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La Pandora de Calypso

  Él la observaba desde lejos, desde esa distancia infinita de amistades muertas, como quien admira a la diosa Calypso, suspendiendo el tiem...

jueves, 6 de julio de 2023

¿Merece la pena?

 ¿Merece la pena?

La consulta está situada en un barrio del centro. Es una casa antigua. No tiene sala de espera y los pacientes tienen que hacer tiempo y cuando ella baja, a la hora concertada en el zaguán del bloque de cuatro pisos. Puntualmente, ella baja desde el primero, abre el cancelín, se despide de uno y recibe al otro. La consulta es acogedora, con mucha luz. Hay dos sillones tipo balancín, hay estantes con libros y un jarrón con unas matas de algodón. Detrás del paciente un reloj digital donde ella controla el tiempo. El reloj marca las diecinueve horas y tres minutos del lunes trece de marzo. Huele a incienso. La alfombra es agradable. Siempre en la consulta hay que ir descalzo. El paciente lleva meses de terapia.

—Buenas, ¿qué tal te encuentras? —pregunta Lourdes.

—Bueno, ahí voy. Renqueante, sin dormir mucho y comiendo poco. Me levanto cansado y con un pellizco en el estómago que no me deja ni probar bocado hasta que la medicación me hace efecto.

—La semana pasada fuiste a psiquiatría. ¿Tu psiquiatra te ha cambiado el tratamiento? —Dice ella con sequedad.

—Sí. Me ha aumentado la dosis de Paroxetina y de Orfidal. Aun así, sigo teniendo insomnio y mucha tristeza. No puedo quitármela de la cabeza. No lo puedo evitar.

—Todos los tratamientos necesitan un tiempo. El efecto no es inmediato. Es un proceso lento. Debemos ir paso a paso afianzando los avances. La realidad de la que partimos es que ella ya no está. Hemos de entender que forma parte del proceso de la vida, es un hecho natural y tenemos que aprender a tolerarlo. 

Entre los sillones hay una pequeña mesa con una caja llena de Playmobil. Ella coloca en una improvisada escena —encima de una pequeña mesa— tres figuras, tres adultos; una mujer y un hombre, cara a cara y el tercero de espalda al resto. Apartado de ellos coloca a un Playmobil niño. Adán no quita la mirada. 

—¿Identificas a los personajes? —pregunta.

—Sí claro. Un padre, una madre y un niño —dice él llorando.

—Fata alguien —dice la psicoterapeuta.

—No sé. 

—Falta tú “yo” adulto.

Coge un pañuelo de papel, se lo da a Adán y de un golpe quita el niño del los brazos de la figura femenina y la retira a ella —la vuelve a colocar en la caja.

—¿Y ahora qué es lo que ves?

Y llorando dice:

— Que el niño se ha quedado solo.

—No, no está solo. Piénsalo… Se ha quedado sin madre. Un hecho natural. Te tiene a ti. ¿Quién va a cuidar de este niño?. El que está de espaldas es tu padre, y este no va a cuidar de ti, ni de hecho puede.

Coloca el Playmobil niño en los brazos del “yo” adulto.  

—Dime, ¿qué ves?. —Él no contesta, permanece con la mirada fija en la escena—. Adán, ese niño que llevas dentro está llorando desde hace mucho, y lo tienes que cuidar tú. El adulto que eres ahora, es el que tiene que quererlo, darle cariño y comprensión. Ese niño se encuentra solo y sufre la falta de reconocimiento. Esto tiene mucha relación con tu inseguridad, tu inquietud obsesiva por aprender, estudiar, saber más que nadie. Ese es tu refugio, pero te olvidas que tienes que pararte y reflexionar cómo cuidarte, tienes que ser compasivo y amable contigo. Tú eres quien tiene que hacerlo. Nadie pude ayudar a ese niño mas que tú. Yo te acompaño.


Ella se mantiene en silencio y lo mira sin parpadear, se acerca y le coge una mano. Él llora con más intensidad. Tiene entre sus manos al Playmobil niño.


—Ya, ya —dice entre sollozos con el puño derecho apretado el Playmobil, mientras que con la mano izquierda, donde tiene el pañuelo, apoya la cabeza—. ¿Sabes?, nunca me dio un beso, un abrazo y gesto de cariño —dice con la mirada fija en el algodón—. Él siempre trabajó fuera, pero cuando venía, recuerdo que nunca me decía nada. Tengo clavado el recuerdo; yo me quedaba quieto mirando como trataba a mis hermanos. Me duele —ya llora menos y ha recuperado la compostura.

—Bueno, estamos focalizando la terapia en tu infancia.  Ahora dime cuál es tu relación con tu esposa. Me comentabas que es conflictiva. 

—Con ella la cosa es complicada —dijo cambiando el tono de voz—. Me sucede algo parecido. No he percibido que me acompañara en mi soledad y en mí caminar. No se lo echo en cara, pero yo me siento sin nadie a mi lado. Su preocupación es el trabajo y su familia. A mí me dice que lo que tengo es cuento y que es normal que los mayores se mueran. 

—¿Hablas con ella de esto que me estás diciendo? —pregunta Lourdes.

—No. Siempre está ocupada con sus trabajo y hablando por teléfono con todos. Para mí no tiene ni un minuto. Llevamos mucho tiempo sin hablar y nuestro matrimonio está roto. De hecho, no me he ido por los niños. Ellos sí han estado en mi duelo. El pequeño, un día, me pilló llorando en el baño y se abrazó a mí diciéndome que: “ella, dónde se encuentre, estará orgullosa de ti, papá. Tú eres el mejor papá del mundo. Te quiero mucho”.

De nuevo a romper a llorar desconsolado. Ella permanece callada.

—Tiene mucha empatía y conexión contigo. Debes mostrarte fuerte, no puedes trasladar la responsabilidad a los niños. Ellos tienen una percepción distinta de lo que es la muerte y lo ven con más naturalidad. Hay que aprender a vivir con su ausencia. La muerte forma parte de la vida y tenemos que aceptarla. Estás en la etapa de aceptación y del aprendizaje.

La psicoterapeuta calla y espera que el cese en el llanto. Pasan unos minutos.

—Volviendo a tu matrimonio. ¿Estás por obligación?. Si no estáis bien y para ti es un suplicio, quizás tengáis que hablar e intentar tratar los motivos por los que no funciona. 

—Sí que sería lo ideal, pero ella no quiere hablar y siempre me culpa de todo a mí. Mira que yo lo intento, sin embargo, siempre se pone a la defensiva y me reprocha que yo solo sé quejarme.

—¿Mantenéis relaciones sexuales? —preguntó Lourdes.

—No, hace meses que no. La mayoría de los días duermo en la habitación de los niños. Me molestan sus ronquidos. Tengo muchos problemas para conciliar el sueño. Prefiero estar en otra cama que me dé más tranquilidad.

—¿Tienes otra relación?

Permaneció en silencio un rato  mirando fijamente los Playmobil que aún permanecían en la mesa en la misma posición.

—Estoy muy solo. Siento un enorme vacío. Mi permanente busca de la felicidad, me hace sentir siempre frustrado e inestable. Mi lucha interna no tiene fin. Nadie va a querer nada con un tipo como yo: tan sensible y conflictivo. La gente sensible, siempre perdemos. El mundo se burla de los sensibles. El matrimonio es un mal invento y en muchas ocasiones, una cárcel. 

Ella mira el reloj digital. Son las veinte horas y siete minutos. 

—Bueno, es tu opinión. 

≫ Por hoy hemos terminado, si te parece, seguimos trabajando estos conflictos la próxima semana. Y recuerda, la solución está en ti, en tu forma de percibir la realidad y en el cómo te afectan. Puedes controlar tus reacciones. 

Ella lo acompaña al zaguán, le abre la cancela y se despiden con una sonrisa. 

Esperando en el coche hay una mujer. Está lejos y se ven las manos sobre el volante. 

