empieza el día.


John Galls. Septiembre 2023