—Hola, mi amor. Estás guapísimo. Acabo de llegar en el vuelo de las seis. Pero me ha dado tiempo a reservar para la cena.  ¿Cómo te ha ido?.

—Bien, aprendiendo a gestionar las emociones. Estoy mejor. Intensa sesión, tengo mucho camino por andar. Y a ti, ¿cómo te ha ido el día?.

—Muy bien. Pude resolver los conflictos de los trabajadores.

—Nos vamos a tomar algo, ¿te apetece?.

—Por supuesto, contigo a donde quieras.

—¿Qué vamos a hacer?. —pregunta Adán.

—¿Hacer con qué?

—Pues con nuestra relación, son ya tres años.

—Seguir como estamos, es una maravilla. Cada uno con su vida y de vez en cuando, una de nuestras escapadas —dice Eva

—Yo creo que voy a separarme. Mi matrimonio es una cárcel. No sé a donde voy, pero sé donde no quiero estar.

Se quedan callados un momento. Ambos están con la mirada en otro sitio.

—No voy a dejar a mi marido  —respondió con otro tono de voz—. En mi matrimonio tengo libertad para hacer muchas cosas. No tengo que dar explicaciones a nadie y me va bien. Soy feliz así. 

—Vaya. Yo llevaré mal el alejamiento de los niños. Tendré un convenio regulador que me permitirá verlos cada quince días. Y eso es, casi, casi dejarlo sin padre. No deseo que sufran el desapego que yo experimenté. Eva, ¿qué es para ti la felicidad?. 

—No lo sé, la verdad. Únicamente sé que es algo que siempre va delante de nosotros y que nunca lo alcanzamos —dijo con un hilo de voz.

—Pensé que podría ser parte de lo que se consigue con la infidelidad, pero no. Esa felicidad es efímera. Además, se puede provocar mucho daño a las personas que nos han dado muchas cosas que nos han hecho felices —dijo entre suspiros—. Yo quiero vivir en paz conmigo mismo. Aunque me suponga vivir en la soledad. Llámame si algún día me necesitas para algo…

***



Lucía y Eva se criaron en un barrio obrero del extrarradio de la ciudad. Sus familias son gente humilde. El padre de Lucia siempre trabajó en una fábrica de cervezas y la madre, que aún vive, se dedicó a trabajar en la administración. Eva es adoptada, su familia de adopción se ha dedicado a trabajar en un bar que está en el centro de la ciudad. Su vida está llena de estridencias y de conflictos relacionales.  Lucía es funcionaria, recién divorciada, y Eva, jefa de recursos humanos de la sede en España de una multinacional francesa, está casada.

Lucia recoge a Eva frente a su casa. Son las trece horas y veinte minutos de un viernes veinte de junio . Hace meses que no se ven y este fin de semana, por fin, se van a la playa.  Lucía tiene un apartamento en Conil. Se acaba de separar Nacho,  y se lo ha quedado en propiedad, entre otras muchas cosas. 

—Buenas tardes, joven. ¿Cómo estás?, guapísima —dice con euforia Lucia, al mismo tiempo que le da un abrazo y un beso.

—Bien, a tope, con ganas de vivir y olvidar —dice Eva.

—Me alegro muchísimo. Este fin de semana nos vamos a quitar las penas y a conquistar el mundo. Se acabaron los malos rollos, los maridos idiotas y las estridencias del trabajo —grita Lucía, al tiempo que golpea el volante y agita la cabeza.

—Chica, ¿qué has bebido? —dice Eva sonriendo y poniéndose las manos en la boca. 

» Tengo ganas de comerme al mundo y de desconectar de la mierda de vida que llevo. A ver cuántos madrileños hay en Conil este fin de semana… se van a enterar de lo que somos nosotras: ¡el duo del polígono…! —grita Eva.

—Dios, cuántas ganas tenía de foguearme y vivir un poco en la luz de las playas de Cádiz.

—No nos vemos desde el fin de semana en que conocí a Carlos,  el cantante del  grupo que tocaba en la sala “La rebotica”. Vaya una noche loca. Qué tiempos por dios. Y mi marido sin enterarse de nada… Qué pobres son algunos hombres… Ay, qué lástima —dice Eva con hastío. 

—Bueno, la vida pone a cada uno en su lugar. Mira el mío, ya ha recibido su sentencia por ambicioso, chulo y cabrón. Ya ves como se ha quedado, el pobre desgraciado. Tanto dinero, tanta empresa y lujo, y al final no saben valorar lo que tienen. Yo estoy encantada de mi divorcio. Si antes tenía libertad, ahora soy la “libertad”. Y tú, ¿cuándo te vas a divorciar? —dice Lucía.

—Nunca. A mí no me hace falta. El mío no se entera de nada. Además, tengo un amante muy guapo e intelectual, un abogado de prestigio y con empresa en el sector turístico. Un hombre casado, con hijos, y muy cobarde. Eso es un buen amante, y lo demás son tonterías. No da ruido. Y cuando me canse de él…aire fresco.

—Uy, uy. Veo que tienes muchas cosas que contarme —dice Lucía. 

—Sí. Los hombres…, hay que ver como son. Solo valen para un ratito y el resto de la vida se arrastran como gusanos por un maldito polvo. Por eso, por eso, tía, son capaces de vender su alma al diablo. Lo sabré yo —dice Eva haciendo un chasquido con los dedos…

En el camino, una vez que han pasado la ciudad de Jerez, en dirección a Chiclana, un atasco en la entrada a la autovía A4 en dirección a Cádiz, llevan tanto tiempo en él, como en el resto del trayecto. Es tiempo de comer. Se salen en el desvío para Chiclana. Paran en el primer bar de carretera que ven. La comida tarda, el bar está repleto, y retoman la conversación que traían en el camino.

—Realmente, la vida, en general, y las relaciones, en particular, son una constante lucha de poder y de gestión de las emociones. Todo es muy complejo —dice Lucía.

—Sí. Pero hay que ser prácticos y egoístas. Nadie regala nada. Todo es un pacto de intercambios de cosas y necesidades. Doy para que me des y das para que te den —dice con una media sonrisa y haciendo un gesto con la mirada al techo—. Siempre subyace un interés. No hay más. Es sencillo, aunque a veces no nos damos cuenta —comenta Eva con una voz más tranquila y pausada. 

Le sirven la comida, pagan y se dirigen al coche. Hace bastante calor y el levante empieza a soplar. Lucía arranca el coche y cuando se disponen a salir del aparcamiento, se para de forma repentina y salta una luz de avería: “temperatura excesiva” y se detiene el motor.

—Joder, me extrañaba a mí que no me jodieran el fin de semana. A ver dónde están los papeles del seguro —grita Lucía. 

—Tranquila. Estarán en la guantera —susurra Eva.

—No, no están. Ayer limpiaron el coche, seguro que no lo han vuelto a poner —eso en el mejor de los casos. No me fío del cabrón de mi ex. Es capaz de no haber renovado el seguro. Este coche siempre lo uso yo.

—¿En serio, sería capaz de hacer eso?.

—Ni lo dudes. 

Mientras esperan la grúa para que lleve el coche a un taller,  continuaron con la charla. Están sentadas en la terraza del bar. El calor era casi insoportable.

—Qué mala suerte, con el coche —susurra Eva.

—Bueno, no tenemos prisas. Menos mal que tenía los datos del seguro en mi correo. La grúa no debe tardar, me han dicho que unos treinta minutos. Espero que el coche lo puedan arreglar en el fin de semana. Y si no, a ver cómo nos volvemos.

—No hay que preocuparse en exceso. Lo importante es conseguir disfrutar de nuestro fin de semana y que nos olvidemos de nuestra permanente lucha por la felicidad. Y a mí, de terapia para olvidar mi fracasado matrimonio. 

Ha pasado más de una hora y la grúa no llega. Vuelven a llamar y le indican que ha tenido un pequeño accidente y le enviaran otra lo antes posible. Son las siete de la tarde y no llega. Lucia  vuelve a llamar sin resultado. El tráfico de coches y gente buscando la costa, no cesa. Vuelven a hablar con el dueño del bar y le piden que, por favor, las lleven a Conil. Volvió a regarse. 

—Señora, tengo el bar repleto. Es imposible.

Se vuelven a sentar en la terraza.

—Volviendo a la conversación —dice Eva—, qué complicada es la convivencia y más dentro del matrimonio.

—Sí, creo que las relaciones son un pacto que tiene difícil solución. Yo, por eso, por evitar complicaciones, he disuelto mi matrimonio. Ahora tengo la libertad de un pájaro —dice Lucía. Prefiero no fingir. Si hay que disolver el matrimonio se disuelve. No soy capaz de hacer lo que tú haces y que conste, te respeto. Sería incapaz de tener marido y amante. ¿Tú no piensas que ellos agradecerían saber tus planes?.

—Sí, tal vez, pero me da igual. Yo soy lo relevante para mí —dice Eva con un gesto de seriedad.

Por fin aparece la grúa. Ambas amigas se suben a la cabina y emprenden la marcha hacía Conil. En el trayecto siguen hablando del mismo asunto, Lucía dice:

—Pero, si estás enamorada de tu amante, ¿no te gustaría convivir con él y disfrutar de todo su ser?.

—No. Es una persona sensible, detallista y muy atento. Él es fenomenal, inteligente, pero eso puede convertirse en una enorme carga que no estoy dispuesta a soportar. Prefiero quedar con él para follar y hasta luego. Supongo que él también está interesado en lo mismo.

—¿Se lo has preguntado?. Por cierto, si puedes decirme, ¿lo conozco?.

—No le he preguntado, ni lo haré. No voy a cambiar mis planes. Es lo que hay —dice Eva sin gesticular. Supongo que si lo conoces. Es uno de los socios de Nacho en la empresa de turismo, el que es abogado. 

—¿En serio?, ¿socio de mi exmarido? Dios.


Finalmente, llegan al apartamento pasadas las ocho y media de la tarde. Ambas llevan maletas de mano y están ansiosas por entrar. Eva, con movimientos rápidos y desesperados, busca las llaves en su bolso.

—Las llaves… por Dios, no me lo puedo creer. Las llaves están en el coche… maldición. ¿Qué vamos a hacer? —exclama Lucía.

—Tranquila. Vamos a pensar con calma. Podemos llamar al servicio de grúa y verificar si el conductor es del pueblo, o podemos contactar al taller. Si no hay forma de recuperar las llaves, llamaremos a un cerrajero —responde Eva con calma.

Las dos amigas pasan más de dos horas esperando hasta que finalmente llega un joven en motocicleta en representación del taller que le trae las llaves. Una vez listas para salir, bromean con lo sucedido. Bajan al centro y cenan en el restaurante La Fontanilla. Todo funciona y ya han olvidado lo sucedido en la tarde.

—Eva, ¿qué es para ti la felicidad?.

—Pues es complicado. Mi felicidad no depende siempre de tener lo que en cada momento quiero. A veces, soy feliz sin tener lo que quiero. Y a veces, infeliz a pesar de tenerlo todo. “Si no hay café, tampoco quiero chocolate”, decía mi abuela para definir los momento de amargura sin remedio. 

—Entiendo. A veces, buscamos la felicidad en lugares equivocados, pensando que está en manos de otras personas o en circunstancias externas. Pero la verdadera felicidad no depende de los demás, sino de nosotros mismos. Está en encontrar la paz interior, la aceptación de quienes somos y la capacidad de disfrutar de los pequeños momentos de la vida —dice Lucía. 

—Es cierto, Lucía, que muchas veces caemos en la trampa de considerar que la felicidad se encuentra en la conquista de deseos materiales, en las emociones efímeras o en relaciones fugaces. Pero, al final, nos damos cuenta de que esa búsqueda nos deja vacíos e insatisfechos.

—¿Y la infidelidad?

Eva suspira y responde:

—La infidelidad puede ser un intento desesperado, de llenar un vacío emocional, de buscar emociones intensas y sentirnos deseados. Pero en última instancia, es una ilusión temporal. La verdadera felicidad no se encuentra en engañar a los demás ni en vivir una doble vida, lo sé. Es cierto que está en la honestidad con nosotros mismos, solo en nosotros mismos, y con los demás. Pienso que también puede ser un intento desesperado de buscar la felicidad.

—Cada persona busca su propia definición de felicidad.

—Exacto. Para unas, como yo, es tener libertad y disfrutar del momento sin ataduras sentimentales. Para otros, puede ser tener una relación estable y profunda con alguien que los complemente —dice Eva.

—El límite, creo, está en el mucho dolor y daño que se puede causar. A mí no me gustaría recibir esos golpes. Supongo que es importante ser consciente de las consecuencias de nuestras acciones —opina Lucía.


El resto del fin de semana transcurre con total tranquilidad, sin ningún contratiempo, sin ninguna conquista amorosa, con mucha luz y mucha conversación. Con eternas confidencias. El coche no estuvo arreglado hasta el lunes. 


jueves, 25 de mayo de 2023

Discurso de Federico García Lorca al inaugurar la biblioteca de su pueblo: Fuente de Vaqueros (Granada). Septiembre 1931.

 El 18 de agosto de 1936, fusilaron debajo de un olivo, en Granada a las 4:45 de la madrugada, al gran poeta español Federico García Lorca.

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Discurso de Federico García Lorca al inaugurar la biblioteca de su pueblo: Fuente de Vaqueros (Granada). Septiembre 1931.


Medio pan y un libro


"Cuando alguien va al teatro, a un concierto o a una fiesta de cualquier índole que sea, si la fiesta es de su agrado, recuerda inmediatamente y lamenta que las personas que él quiere no se encuentren allí. 'Lo que le gustaría esto a mi hermana, a mi padre', piensa, y no goza ya del espectáculo sino a través de una leve melancolía. Ésta es la melancolía que yo siento, no por la gente de mi casa, que sería pequeño y ruin, sino por todas las criaturas que por falta de medios y por desgracia suya no gozan del supremo bien de la belleza que es vida y es bondad y es serenidad y es pasión. Por eso no tengo nunca un libro, porque regalo cuantos compro, que son infinitos, y por eso estoy aquí honrado y contento de inaugurar esta biblioteca del pueblo, la primera seguramente en toda la provincia de Granada.

No sólo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales que es lo que los pueblos piden a gritos. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio de Estado, es convertirlos en esclavos de una terrible organización social.

Yo tengo mucha más lástima de un hombre que quiere saber y no puede, que de un hambriento. Porque un hambriento puede calmar su hambre fácilmente con un pedazo de pan o con unas frutas, pero un hombre que tiene ansia de saber y no tiene medios, sufre una terrible agonía porque son libros, libros, muchos libros los que necesita y ¿dónde están esos libros?

¡Libros! ¡Libros! Hace aquí una palabra mágica que equivale a decir: 'amor, amor', y que debían los pueblos pedir como piden pan o como anhelan la lluvia para sus sementeras. Cuando el insigne escritor ruso Fedor Dostoyevsky, padre de la revolución rusa mucho más que Lenin, estaba prisionero en la Siberia, alejado del mundo, entre cuatro paredes y cercado por desoladas llanuras de nieve infinita; y pedía socorro en carta a su lejana familia, sólo decía: '¡Enviadme libros, libros, muchos libros para que mi alma no muera!'. Tenía frío y no pedía fuego, tenía terrible sed y no pedía agua: pedía libros, es decir, horizontes, es decir, escaleras para subir la cumbre del espíritu y del corazón. Porque la agonía física, biológica, natural, de un cuerpo por hambre, sed o frío, dura poco, muy poco, pero la agonía del alma insatisfecha dura toda la vida.

Ya ha dicho el gran Menéndez Pidal, uno de los sabios más verdaderos de Europa, que el lema de la República debe ser: 'Cultura'. Cultura porque sólo a través de ella se pueden resolver los problemas en que hoy se debate el pueblo lleno de fe, pero falto de luz."


En la imagen leyéndole a su hermana Isabel García.

miércoles, 10 de mayo de 2023

El tendedero tiene vida


El tendedero está lleno de pinzas que sostienen con firmeza las prendas recién lavadas. Las pinzas parecen estar felices y tranquilas bajo el sol primaveral. Pero no hace mucho, durante el invierno, algunas de ellas estaban quejosas. La pinza roja no dejaba de protestar: “¡Qué frío hace, odio el invierno!, además otra vez me ha tocado esa toalla pesada. Qué mala suerte tengo”. En cambio, las pinzas azules, algunas de ellas desgastadas, se quejaban de tiempo cambiante en primavera; ahora, sol; ahora, lluvia; ahora, viento. Prefieren el otoño, es más tranquilo y estable. Ese día, a pesar de lo divertido del balanceo que el viento del este, les dolía la cabeza. “¡Qué cansino es este viento!”.  Pero las pinzas naranjas, siempre sonrientes, estaban contentas con todo lo que sucedía a su alrededor. Agradecían la lluvia y disfrutaban del sol por igual. Si hace viento: nos balanceamos, y hace lluvia; nos refrescamos. Además, ese día, les toco sujetar la camiseta verde y blanca. Estaban exultantes. 

    Ahora que el verano ha llegado al sur, las pinzas rojas toleran bien el sol, pero se quejan de que están perdiendo su intenso color. Las azules, con el ceño fruncido, anhelan la lluvia y el viento, ya que les parece mucho más entretenido. Por otro lado, las pinzas naranjas continúan sujetando la ropa con firmeza —aunque les ha tocado la toalla pesada—, mientras cantan al ritmo de los pájaros que se posan en el alambre. El tendedero es un mundo lleno de colores y personalidades, y solo los que saben para donde navegan, el tiempo le es favorable. 

jueves, 4 de mayo de 2023

La infancia

Gracias a papá, el niño Juan casi nunca tuvo infancia. Solo algunos ratos. ¿Jugamos a los tejos?, no tengo tiempo. ¿Jugamos a la pelota?, no tengo tiempo. Pepe nunca tuvo tiempo. Juan a los cincuenta juega y consuela su niño que ahora también se llama Mario. Los recuerdos de Juan, entre pesadillas y “no tengo tiempo”. Entre las unas y “no tengo tiempo” el niño Juan recuerda el olor a campo, tomillo o hinojos. Jornalero de sol a sol, con la infancia perdida en la posguerra. Meciendo sus noventa primaveras farfulla: no volverá a suceder. ¿Jugamos?

lunes, 1 de mayo de 2023

Armario y cornisa

Armario o cornisa. ¿Y por qué no ambos?. Lucrecia se tapó apresuradamente con las sábanas blancas. 

—Marta: tú al armario; Mario: tú a la cornisa. 


Alguien entró en la habitación. Era Juan, su esposo. 


—¿Qué haces aquí?. 

—Buena pregunta. ¿Y tú?


Huele a su perfume —pensó—… abrió el armario y encontró a su amante. Sin mirar preguntó:


—¿Esta es tu reunión?

—No, es tu visita al dentista.

—Falta alguien —dijo Juan.

—No hay nadie en la cornisa.


Están llamando a la puerta de la habitación número 69. Será la recepcionista con las llaves. 

Es hora de volver a casa.

domingo, 16 de abril de 2023

El viento nunca es favorable

El viento nunca es favorable.

La noche había sido  lluviosa y con viento. El día estaba gris y el ambiente ruidoso y frío. Lunes quince de marzo a las siete de la mañana.

    Venga que llegamos tarde —me dijo con aspereza— sin ni siquiera dar los buenos días.   —Continuó diciendo— Juan, no puedes llegar siempre tarde, estoy cansado de tu impuntualidad y tus impertinentes excusas. ¡Ni una más, Santo Tomás! —vociferó—. El tren sale en cinco minutos, y yo llevo diez esperando y además he dormido fatal esta noche. Estoy muy estresado y preocupado por todas mis cosas. Llevo unos días en los que me es imposible estar tranquilo ni un solo instante. No puedes hacerme esperar siempre. Estoy harto.

—Disculpa —le dije sin saber muy bien a qué se debía esa actitud, es un tío muy educado y me resultó extraño. Entré en el coche y me mantuve callado. Hacía tiempo que no lo veía mover el ojo derecho. Miguel tiene un tic y la gente lo conoce por “Miguel, el del tic” y se le acabó llamando Migueltic.

    De camino a la estación, ya con un tono de voz más tranquilo, me confesó que no me podía imaginar lo que en aquellos días le estaba pasando. Sé que es un mujeriego y mi primer pensamiento fue: “este tiene otro lío de faldas”. Pero, no,  me percaté que él nunca lo se pone triste en sus derrotas amorosas, al parecer, él siempre  se sentía triunfador. Esa vez no era así, con lo cual supuse: “este tío tiene otro tipo de problemas”.  Seguidamente, me dijo que no le sucedía lo que yo probablemente estaba suponiendo. Me está leyendo la mente, y sabía el porqué yo lo pensaba. Yo  la verdad, a esa hora, no era persona, estaba muerto de sueño y pasaba de él (del pijo guaperas). Y  además me molestó con sus reproches y sus supuestas infidelidades y vacilaciones. No hice ni dije nada.

    Miguel parecía fuera de sí con sus ojos azules excesivamente abiertos y un rostro descolocado. Es alto, delgado, con pelo castaño y piel muy blanca. Sonrisa perfecta pero con algunas arrugas. Un tío maduro —de unos cuarenta años, creo que es algo mayor que yo—, es inteligente, tranquilo, educado, buena persona y casi buen amigo. Pero ese día estaba neurótico.

En el tiempo que tardamos en llegar seguí callado. El bao en los cristales impedía que se viese con claridad la carretera. Rápido se le pasó el estado de ansiedad en el que se encontraba. Tan temprano y su comportamiento era un disparate. “¡Qué cojones le pasa a este tío!” —me dije—, si apenas unas horas antes, la tarde anterior, celebramos su cumpleaños, estaba eufórico  y que se salía del pellejo. Cuando llegamos a la estación en su Volkswagen Tiguan Life 2.0 y antes de bajar me dijo que había tenido que coger el coche nuevo porque, el pequeño, se lo llevó Inma, su mujer. Habían tenido una fuerte discusión. “¡Uy, uy!, yo sabía que su matrimonio estaba en crisis” —deduje—. Y era lo más razonable. Muchas infidelidades. No quería a su esposa, estaba claro. Aparcó lejos del edificio, esa hora, la mayoría de las plazas del estacionamiento suelen estar ocupadas. Se volvió a cabrear. —¡Joder, joder!, vaya lunes—gritó—.  Fuimos corriendo por el parking de la estación y cuando entramos vimos en los paneles informativos que el nuestro llegaba con quince minutos de retraso. Me sentí en cierto modo aliviado, aunque temí que aquel incidente no fuera lo mejor, pues su vuelo salía a las 10:00 horas. No me quería imaginar lo que pasaría si perdía aquel viaje tan importante para él. 

    Allí estuvimos un rato en silencio, escuchando a la gente charlar y los anuncios de llegadas y salidas. Permanecía con gesto de preocupación, de exaltación y callado. La semana pasada me comentó que tuvo problemas en su trabajo —pensé: “¿otro problema de faltas o de liderazgo en la empresa?”—. En fin, mi mente era un hervidero y la suya seguro que también. Transcurridos unos minutos, no sé, tres o cuatro, empezó a explicarme cosas:

    —Estoy bastante nervioso–me dijo—. Era evidente. Yo lo conozco bien y seguro que debía haber un motivo (o muchos). 

    —Tranquilo— pronuncié con voz muy bajita, cuéntame lo que te apetezca. 

    —Es mi hermana. Como sabes, hace unos años que tuvo una operación en las mamas, ya me entiendes…—con un gesto de evidencia y sin pronunciar esa maldita palabra llamada cáncer.

  —Sí, lo sé. —y continuó hablando visiblemente emocionado. 

    —El fin de semana le dolía la espalda. Ella decía que era un dolor muy intenso, casi insoportable y que no se aliviaba con nada. Al parecer se cayó en el patio donde cuida las flores. Fuimos de urgencias al hospital.

     —¿Y qué le dijeron?

    —Le hicieron una radiografía. Y al parecer tiene una rotura en las vértebras, en concreto en la L1. El traumatólogo dice que puede ser debido a una antigua fractura, pero que han de hacerle una resonancia para determinar con precisión el alcance de la lesión y valorar, entonces. Ella está muy asustada.

    —Cálmate, tranquilo, que todo se solucionará. Ya verás —dije—. Parecía que volvía a su estado mental “normal”.

Conocía bien lo del cáncer de su hermana y otros asuntos suyos. Me lo había contado en varias ocasiones —es un pesado—. Siempre hemos tenido conversaciones muy profundas y sinceras, aunque a veces parecía un monólogo suyo, más que una conversación. Pero vamos, que si es cierto que nos hemos confesado lo inconfesable —sobre todo él—. También tenemos algunas cosas en común, como nuestra inquietud por el saber en general. No encanta la filosofía, la psicología, el arte, la literatura, el deporte, etc.

    Pero volviendo al tema de su hermana, recuerdo que se había preocupado entonces y al parecer, ahora, le volvía a perturbar la paz, la existencia y le agitaba las entrañas. La verdad que si lo piensas es acojonante. Pero, de todas formas, Miguel tenía algo más que me ocultaba. Disimulé y —como buen amigo— lo consolé diciéndole que no se anticipe a pensar en lo peor.

    —No te desesperes. Todo saldrá bien, Miguel.

    —Lo sé, pero estoy preocupadísimo. 

Subimos al vagón número cinco. Teníamos asientos separados para desplazarnos a la capital —vivíamos en una ciudad dormitorio cercana—, pero nos sentamos juntos, había pocos viajeros, con lo que en principio íbamos a poder hablar. Parecía tener otra su actitud, más relajada.  Y comenzó a decirme, que se iba a separar, cuando de repente apareció el revisor y me dijo que debía de sentarme en mi sitio —vagón número dos, plaza noventa—. Le indicamos que había poca gente, y que si podíamos seguir juntos, su negativa fue fulminante: 

    —Con las normas anticovid, es imposible.

    —El tren va casi vacío —comentó Miguel, levantándome de repente y moviendo los brazos—. Hemos formalizado el viaje. ¿Qué más le da?.

    —No. Señor, las normas son las normas. Váyase a su asiento si no quiere que le baje en la próxima estación —me dijo el revisor mirando con maldad.

    —Las normas dice, será sinvergüenza —dijo Miguel gritando como un bestia. Se coló con el comentario—. Las normas son para todos, no solo para quién usted diga. Estos tíos ahora también son expertos en legislación —dijo.

     — Calma Miguel. Discúlpenos, señor —le comenté con aparente calma—. Lo tuve que sujetar y al fin se quedó quieto. Yo me callé y me fui a mi asiento, no quería que aquello se nos fuera de las manos. Yo, a diferencia del interventor de Renfe, sabía que Miguel estaba “encendido” y que podía liarla parda. El tic en su ojo volvió a aparecer.

    Tras aquel desagradable incidente, no volví a verlo en un tiempo, pues él salió pitando para el aeropuerto, embarcaba con el tiempo justo. No sé qué asunto le llevaba a hacer aquel viaje repentino y misterioso. El tío me soltó lo de la separación sin más explicaciones. Yo estaba expectante…

Pero unos días más tarde, me llamó y se disculpó por su actitud de la semana anterior; del incidente en el tren, de su forma de hablarme y en definitiva, de su mal y grotesco comportamiento —nunca lo había visto actuar como aquel día—.  Esta vez sus palabras parecían dichas por un hechizado. Tenían un tono de voz dulce, suave, sincero, alegre y muy amable como siempre ha sido él. “Otra vez su neurosis” —me dije.

—Tengo que contarte muchas cosas —me comentó y me dije: “Por fin habla”—. Vuelvo a la ciudad el jueves. ¿Quedamos del viernes por la tarde para tomar algo?.

     —Sí, sí, claro. Por mi perfecto. Nos vemos en el café “A las cinco”. —Así se llamaba nuestro habitual lugar de encuentro.

Esta vez llegué con puntualidad a las siete de la tarde, no quería “despertar al bicho” y que me formará otro escándalo. Habían pasado quince minutos y no llegaba, con lo que me pedí una infusión —debí cabrearme y vengarme, pero me contuve, no sabía por donde me podía salir aquel guapo y exitoso neurótico—. Le envié un WhatsApp y me contestó al instante con mensaje de voz: 

    —”Estoy llegando. Me ha entretenido Inma que ha tenido un accidente doméstico”.

  —¡Ok!, te estoy esperado. Sin problemas. Ahora me cuentas —le respondí.

    Pasadas las siete y veinte apareció por fin. Llegó como si nada hubiera pasado en los últimos días. Me saludó eufórico y me dio un abrazo forzado y falso.  Me dio mala impresión, como siempre en los últimos tiempos.  Tenía muchos altibajos en su estado anímico —debería ir a terapia. Está loco, fue mi instintivo pensamiento—. De manera que hace un rato todo su mundo era un problema y unos días después, parecía el tío más feliz de la tierra.  La verdad, me quedé con la sensación es que me tenía que “confirmar” algunas cosas. Sabía que me iba a mentir, estaba segurísimo. Creo que la situación era un poco kafkiana, absurda, contradictoria con esos vaivenes de Miguel. A mí me enfurecía. Pero me mordí la boca y apreté los puños…

    Le pregunté por Inma. Me dijo que todo estaba bien, que el incidente había sido un pequeño accidente doméstico —un cortocircuito y que había explosionado la estufa. Nada preocupante. — señaló. Y sin más siguió hablando y recitando sus éxitos actuales y recordando  sus tiempos de joven, del instituto, de cuando se iba de camping a las playas de Cádiz,  sus borracheras y de sus ligues. No había quien lo parara. Era una máquina de hablar. Yo empezaba a estar un poco harto de su egocentrismo. Llevaba años a su sombra y mi límite estaba cerca. Me contuve. 

    —Juan, Inma y yo lo hemos dejado —me dijo con total frialdad e indiferencia, pero otra vez el tic de su ojo activado le delataba el nerviosismo—. El próximo lunes firmamos la demanda de divorcio. Me marcho a vivir fuera. La empresa me ha ofrecido un puesto en el consejo de administración nacional. Sabes que Saint Roban está en alza, me valoran y es un nuevo reto personal. —Me quedé estupefacto— ¿Qué pasa no te alegras?.

“Aquí está otra vez el neurótico feliz. ¡Por fin se separa y me lo cuenta!. Bendito loco” —pensé. 

    —Sí, claro, me alegro muchísimo, por lo de tu trabajo, evidentemente. Como no. Es lo que siempre has querido. Madrid y tu proyección profesional.  Pero, y con el matrimonio y los niños, ¿qué vas a hacer?. No contestó nada y sin más se fue a saludar a unos tipos de dudosa reputación —me seguía ninguneando el “guapito”—. También pude observar que su saludo era de colega a colega. “¿Qué se traían entre manos?” —supuse que Miguel estaba en otro tipo de lío.

    Miguel es una persona muy inquieta intelectualmente, un tío que lee muchísimo, con mucha cultura y una amplia formación: es licenciado en económicas y graduado en derecho. Tiene un máster en ciencias jurídicas, premio nacional de gestión financiera del Group, S.A. y premio europeo en gestión presupuestaria. En el instituto era el primero de la clase. Es completito. Adora la filosofía, las matemáticas, la química. Un crack, una buena y egocéntrica persona, de buena familia y  fácil de convencer en algunos aspectos. Yo tenía la mosca detrás de la oreja. 

    Aquel día Miguel se volvió a despedir sin aclarar nada más. 

    Sé por Inma, que se había ido a vivir con su jefa —Marta, la directora general de la empresa—. Al parecer llevaban tres años enrollados y manteniendo una relación paralela —≪ trastorno psicológico disociativo, la doble vida de Miguel, como en “El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde”≫—. Me dijo Inma —bastante afectada y con mucha tristeza—, que cuando fueron a la firma de la liquidación de los bienes gananciales —en notaria—, que Miguel le confesó que hacía tiempo que no sentía nada por ella. Que su matrimonio no tenía aliciente, que no lo había hecho antes por temor a no poder ver a sus hijos. Que estaba cansado de la rutina tras quince años. También le increpó su falta de comprensión y apoyo en su carrera profesional, que le daba miedo a seguir viviendo con una persona con tan poca iniciativa, tan triste y con tampoco glamour… y que se iba porque quería seguir evolucionando. Me siguió diciendo que él le comentó:  “Los niños los superarán. Ya mayor tiene nueve años  y el pequeño tres. Te pasaré una buena pensión alimenticia. No tendrás problemas económicos.” ¡¡Qué cabrón!! —pensé— y  vaya detalle, se lo había dicho en notaria.

    Después de los acontecimientos, Miguel se distanció de mí —y de todos—, aunque seguimos hablando por redes sociales y de vez en cuando por teléfono. Sin embargo, mi relación con Inma se mantuvo “buena” y solíamos encontrarnos en el supermercado o en la salida del colegio cuando ella iba para recoger a los niños. Estaba bastante afectada por la situación —me dio ganas de abrazarla—. En una ocasión, me dijo que Miguel apenas preguntaba por los niños y solo hablaba con el mayor de forma esporádica. Según Inma, el chiquillo, muy afectado por la ausencia de su padre, lo recuerda cada instante. Me decía: ≪ Es su ídolo, y no lo ha perdido, lo echa de menos. Recuerda con tristeza sus ratos de juego en el parque, sus partidas de ajedrez. Además, Pablo, el pequeño, lo menciona todas las noches: “papi, papi, quiero a papi. Quiero un cuento, papi”≫. Todo esto me atormentó profundamente, ya que parecía un coste emocional desproporcionado y un daño colateral brutal.

    Cada vez teníamos menos contacto. Algún tiempo después, Miguel me telefoneó —no me apetecía hablar con él— para contarme que estaba viviendo una nueva etapa en su vida y que se sentía feliz. Me dijo que había tomado una decisión importante, a pesar de los perjuicios que podría acarrear, y que, se equivocara o no, era lo que tenía que hacer y no se arrepentía de ello. No preguntó por nadie, lo que me pareció cínico. Yo no mencioné mis conversaciones con Inma, ya que no quería generar ninguna sospecha. Tampoco hablé con ella acerca de mis conversaciones con Miguel, tratando de mantenerme imparcial, aunque yo tenía mi propia opinión al respecto —los necios tienen los días contados—. Según Miguel, su relación con Marta iba bien. Aunque no sé cuánto durará. Me dijo que ella era una persona fantástica.

    —Tío, es impresionante la compenetración y la empatía que tenemos. Es muy atenta y agradable conmigo, es pura magia —me dijo eufórico.

    —Miguel, me alegra escuchar que estás muy bien con Marta y que te llevas tan bien. Realmente parece que hay una buena conexión entre ustedes. Por otro lado, lamento no haberte preguntado antes sobre cómo te sentías. Me di cuenta de que algo te estaba preocupando en los últimos tiempos, pero con mi trabajo, mis clases y el deporte, no quería ser inoportuno al preguntarte al respecto. De todos modos, esperaba que me hablaras de tu matrimonio y tus problemas en algún momento. Me preocupé por ti aquel día que me llevaste a la estación cuando mi coche estaba averiado. Siempre he pensado que es mejor dejar una relación si te hace sentir amargado, especialmente si la otra persona muestra tanta indiferencia como Inma lo hizo contigo.     Tal vez sería lo mejor para ambos separarse —sentencié alegremente.

    —Claro, así es, Juan. Solamente se vive una vez. No podemos permanecer en aquellos lugares que nos hacen presos, que son cárceles sin barrotes. Era un infierno, la convivencia para mí. A ella le daba igual todo lo  que me sucediera. Cuando falleció mi madre, no supo estar a mi lado. No sentí su acompañamiento. Siempre sufrimos cuando no obtenemos lo que queremos, yo quería estar con Marta —su nueva víctima amorosa, creo que era la tercera o cuarta en el último año— y no estaba, y me hacía sufrir mucho. Ya nos habíamos enrollado varias veces —este lío nunca me lo dijo, aunque yo los sospechaba. Hablaba mucho de ella—. Lo que es cierto, que al principio, para nada era una persona  atractiva para mí. Pero, las largas conversaciones, su capacidad de escuchar, no sé, su seguridad y confianza, empezaron a crear algo más que una relación de compañeros. 

    Recuerdo, que la primera vez, fue ella quien me insinuó, y  me dijo, pienso que de manera casi inconsciente: “estoy sola en casa. Mi marido estará trabajando fuera unos días. ¿Quedamos para cenar?.  Por cierto, Miguel,  ¿Sabes qué es lo que me pone a tope y me da mucho morbo? —ni idea, contesté nervioso—, ver las manos de un hombre al volante de un coche”. Joder, yo estaba en el mío en aquel momento.  ¿Te imaginas qué es lo que hice?, 

    —… Puedo suponer que le enviaste una foto de tus manos al volante del coche. ¿Es así Miguel?

    —Efectivamente —gritó.

    A la mañana siguiente, fue un subidón verla. No te puedes imaginar la atracción y cómo me latía el corazón. Jolín, ya fue todo el tiempo puro morbo e irresistible atracción. Impresionante. Por todo esto y por mi carrera profesional tomé la decisión de separarme y vivir una nueva época.

    —Tío, Miguel, te tengo que dejar, ya hablamos, me están llamando.

    — Perfecto, estamos en contacto. Un abrazo Juan.

    Miguel se sentía frustrado en su matrimonio a pesar de su éxito profesional y su posición en el mundo empresarial. Aunque tenía el mejor currículum y trabajo, sentía que su vida en la pequeña ciudad era limitada. Por otro lado, Inma era una persona triste y melancólica, pero no vanidosa ni caprichosa —a mí me gustaba desde joven—. La relación de Miguel e Inma se fue deteriorando hasta el punto de que hablaban cada vez menos y finalmente se separaron. Fue lo mejor para ellos dos y una oportunidad para otros.  Después de unos meses, se enteró —se lo dije con muchas ganas— de que Inma estaba viviendo con un compañero de trabajo llamado Andrés, quien era profesor de matemáticas en el mismo instituto donde ella era jefa de estudios. Este hombre era mayor que ella y era atractivo, delgado y bien cuidado. La vecina de Miguel, Aurelia, me le contó todo cuando se la encontré llevando bolsas de la compra a su casa.

    La situación en la relación de Inma con Andrés parecía estar funcionando bien —me resignaba la situación— y ella finalmente encontró la felicidad que había estado buscando. Mientras tanto, Miguel parecía tener problemas en su relación con Marta y mostraba su tic neurótico en cada reunión con los amigos. Marta lo abandonó y lo despidió —era su jefa— y lo trató de manera muy fría y distante. Terminaron de malas manera. Además, se vio obligado a utilizar gran parte de su indemnización por despido, en pagar una estafa inmobiliaria en la que había invertido junto a un grupo de mafiosos portugueses. Para empeorar las cosas, tenía pendientes asuntos legales por su participación en aquellas inversiones fraudulentas como socio capitalista.

    La infidelidad y la monotonía en el matrimonio fue la razón del fracaso de su relación con Inma. Cada persona tiene su propio diablo. El de Inma era Miguel y el de Miguel, Marta. Aquí no importa lo bueno que sea una persona, todos somos malos en la historia de alguien. Todos parecían malos.

    Miguel parecía seguir luchando en su vida personal, buscando la felicidad, corriendo detrás del éxito y engullendo su fracaso en las relaciones. La vanidad de su comportamiento, la falta de capacidad para ver y apreciar que lo que tenía era la esencia de la felicidad. 

    Para aquel que no sabe hacia donde navega ningún le es favorable. 

Jgg.2023

viernes, 31 de marzo de 2023

Irresistible

Irresistible tentación y condena eterna,

Muerte instantánea de pasión secreta.

Huracán atroz, mirada sincera

Algo lejano que al fin se acerca.






domingo, 26 de marzo de 2023

La huida del miedo. John Gall

La huida del miedo. John Galls


Era un domingo cualquiera. Reunión familiar semanal de siete hermanos, algunos cuñados y cinco o seis nietos más una bisnieta. Yo, como siempre, llegando justo antes del almuerzo. Todos vociferan sin reparo, tal que estuvieran en un bar repleto de gente. La pequeña, la bisnieta de Bonet, revolcándose por el suelo. Sus manos pintorreadas, la ropa llena de lamparones, moño alto y zapatos rotos. La madre de la niña —una joven de veintidós años—, continúa con el móvil sin prestar atención a su hija —me enfurece la situación, pero sigo en silencio—. El abuelo —bisabuelo de la niña y mi padre— sentado en el sillón sin apenas moverse y si lo hace es para beber un vaso de vino y picotear algo. El resto del día dormitando, y si no es así, gruñendo. El hombre tiene noventa primaveras y dice que estar cansado de vivir al tiempo que pide fuego para otro cigarrillo.  


En el camino a la casa de mis padres, mientras conduzco con pereza, pienso que no me apetece ir, pero voy. Es una obligación autoimpuesta, tal vez muy influenciada por la ausencia de mi madre, no sé, la verdad, no lo tengo claro. Lo que si es seguro es que voy a un lugar —la casa de los viejos, como decimos entre hermanos— a pasar un mal rato. Está situada al sur de la capital, en un barrio obrero, cerca del campo de futbol —del que dicen que es el mejor de la ciudad—. La vivienda es amplia, cuatro habitaciones, enorme salón, un patio delantero, otro trasero, una terraza y un sótano. Parece una casa de pueblo de colonización.  


La cosa pinta fea. A ver, llevaba unos días revueltos, con pensamientos negativos, durmiendo mal, con ganas excesivas de no estar en casa. En ocasiones me sudan las manos, me pica muchísimo la dermatitis, me caen mal la mayoría de las comidas y además la melatonina antes de dormir, no me produce el efecto deseado. Así que mis noches son largas y tenebrosas, de muchas vueltas en la cama y mi cabeza es un bullicio incesante, un bombardeo de pensamientos cada cual peor y que siempre van más allá de lo que es real, de lo razonable y de lo objetivamente preocupante. Aunque es alarmante, la verdad.


Lourdes, en consulta a la que voy de vez en cuando —para recibir terapia por el duelo de mi madre—, dice que tengo mi niño interior muy alterado y lleno de temores que se hacen grandes al tiempo que yo empequeñezco y que por ello lo paso mal–lo sé—. Debes afrontar esos miedos y madurarlos. —¿Pero como cojones lo hago?. Otra de sus conclusiones es que tengo el síndrome del padre ausente. Supongo que está en lo cierto. Mi padre es un buen hombre, trabajador y responsable, pero poco atento con tantos hijos. Cuando yo era pequeño estaba siempre fuera de casa y no recuerdo que me diera un abrazo, un beso, una caricia. Pero en fin, y yendo al grano, esta huida mía hacia no sé donde, me provoca conflictos de casi todo tipo, además de estrés, ansiedad e insomnio. 


Esta preocupación constante, permanente estado de alarma, es agotadora. Es una sensación de confusión de lo que es real e imaginario. En casa, con los niños, me vuelvo disciplinado y locuaz. En el trabajo serio, taciturno y poco comunicativo.  


Volviendo al hogar familiar y los domingos. Este fin de semana estábamos mis tres hermanas, y mi hermano, el mayor–soltero—, la bisnieta, y mis dos hijos. Sentí angustia, por mis próximas visitas; al médico de cabecera —resultados de analítica— y al dermatólogo —revisión rutinaria—. Esto, junto a una tremenda inquietud, por la salud de mi hermana (tal vez intuición), me producía entrar en el bucle del agobio. Ella se operó hace siete años de cáncer de mama, y ya entonces sufrimos muchísimo. Al principio con la incertidumbre del diagnóstico, después con las sesiones de los fuertes tratamientos. Afortunadamente, lo superó como una campeona. Pero ahora, olvidado casi por completo, todo aquel mal trance, nos da la sensación de que algo parecido nos acecha.   


—Antón —grité con fuerza—, ¿ese dolor en la espalda desde cuándo lo tienes?

—Hace unas semanas—contestó mientras seguía apoyando su barbilla en la mano izquierda—.  Ya me han hecho una resonancia y estoy esperando el resultado.  —No levantaba la cabeza—. Supongo que es de una caída que tuve limpiando el patio y regando las macetas.  

—¿Para qué haces esfuerzos? —volví a gritar—. Cuídate y evitar coger peso. Ese brazo no puedes forzarlo. Tiene cuatro hijos, dos hijas que le ayudan, aunque menos de lo que necesita, y dos hijos, estos siempre fuera de la ciudad por motivos laborales.  


Se palpaba tensión pesimista (y esta vez colectiva) y sibilina, todos sabíamos lo que nos preocupaba, callábamos, pocas bromas, pocas ganas de nada, con caras serias y semblante afligido. Yo además cargaba con mis dos “importantes” preocupaciones (exageradas pero reales) sobre mis hombros.  Cabizbajo, apático, con ganas de llorar y soltar toda la presión y la angustia que me apretaba el pecho. Sin apetito, sin fuerza para hablar. Pero fingí, me armé de valor, me levanté y haciendo el papel de hombre razonable, fuerte y disciplinado, me puse a dar agua a los niños. Serví una copa de vino a mi padre y un par de cervezas sin alcohol para quien las quisiera tomar. Empecé a calentar la olla del potaje.

—Silvia, ayúdame poner unas tapas, aceitunas y queso. Encendí la televisión y puse las noticias y esto nos distrajo y relajó la tensión o la desplazó a otro escenario.  


Desde pequeño he querido estudiar, aprender y leer a todos y de todo. Si por algún motivo, la gente de mi entorno, me hablan de algún escritor, filósofo, creador que me es desconocido, allí que voy y me estudio. Todo enriquecimiento intelectual me ayuda. Arthur Schopenhauer es uno de mis aprendizajes más recientes. Empecé leyendo “La cura de Schopenhauer” (de Irving D.Yalon), interesante lectura que me recomendó Lourdes en consulta. Pero continué haciendo averiguaciones sobre su vida, sus influencias, sus obras. Filósofo alemán peculiar y uno de los más brillantes del siglo XIX, el máximo representante del pesimismo filosófico. Me embaucó como un pez a un anzuelo. Me venía como anillo al dedo, contribuía a describir mi situación emocional, me ayudaba a entender la vida, la situación de mi familia, la de mi entorno… Mi existencia, mi ser. Al igual que Gustavo Adolfo Bécquer, en la poesía y literatura española, Schopenhauer tuvo un impacto póstumo en algunas disciplinas.  Me quedé asombrado cuando, buscando en internet, comprobé que sus obras habían influido en personas como Friedrich Nietzsche, Erwin Schrödinger, Albert Einstein, Sigmund Freud, Pío Baroja, Miguel de Unamuno, Jorge Luis Borges, Richard Wagner, Franz Kafka, Thomas Mann. Impresionante, sin duda. Pero ninguno americano del norte.

En definitiva, los aprendizajes obtenidos de las lecturas de algunos de estos grandes pensadores, y otros no mencionados, me han ayudado a canalizar mis pensamientos en situaciones de estrés emocional extremo. 

Esta inquietud es como encontrar remedio a los miedos de mi niño interior, calma del adulto abrumado y arrollado por las circunstancias descontroladas de una vida en constante ebullición… Es una justificación a la necesidad de búsqueda permanente de no sé qué.  O tal vez, sea una huida de algún lugar, físico o mental, que me perturba. Sea lo que sea, esta angustia, es mi motor intelectual, generador de la necesidad de aprender a vivir o entender la vida o la muerte.  


Con toda esta nebulosa perspectiva y turbio horizonte, decidí matricularme en un curso de escritura creativa de la Universidad de Sevilla. Llevaba años escribiendo cosas; unas poesías, un verso libre, un autorretrato poético, un relato breve creado de, por ejemplo, una imagen de un periódico o partiendo de tres palabras elegidas al azar, etc. En otras ocasiones, escribir como terapia, por la muerte de alguien, por la perdida de alguna amistad especial, por alguna situación social o política. Todo, a mi modo de ver y sin que nadie me diera las más mínimas indicaciones de por donde “tirar”, para escribir, con continuidad, con orden y siguiendo unos parámetros. Eso sí, he escuchado podcast, he visto videos en YouTube, sigo a escritores en Instagram, e incluso he comprado algún manual de: “Cómo escribir un libro”.  Esta nueva aventura del aprendizaje me va a enriquecer, me va a completar el plano, a dar luz a mis oscuridades, a enseñar a ser más feliz y a reír, aunque sigan existiendo los problemas. La vida no es un problema, la vida es bella, es una experiencia maravillosa, un cúmulo de cosas positivas y otras no tanto, pero que todas suceden por algo y nos enseñan algo: vivir y ser feliz a pesar de los pesares.


lunes, 13 de marzo de 2023

¡¡Vaya lío!!

Sara y yo salíamos a comer fuera, como cada sábado desde que vivimos juntos. Ese día, queríamos estar tranquilos y disfrutar de una noche estrellada de verano. Nada de ir a bailar en la discoteca del pueblo, ni mucho menos de ir a cantar en el bar “La nube” donde hay un karaoke. Este bar está en San Cristóbal, el pueblo de al lado. Ya estábamos preparados y en el momento en que cerrábamos el cancelín del patio, recibí una llamada de Julia, una de las hermanas de Sara.  

    —Sí, Julia ¿Dime?.

    —¡¡Oye!!, ¿qué os parece si nos vemos y cenamos fuera?, así evitamos el rollo que para nosotros es cocinar. A Julia y a mí, no nos gusta cocinar.


    —¡Con gestos consulté con Sara y ella me dijo! Ok con el pulgar hacia arriba!.

 Perfecto contesté.

    —Pues chicos, en unos 10 minutos os recogemos.


    Efectivamente, a las 21:07, ocho minutos después, aparecieron las luces llamativas del todoterreno de Jorge. Al llegar nos saludamos cortésmente. Sara, al ver a Jorge, cambió el semblante, se quedó pálida y empezó a llorar. Jorge tenía un gesto de preocupación, un gesto sibilino y extraño. Algo que es poco frecuente en él. Este Jorge solía ser un locuaz y petulante “ejemplar” y en esa ocasión estaba muy callado y serio. Julia y yo nos miramos sorprendidos por la situación.


    —¿Qué pasa Sara? Pregunté. Y sin dar una respuesta, Sara huyó a tiempo de mi mirada inquisitiva. No te escondas por ¡Dios!.  Y volví a preguntar: ¿qué está pasando? ¿Algún problema que debamos saber?. No respondió. La incomodidad nos inundó, la tensión se palpaba, estaba presente, se podía tocar y sentir, era el quinto ocupante de aquel apestoso coche. 


    —Nos hemos “liado”… Dijo Jorge al fin, con un tono seco y pedante. 


    —Me quedé, atónito, anonadado… Sin palabras. La angustia y la impotencia estaban apaleando el alma. Desistí de todo y volví para subir a casa. La noche me atrapaba y solo me quedaba una opción: trasnochar sin remedio alguno. Hay que vivir arriesgando y morir por amor, esas eran dos de mis premisas filosóficas. Y efectivamente estuve toda la noche dándole vueltas a lo que había sucedido. En el fondo sabía qué podía pasar. Después de ello, fui incapaz de perdonar a Sara. Tal vez fue más culpa mía que de ella, no lo sé, la verdad, no lo tenía claro.


    Han pasado dos años y muchas otras cosas. Ahora, Julia y yo, nos reímos y lo vemos anecdótico, pero aquello y lo de “vivir arriesgando y morir por amor” nos hizo mucho daño.  

    Los cuatro aprendimos a amar desde el corazón y no desde la razón.

    A Julia y a mí, toda esta experiencia nos ha dado, nuestro hermoso amor, algo que antes era imposible.   Todo lo sucedido nos hizo olvidar el dolor del desamor y con nuevas ilusiones tejer premisas, ideas que nos permiten despedir a los amores con gratitud y empatía.


viernes, 10 de marzo de 2023

Autorretrato poético de John Gall.


Autorretrato noviembre 2022

Alzaba la mirada, una y otra vez

Alzaba la mirada para fingir, pero sin saberlo hacer.

Parecía poseído, parecía fuera de control, 

sobre los hombros, sobre el alma, mucho peso y mucho dolor


Tira los harapos, tira las cadenas, 

Tirarlos al mar.

Haz de tu lucha un poema, 

de tu poema una bandera,

de tu bandera un altar.

¡¡Ay, caminante…! ¡Tanto caminar!!


Ponte frente al espejo 

y no me niegues que ves….

Que ves un ser distinto, 

un caminante, caminante sobre un mar de nubes, 

nubes en alta mar.

Caminante en tu camino es hora de disfrutar,

Disfrutar de tu estilo, de tu estilo al caminar,

tu elegancia, tus sueños, tus sueños en el mar.

¡¡Ay, caminante…! ¡Tanto caminar!!


 Tus ojos son aceitunas

con ribetes de azabache

son la mirada de un niño, 

son la esperanza y la fortuna.

Tus miradas son estrellas, estrellas en alta mar

son luceros, son tu guía, tu guía al caminar.

Son tus lágrimas, suspiros, suspiros que van al mar


Tus sonrisas son un guiño, 

son bocados de futuro,

son las puertas de las entrañas,

 son las entrañas de tu alma,

tu calma al callar

Son tus labios fuego vivo, 

ardientes brasas de pasión y olvido, 

son ventanas al camino, 

el camino que te ha de llevar, 

al infinito al caminar

¡¡Ay, caminante…! ¡Tanto caminar!!


Son tus manos, gaviotas, gaviotas en alta mar,

son gaviotas de terciopelo, que dibujan al volar, 

corazones en la noche y en tu largo caminar

Son tus manos las llaves del alma, 

son capaces raptar la belleza,

la belleza entre tanta oscuridad

¡¡Ay, caminante…! ¡Tanto caminar!!


Tienes aspecto misterioso,

de bohemio y soñador

no tengas prisa por vivir 

Solo déjate sentir…

 El aire del camino… Del camino que has de seguir


 ¡¡Ay, caminante…! ¡Tanto caminar…!!

¡¡… caminar en alta mar!!


Noviembre 2022.